Una experiencia inédita por donde se la mire. Por lo menos en los tiempos que corren. Es más, con sólo mencionarlo, merecerían figurar en la primera plana de los diarios.
¿Por qué? Porque sólo la mezcla de sus componentes hacen que sea única.
A saber: un maestro jubilado que sigue enseñando? y gratis; treinta adolescentes "juntos", que asisten a la escuela ¡después de hora y en forma voluntaria! para aprender, nada más y nada menos que, matemáticas, física, electricidad, ¡astronomía! y respetar y valorar a su querido maestro? ¿Parece poco??
Hay más: un sueño. Grande como el cielo, pero posible. Es que justamente, de eso se trata: contemplar el cielo, aprender sobre astronomía y comprar un poderoso telescopio para dejar de ver las aburridas ilustraciones de viejos atlas y aprender qué son, en realidad, las estrellas, los planetas y todo lo que brilla sobre el firmamento.
Y no es sólo un deseo ni una fantasía. Es un proyecto verdadero. Tan real como las horas y horas que, por puro gusto, placer y vocación, el bioquímico y "profe de química", Horacio Fernández (70), dedica a su pasión: la docencia, el gusto por enseñar, por ver decenas y decenas de caras de asombro, recibir ´mails´ con las inquietudes de sus "chicos" y por "la astronomía", como él mismo dice.
¿De qué se trata todo? De un taller donde pibes de entre 15 y 16 años y su profe de química juntan -varias horas a la semana- sus ganas por hacer cosas prácticas, más allá de fórmulas y teorías rebuscadas. "¡Aprendimos a hacer linternas!", cuenta emocionada Micaela, de 15 años, sentada al lado de sus dos amigas, en la sala de laboratorio del CEM 1 de Roca. "Hicimos? ¿cómo era? -pregunta a su lado, Karina- "ah, circuitos eléctricos", responde con los ojos iluminados y algo cansada, tal vez, porque cuando asistió a la clase del profe de química, ya hacía más de 6 horas que había entrado al cole. Como todos los días. "También hicimos cosas con imanes, de todo. El profe le pone todas las pilas", agrega Nancy, con un flequillo largo y modernoso que le recorre toda la frente.
¿Y qué decir? Da gusto verlos. El jueves pasado, a las 18:30, cuando "Río Negro" se acercó a ver la clase y tomar fotos, literalmente no volaba una mosca.
Enfundado en un cómodo jogging y zapatillas, el profe, como incansablemente le dicen los chicos, no daba tregua a las manos de los estudiantes ni a sus oídos. "Chicos, presten atención, hagan un agujero a la caja y la forran para que no pierda luz", explicaba, para arrancar un nuevo experimento. "¿Así profe?", preguntaba un chico, flaco, de tez morena, y bien predispuesto.
"Venimos porque nos gusta mucho cómo nos enseña el profe. La verdad es que tiene muy buena onda, y viene a enseñarnos a pesar de que ahora tiene mal una pierna", contó una chica, maniobrando una caja de zapatos.
Aplican todos los saberes necesarios de física y química. Aprenden y, en pro de seguir así, "nos trazamos un contrato didáctico", explica Fernández, "ese fue el enganche para todo esto y la meta: comprar un telescopio. Es adonde tenemos que llegar para ver un lugar asombroso". Para esto están reuniendo fondos. Necesitan unos 8 mil pesos.
Pero las ganas son tantas que, si todo va bien, ya tienen en mente crear un "Centro Astronómico" para la escuela.
"Acá no hay secretos", reitera, y lo afirma con vehemencia este bioquímico, 45 años docente, ex director del Instituto de Formación Docente, y durante 20 años formador de maestros, "nos juntamos porque queremos, para aprender cosas que a todos nos gustan". Y quizá ése sea el gran secreto, que revela sin querer.