| Todos los gobernadores provinciales se enfrentan con el mismo dilema. Saben que por razones políticas evidentes les convendría alejarse lo antes posible del "proyecto" kirchnerista, puesto que de lo contrario serán castigados por el electorado local, pero también saben que cualquier decisión en tal sentido podría costarles muy caro porque el gobierno nacional no vacilaría en privarlos de los fondos que tanto precisan. Acaso el más consciente de la necesidad de intentar mantener una buena relación con los Kirchner sin por eso perder el apoyo de sus comprovincianos sea el mandatario bonaerense Daniel Scioli, el que se sacrificó aceptando encabezar a los "candidatos testimoniales" que acompañaron a Néstor Kirchner en las elecciones legislativas de junio. Aunque la derrota que asestó a la lista así supuesta la liderada por el diputado Francisco de Narváez pudo atribuirse casi por completo a la hostilidad tanto del campo bonaerense como de buena parte de la clase media urbana hacia el ex presidente y su esposa, Scioli no salió ileso de la aventura. Además de ver mancillada su imagen de presidenciable, descubrió tardíamente que la gratitud no figura entre las virtudes de la pareja gobernante. Si bien parecería que en vista de las alternativas los Kirchner apoyarían la eventual candidatura presidencial de Scioli, por ahora cuando menos no están dispuestos a ayudarlo a sanear las finanzas de su jurisdicción atribulada. Según el ministro de Economía local, a la provincia le será muy difícil encontrar el dinero para pagar en los meses próximos a los aproximadamente 400.000 empleados públicos, lo que requeriría la friolera de 2.500 millones de pesos. Si el gobierno nacional sigue negándose a colaborar, Scioli tendrá que elegir pronto entre un ajuste feroz y recurrir al expediente desesperado de emitir cuasimonedas como los tristemente célebres patacones; aun cuando por fin los Kirchner opten por darle una mano, el que haya tenido que esperar tanto tiempo le habrá enseñado que independizarse de ellos debería ser una prioridad. Desgraciadamente para Scioli, Buenos Aires es escenario de los dos dramas principales del país, los planteados por la pobreza creciente y por el conflicto entre el gobierno y el campo. La voluntad de los Kirchner de vetar, so pretexto de que se trataba de un "error administrativo", la baja de las retenciones a las exportaciones agrícolas, una medida que aprobó el Congreso la semana pasada, de 37 distritos bonaerenses que fueron declarados en emergencia por la sequía prolongada ha enojado mucho a los productores rurales y a los intendentes de las zonas afectadas. Una vez más, pues, Scioli se ha visto obligado a elegir entre solidarizarse con los bonaerenses por un lado y, por el otro, hacer gala de su "lealtad" hacia los Kirchner. Para él es una disyuntiva sumamente difícil, no porque a esta altura le importen demasiado los sentimientos del matrimonio sino porque entiende mejor que nadie que serían capaces de agravar la situación socioeconómica de la provincia si creyeran que les sería provechoso en términos políticos sin preocuparse en absoluto por el sufrimiento así ocasionado. Aún más preocupante para Scioli es el estado del conurbano que, conforme al ex ministro de Economía Roberto Lavagna, "es un tanque de nafta que puede explotar" a causa de la inflación que está devorando una proporción cada vez mayor de los ingresos por lo común magros de sus habitantes. Lavagna no es el único que haya advertido sobre los riesgos de un estallido social en la zona en que se concentran las lacras más penosas del país. También lo han hecho voceros de la UCR, la Iglesia Católica y otras instituciones, pero parecería que a juicio de la mayoría de los políticos, tanto los oficialistas como los opositores, es más importante asegurar que sus adversarios paguen los eventuales costos políticos de lo que podría suceder, que lo que sería tomar medidas que sirvieran para reducir el peligro. Huelga decir que las maniobras resultantes no contribuyen a tranquilizar a quienes viven en los barrios más pobres del conurbano. Antes bien, aumentan el riesgo de que los resueltos a sacar provecho de las necesidades ajenas se las arreglen para provocar la chispa que haga estallar aquel "tanque de nafta" al que aludió Lavagna. | |