Estamos dispuestos a trabajar juntos, sólo necesitamos un pedido formal del gobierno y el primer paso será conocer en detalle cómo está la economía argentina, por lo que debemos avanzar con la revisión del artículo IV y después veremos". De esta manera el chileno Nicolás Eyzaguirre le contestó al ministro de Economía, Amado Boudou, el pedido de un acercamiento entre la Argentina y el FMI.
Durante su visita privada, Eyzaguirre dejó claro que los estatutos y los reglamentos del organismo son inviolables y cualquier acción que se quiera emprender con el FMI deberá incluir inexorablemente una auditoría sobre las cuentas del país.
Sin embargo, una y otra vez el gobierno manifestó una oposición cerril a encarar la revisión del artículo IV, una auditoría que hacen todos los países al menos anualmente, desde los más ricos hasta los más pobres. ¿Por qué la administración Kirchner se obstina en negarse a dicha revisión? Ni más ni menos porque la situación de las cuentas nacionales presenta un estado calamitoso y porque dejaría en evidencia el dislate cometido durante los últimos seis años.
¿Qué dice el artículo IV que tanto asusta a la Casa Rosada? "En virtud del artículo IV del Convenio Constitutivo del FMI, la institución sostiene consultas bilaterales con los países miembros, generalmente cada año. Un equipo de funcionarios visita el país, recoge información económica y financiera y examina con las autoridades nacionales la evolución y las políticas económicas del país. A su regreso a la sede, los funcionarios preparan un informe que sirve como base para las deliberaciones en el Directorio Ejecutivo. Al finalizar estas deliberaciones, el director gerente, como presidente del Directorio, resume las opiniones vertidas por los directores ejecutivos en una exposición sumaria que se transmite a las autoridades del país".
Hasta aquí la transcripción literaria de la auditoría que, como se puede apreciar, no contiene elementos conflictivos a menos que el gobierno quiera esconder alguna situación de debilidad.
Sin duda, la situación fiscal es un severo dolor de cabeza para la administración regente. Nada nuevo. Hasta ahora, no significaba nada porque durante estos años quedaba a la sombra de los jugosos ingresos provenientes de la venta de soja. El oro verde para algunos; apenas y con desdén, un yuyo para el gobierno.
Pero desde hace unos meses la soja se transformó en la tabla de salvación para que el gobierno pudiera "mantenerse firme frente a la marejada", según los dichos oficiales. De allí que, a pesar de toda la dialéctica y los sofismas, la administración Kirchner está fogoneando la sojización en la Argentina. De allí que el gobierno se niegue tozudamente a bajar las retenciones que pesan sobre el trigo, el maíz y el girasol, que no tienen saldos exportables y que son productos cuyos cultivos requieren de mayor inversión que el de la soja.
Pero también la supervivencia del gobierno está sustentada en el apoderamiento de las últimas cajas disponibles y a partir de aquí en una desesperada huida hacia adelante.
Si la situación fiscal es un dolor de cabeza, la fuga de capitales es la espada de Damocles, algo que por ahora está siendo neutralizado por la brutal caída en las importaciones y la revaluación del real que obliga a una intervención del BCRA.
El BCRA y el BNA se han transformado en los últimos botines de guerra para los Kirchner. Pero todo tiene un límite. En el caso del BNA, ya los depósitos no crecen en la misma medida que el drenaje hacia la Tesorería, por lo cual el banco podría quedar expuesto y en debilidad.
En el caso del BCRA, la situación no le va en zaga. Tal como lo habíamos anticipado semanas atrás, el Tesoro obliga al BCRA a girar dinero de las reservas, al usarlas para pagar vencimientos de deuda y girar utilidades ficticias provenientes de diferencias de cambio devengadas pero no realizadas ni realizables.
En poco tiempo, la situación de ambas entidades dejará al descubierto las maniobras de la Casa Rosada.
La debacle amenaza con hacer eclosión en el interior del país, donde las tres provincias más ricas están en una situación desesperante y al borde de no poder pagar los haberes en tiempo y forma.
Con todo este cuadro cabe preguntarse: ¿por qué no se refleja en la inflación y en el dólar? Por ahora están agazapados, como un tigre esperando por su presa.
MIGUEL ÁNGEL ROUCO (*)
DyN
(*) Analista económico