Al igual que Jorge Luis Borges, tanto Néstor Kirchner como Cristina se sienten atraídos por el subjetivismo extremo que fue propuesto por el obispo anglicano George Berkeley, un filósofo dieciochesco notable que insistía en que el mundo, lo que llamamos la realidad, sólo existe en nuestra percepción de él. O sea, que todo está en la mente. Pero mientras que para desilusión de sus admiradores Borges se resignó a que "el mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges", su epígono, el ex presidente, aún no está dispuesto a tirar la toalla. Más fiel que Borges a la doctrina del obispo de Cloyne, Néstor sabe que la realidad es maleable, que la suya vale más que la preferida por otros y confía en que con tal que se aferre a su versión los demás terminarán adoptándola.

La piedra basal de la filosofía kirchnerista, la idea de que en última instancia lo único que importa es el "relato", se inspira en el solipsismo reivindicado por Berkeley. Para un político, dicha teoría tiene muchas ventajas. Por ser lo que legos pedestres toman por hechos meros productos de la mente, le es dado modificarlos o descartarlos si los encuentra inadecuados. He aquí la razón por la que Néstor Kirchner decidió obligar al Indec a difundir estadísticas mejoradas. Consciente de que los "agentes económicos", es decir, virtualmente todos, obran según lo que creen está ocurriendo en aquel fantasioso "mundo real" que ellos mismos han inventado, entendía que convendría que no se preocuparan por la inflación, ya que si no la percibieran no existiría. Como afirmó el obispo, "esse est percipi".

Desde el punto de vista de un berkeleyano convencido como Néstor, no era cuestión de mentir sino de contribuir al bien común manejando las percepciones ajenas. Por supuesto que otros, indiferentes a las enseñanzas del buen obispo, se dejaron seducir por la noción peregrina de que sus propias percepciones fueran más "realistas" que las del gobierno de Kirchner. Como resultado, desde hace más de dos años el país es escenario de una lucha denodada entre "verdades" incompatibles, la del gobierno y la confeccionada por una multitud de entidades privadas. Puesto que la verdad oficial es claramente superior, resulta evidente que sólo los irremediablemente malos, sujetos que quieren que el país experimente una nueva catástrofe, pensarían en comprometerse con una de las alternativas. ¿Por qué lo harían? Néstor sabe la respuesta: porque están al servicio de intereses espurios y porque, en muchos casos, se han entregado a la vil herejía neoliberal.

Algo similar sucedió con las elecciones legislativas de junio. Haciendo gala de la mala fe que los caracteriza, casi todos los opositores dicen creer que el traspié de Néstor en la provincia de Buenos Aires, además de los resultados en el resto del país, significó que la mayoría había repudiado "el modelo", es decir, la gestión kirchnerista. Con el propósito de corregir el error así supuesto, Néstor acaba de señalar que lo que en verdad pidió la gente era "que profundicemos más aceleradamente el modelo". En otras palabras, lo castigó no por la agresividad rutinaria que le atribuyen los oligarcas, golpistas y destituidores que están resueltos a devolver el país al infierno de los años noventa del siglo pasado, sino por su propia moderación y la de su esposa, de suerte que, lejos de sentirse constreñido a pactar con sus enemigos, entiende que tendrá que combatirlos con más energía todavía.

Néstor y su cónyuge están decididos a luchar contra los vendedores de percepciones inapropiadas, de los que el principal es el conformado por los periodistas del grupo mediático Clarín. Últimamente, Clarín ha resultado ser una auténtica usina de ideas, imágenes y supuestos hechos que no tienen lugar en el "relato" kirchnerista y que por lo tanto deben ser borrados para proteger a los crédulos, empresa ésta a la que el matrimonio gobernante se ha entregado con entusiasmo patriótico. Como dijo en una ocasión la doctora Cristina de Kirchner, en una democracia genuina es intolerable que alguien "crea que puede ser dueño de la palabra, del pensamiento y de la expresión de todo un pueblo" a menos, es de suponer, que dicho alguien sea uno de los Kirchner. Aunque Cristina habrá exagerado un poquito al dar a entender que Clarín domina la mente colectiva argentina hasta tal punto que nadie nunca soñaría en hablar, pensar o expresarse sin averiguar antes lo que opinarían los censores del "monopolio", el que una proporción al parecer sustancial de la población del país se haya resistido a tomar en serio "el relato" oficial es evidencia incontrovertible de que "alguien" está engañándola.

Berkeley era un hombre amable de sentimientos generosos, pero, como otros filósofos, entre ellos Platón, que se han inquietado por problemas ontológicos que raramente perturban a gente de mentalidad más práctica, ayudó a difundir ideas que resultarían útiles a personajes autoritarios. Una idea tal es que en el fondo la realidad es subjetiva. Desde hace varios milenios, muchos convencidos de que quienes consiguen adueñarse del "relato" se adueñarán del poder han llegado a la conclusión lógica de que no tendrán más opción que la de reprimir el disenso por los medios que fueran. Como resultado, millones de personas han sido muertas, torturadas o encarceladas por disentir.

Por fortuna, es escasa -mejor dicho, es nula- la posibilidad de que los Kirchner logren emular a los emperadores chinos y romanos, tiranos griegos, reyes y reyezuelos de todos los continentes, energúmenos católicos y protestantes, comunistas, nazis, fascistas, islamistas y muchos más que a través de los años se esforzaron por asegurar que nadie lograra salir de su "relato" particular, pero no lo es que resulten inocuas sus embestidas contra los medios que permiten expresar sus opiniones, por deplorables que fueran, a quienes no comulgan con el gobierno actual.

Asimismo, aun cuando fracasen totalmente los intentos de la pareja de hacer callar las voces que no le gustan, se da el riesgo de que su hostilidad manifiesta hacia la libertad de expresión, sin la que no puede haber democracia, perjudique enormemente a una sociedad cuyos problemas tienen mucho que ver con la falta de debates vigorosos en torno de temas fundamentales.

Felizmente para los Kirchner, pero no para el país en su conjunto, variantes levemente distintas del "relato" populista que están tratando de convertir en una ortodoxia nacional que nadie cuestione, ya se han adueñado de las mentes de muchos peronistas, radicales e izquierdistas. En vista de que el consenso así supuesto está entre las causas principales de la larga decadencia de un país que en cierto momento era uno de los más prometedores de la Tierra, lo mejor que podría suceder sería que la prepotencia de Néstor Kirchner y su esposa sirviera para que su "relato" se desacreditara por completo.

JAMES NEILSON