En Bariloche, dos Venezuela.
Mediodía. Lugar: Rock Chiken, pequeño pero bullicioso restaurante en la calle Rolando. Un periodista de este diario lee lo que los diarios porteños dicen de la Cumbre. Apunta -los periodistas copian, claro- en una pequeña libreta. De la mesa contigua, parte una pregunta:
- ¿Le interesa Venezuela?- pregunta alguien desde la mesa contigua.
- Sí- responde el periodista y pasa revista al lugar desde el que partió el interrogatorio. Cinco hombres, uno de ellos muy esmirriado. Una mujer enfundada en cuero que, luego, al irse, expondría una figura alta, delgada, cimbreante. Todos morochos habano.
- ¿Venezolanos?- pregunta el periodista.
- Sí, y de Chávez- dice el esmirriado....
- ¿Y por qué la aclaración?...
- Porque aquí en Bariloche está lleno de "contras". ¡Pero lleno de lleno!... Es una vaina grande.
- Ustedes ¿a qué se dedican?... ¿Por qué están con el "comandante"?
- ¡No lo llamamos comandante! Es un compañero. Nosotros trabajamos para él- dice la mujer y acota: "Él es la patria misma. ¿Y usted qué opina de él?
- No importa- dice este diario. Paga y se va.
Noche, 21 horas. Ascensor del Hotel Nevada. El periodista asciende con una pareja.
- ¡Venezolanos?
- Sí, y es la segunda vez que venimos a Bariloche-. Está enfundado en cuero flamante: gorra, campera, botas, guantes.
- ¡Nos encanta Bariloche!
- Y el cuero ¡de la Argentina!
- Nos compramos todo en la calle Florida. ¡Lástima que mañana llegue ese tipo!
- ¿Quién?
- ¡Nuestro loco!... ¡Nuestro gritón!... ¡Nuestra vergüenza!... ¡Chávez!- dice ella con cierto dejo de sorpresa quizá por lo que intuye como lentitud de reflejos por parte del periodista. Se llama Leticia.
-¿Usted qué opina de Chávez?- pregunta ya en el hall del hotel.
- Que es un hijo de ustedes, no es un accidente en la historia de Venezuela. Como dice un escritor argentino: hay oportunidades en que uno se tiene que hacer cargo de lo que produce- responde el periodista. Saluda. Gira. Se va.
Leticia y su marido no entendieron nada.