| Para cumplir con este cometido, lo que supone confrontar con la historia oficial del santito patagónico, nada mejor que dejarse llevar por el análisis del escritor Guillermo David, en su ensayo histórico titulado “El indio deseado, del dios pampa al santito gay”, publicado hace pocos meses por el sello Las Cuarenta.
David, investigador de la historia argentina, escritor, actual director del Museo Nacional del Grabado (de Buenos Aires) advierte en la introducción a su convincente trabajo que “este estudio de casos singulares de soberanía étnica y sumisión sagrada surgió como réplica a la imagen de indio deseado construido por el sentimiento común”.
El volumen de 151 páginas desarrolla una aguda y profunda crítica sobre la vida y destino de Ceferino Namuncurá, pero arranca con la historia de sus ancestros.
Para ello toma los antecedentes de la dinastía de los “Cura” (piedra, en mapudungum) en el capítulo que titula “Calfucurá, el dios pampa”. Esta primera parte describe aspectos poco conocidos de la recia personalidad de este personaje singular, a quien califica como “el mayor soberano de la historia argentina decimonónica (la del siglo 19), que la rigió imponiéndole sus condiciones durante casi medio siglo” y señala, con trazos acertados, sus rasgos de estratega, en astutas negociaciones con el poder politico; y de guerrero sanguinario, en ataques contra otros grupos étnicos y poblaciones blancas. Lo pinta, en suma, como un gran cacique-dios, sobre quien se construyó un fuerte mito de sabiduría y poder sobrenatural.
La segunda parte –“Manuel Namuncurá, piedra rajada”- recopila la retahíla de claudicaciones del padre del protagonista principal de la obra y lo descalifica con buenos argumentos. David dice que “los poderes y menoscabos inscriptos en el nombre propio aquejaron a Manuel Namuncurá, cuyo apellido significa ‘talón –o garrón- de piedra’. Contrariando ese mandato de invulnerabilidad propuesto, Namuncurá será el talón de Aquiles, la falla interna de la soberanía indígena, el tótem desjarretado y cojo que tras una infructuosa resistencia consumará la rendición”. La lamentable imagen fotográfica de Manuel Namuncurá travestido con los ropajes militares de su vencedor es sólido comprobante visual de las ideas planteadas en ese tramo del texto.
Llega enseguida el tercer y fundamental capítulo, cuyo título iconoclasta lo dice todo - “Ceferino, el santito gay”- y propone de arranque que “es la de Ceferino una historia no menos patética de transfiguraciones y abusos por parte del poder”.
El autor pone atención y detalle en esos agravios. Primero la cuestión del nombre original perdido, pues Morales es el apelativo que le puso su padre, en homenaje a un tío; pero los curas al asentar su bautismo, tiempo después, le adjudican lo de ‘Zaffirino” (pequeño zafiro, pequeña piedra preciosa) para darle continuidad a la estirpe de los piedra y en un anticipo de sus condiciones divinas. Después la pérdida de su madre biológica, porque la cautiva Rosario Burgos, una de las mujeres del polígamo don Manuel, fue dejada de lado por el propio el cacique cuando, ya sometido y bautizado, fue obligado a elegir una de sus concubinas para una unión formal. Como la elegida fue otra mujer, Ignacia Rañil, Ceferino se convirtió en su “hijo legal”; mientras Rosario fue segregada de la tribu y terminó casándose con Coliqueo, en Azul.
Todo lo demás no hace más que abonar al sometimiento. El ingreso al colegio salesiano, el pupilaje y la aparición en la vida de Ceferino de su “protector”, el padre Juan Cagliero. Con abundantes referencias de incuestionables historiadores religiosos David relata la progresiva adaptación del indiecito a las normas de convivencia del ámbito sacramental y, lo que constituye el tramo más audaz del texto, la descripción del supuesto afeminamiento de Ceferino en su conducta pasiva ante la presión del propio Cagliero y los arrebatos de otros sacerdotes que confiesan, sin pudor, estar embelesados por los modales y conducta del mapuche, a quienes él les rinde en la correspondencia excelsas declaraciones de amor profundo. La foto clásica, donde el indiecito aparece con su mano izquierda tomada por el obeso Cagliero es objeto de análisis detenido.
En ese marco Guillermo David intercala citas del padre Raúl Entraigas, uno de los principales biógrafos del beato, sobre “la gallarda victoria de Ceferino contra el grito de los naturales instintos del sexo” y asegura que “la percepción que de él se forjaron sus apropiadores pasó de la femineidad genérica a la radical extirpación de la sexualidad”.
Pero avanza aún más, siempre con convicción y a sabiendas de las reacciones adversas que sus planteos pueden suscitar; porque unas páginas más adelante salva al mapuchito de toda reprobación, pues explica que “la pederastia nunca fue considerada entre los indígenas americanos como signo de perversión sexual”. Por lo mismo sostiene que “los machis pederastas eran muy bien considerados” y habrá de concluir que el afeminamiento infantil, que pudiese haberse observado en Ceferino, constituía una valiosa predisposición para su posible rol futuro como machi, o jefe espiritual de su tribu.
El tramo siguiente desmenuza y analiza varios de los libros de apología de Ceferino escritos por sacerdotes salesianos y finalmente desgrana una serie consistente de conclusiones. Asegura que la beatificación dispuesta por la Santa Sede fue una operación con el objeto de intentar construir nuevos lazos de la Iglesia con las comunidades étnicas y menciona, al pasar, los reparos de sectores ortodoxos conservadores por la “ceremonia pagana” que se realizó en Chimpay, en noviembre de 2007, con la participación de jefes mapuches.
Dice David, hacia el final, que Ceferino es por un lado la inspiración justificada de sentimientos populares por lo que representan sus sufrimientos (alejamiento de su tierra, tuberculosis, etc.) y por el otro es un modelo de víctima propiciatoria, “diseñada para la cooptación étnica, moral, sexual, lingüística, religiosa y política del derrotado”; además de constituirse en “figura modélica” para la integración, de los sometidos, en el nuevo paradigma de poder.
Guillermo David seguramente no se propuso convencer a quienes encuentran en el beato un modelo integral, más bien seguro sabe que ellos serán sus más duros enemigos. Pero hace un aporte esclarecedor, instala dudas y obliga a reflexionar a quienes, como el periodista que firma este artículo, ya nos veníamos preguntando desde hace tiempo si Ceferino representa al héroe o a la víctima. Por Carlos Espinoza Fuente: APP | |