“Se está muriendo mucha gente que antes no se moría”, dice el más sabio de mis maestros. Su voz se oye como un acertijo que al desenredarse aclara el aire por el que cruza.
Durante mi primera infancia murieron mis abuelos paternos, pero yo no me di cuenta, era muy niña. Luego la única muerte de esos años fue la del Papa Pío XII. Recuerdo que nos pusieron un listón negro en el uniforme del colegio. Pero la vida siguió idéntica. Esa mañana jugamos a brincar la cuerda y en la tarde hicimos la tarea y comimos una nieve de limón. Se había muerto ese señor retratado de perfil en las bendiciones que algún pariente traía de Italia. Mi mamá tenía una enmarcada en la que no sé cuántas indulgencias se le concedían a la familia Mastretta Guzmán. Pensamos en él los minutos que dura un padrenuestro muy forzado y no nos importó más.
En la adolescencia y la juventud, la muerte fue, para mí, por primera vez, un espanto. No voy a contar lo que me hizo entonces. Lo que ando buscando son las palabras para contar lo que me hace ahora. En estos años en los que llueve ya sobre mojado. Ahora en que la muerte aparece a cada rato y siempre, de todos modos, nos asombra y ensombrece. ¿Será que entre más se repite, más inaudita nos parece?
Punto: Murió don José María Pérez Gay. No ando ahora para contarlo. Digo sólo que con él se arrancó del mundo una cantidad de alegría que no sé cómo volverá a reconstruirse.
Punto y aparte: Me pregunto si será la frecuencia de la muerte la que nos va volviendo distraídos con la edad. Uno va perdiendo a sus amores y con ellos va perdiendo la cuenta de sus olvidos. Estoy en el comedor, subo a mi estudio, me detengo frente al librero, me quedo mirando un entrepaño y otro. ¿Qué estoy buscando? ¿A qué vine aquí?
Punto final: Estoy oyendo a Bach. La memoria auditiva la tengo perfecta. Oigo un acorde y sé con toda precisión cuál sigue. Debe ser que la música no tiene nada que ver con la muerte. Bendita sea.
Punto de cruz: Sí, la cantante del cabaret, el vienes en la noche, fui yo. Dejo aquí una carvana agradecida a los aplausos del respetable.