-Me seducía la figura de Raúl Alfonsín, me seducía lo que encarnaba como expresión renovadora de la política, y bajo su conducción me seducía el radicalismo como espacio socialdemócrata en tanto ligado a las libertades individuales, los derechos humanos y la posibilidad que surgía de construir desde ahí una sociedad más igualitaria. Y fui de lleno a la militancia en la JR, de la cual en Azul fui presidente.
-Pero un día del 2000... ¿no?
-Y sí, ese año me fui del radicalismo para formar parte del grupo que fundó el ARI.
-Y el radicalismo fue historia... ¿dolorosa?
-Y... me fui muy desilusionado. Me habían movilizado Alfonsín y la posibilidad de un radicalismo con principios firmes, con debate de ideas, con pensamiento crítico y etcétera, etcétera. De golpe comencé a sentir, antes del 2000 claro, que todo eso quedaba en el terreno de mi utopía. En mi propio partido, en el lugar que había elegido para prestar el servicio que es la política, la política se transformaba en trenzas, componendas. En alguna medida, cuando llegó la Alianza renové mi crédito. Se llegaba al poder para luchar contra la corrupción, para luchar contra el deterioro de las instituciones, para mejorar la distribución del ingreso. Y con De la Rúa terminamos en lo mismo. Yo tenía algo menos de 30 años cuando arrancó la Alianza y, de golpe, no sé.
-¿En materia de desencantos ya era un viejo?
-Si usted quiere...