-El sistema político parece signado por una lógica que tiene mucho de perversa: llegar al poder y nada más. No importa el cómo ni cómo sostener ese poder. Vale lograrlo, como si en ese hecho se consumara, se definiera en sí misma y en términos únicos, de naturaleza única, la política. Es una lógica que gira y gira y se reproduce transformando la política en un espacio sólo alentado por la idea de poder y más poder sin ninguna referencia, sin ninguna relación con el poder como instrumento transformador... pareciera que eso no interesa. Esta lógica afecta el debate político.

-¿En qué términos?

-Por ejemplo, en términos de no colocarnos en camino al futuro. Si queremos marchar hacia una sociedad moderna, hay que instalar el debate de ideas argumentado, sereno, y no como se debate hoy, que lo único que vale a la hora de debatir pareciera que es el prejuicio, la estigmatización, la exclusión del otro en función de éste o aquel período de nuestro pasado?

-Pero, como señala Cortés Conde, en esta materia la Argentina reconoce otra historia porque en el siglo XIX, cuando el país era un conjunto de pueblos agrupados en medio de guerras civiles, había gente que trataba de pensar en el futuro.

-Hoy también la hay. Creo que en la Argentina, en tanto espacio donde la política adquiere su sentido, debemos de una vez por todas encarrilarnos en el manejo de ideas ajeno al dictado emocional. Pero en todo esto siempre estamos bajo la acechanza del pasado, como sucede hoy cuando de golpe pareciera que nos retrotraemos a la antinomia peronismo-antiperonismo u oligarquía versus pobres o aparato productivo versus sectores populares.

-¿Cuál de esas ecuaciones, por así llamarlas, le llama más la atención?

-Bueno, están todas muy interrelacionadas. Pero, a los fines de la pregunta, acá es muy llamativo que se hostiga al aparato productivo y a la vez no se redistribuye el ingreso. Hay mucho de neurótico en todo eso.

-Bueno, no creo que lo neurótico se exprese sólo en el sistema de decisión política, sólo en el poder. Todos los días hay evidencias de que, en tanto conjunto, la Argentina está muy enferma. ¿La política no expresa esa enfermedad? ¿O el problema está sólo en quienes están en política?

-Por supuesto que no. Los políticos venimos de esa sociedad marcada por patologías varias. Pero a la dirigencia política le cabe una cuestión de responsabilidad. Es un tema que hace al principio de ejemplaridad; es ahí, en ese espacio de poder, donde la palabra, el gesto, la decisión, el juicio tiene... adquiere... una proyección que hay que manejar con mucha responsabilidad. Es una cuestión que hace a forjar una cultura diferente para el tratamiento de las cuestiones públicas?

-Sarlo sostiene que desde lo institucional el daño más grave que le ha infligido Kirchner al país es haber transformado la Casa Rosada en algo así como el farol donde se apoya un compadrito, Kirchner. ¿Está de acuerdo?

-Sí, sí, y en esa definición cabe la carencia de ejemplaridad que señalo. Para todo esto vuelvo sobre el concepto de cultura; si la cultura que define a nuestro sistema político es la cultura de la trampa, del engaño, la llegada fácil, el ignorar al otro... si la cultura de los que mandan o los que estamos en política es ésa, bueno, la sociedad tampoco va a cambiar.

-Crece el consenso en planos académicos, políticos, en la reflexión en general sobre nuestro sistema político, en cuanto a que el presidencialismo, como ejercicio del poder, forma parte del núcleo grave del problema político argentino. Como contrapartida, comienza a reflexionarse sobre la necesidad de marchar hacia un sistema parlamentario. ¿Cómo se ubica usted en este tema?

-Creo que hay que dar ese debate y estoy a favor del sistema parlamentario. Ahora, no estoy de acuerdo con que el presidencialismo sea el problema que más condiciona el funcionamiento de nuestro sistema político. El problema es que el sistema presidencialista simplemente no funciona. Y no funciona por ausencias, porque como sistema el presidencialismo requiere cuestiones que aquí no se dan o simplemente se dan formalmente o se desvirtúan: requiere división de poderes, requiere un sistema judicial que sea valla para el poder, requiere de un Poder Legislativo con autonomía, con debate; requiere que los organismos de control funcionen también desde la autonomía... Yo estoy convencido de que con sólo aplicarse, con sólo tener en cuenta el dictado de la Constitución nacional, el sistema presidencialista funciona- ría.

-Sí, pero la cultura de encuadrarse en la Constitución es una cultura ajena a la práctica o ejercicio objetivo del poder. Ésa es nuestra experiencia, también lo es que una vez en la Rosada, de una manera u otra, ya como cultura puntual o estructural, siempre está abierto el camino hacia el hiperpresidencialismo.

-Pero por las razones que le digo: por deformación del sistema presidencialista. Después de todo, no pocos de nuestros países vecinos también desvirtuaron su funcionamiento vía el hiperpresidencialismo; sin embargo, sus sistemas políticos funcionan hoy como un presidencialismo adecuado, sin deformaciones. Pero reitero: hay que clavar el debate sobre el sistema parlamentario, con el cual yo estoy de acuerdo haciendo la salvedad que hago. En el fondo de todo esto subyace una realidad: la Argentina tiene un sistema institucional vaciado.

-Siempre en relación con el funcionamiento de nuestro sistema político tal cual está hoy, se especula acerca de en qué derivará a partir de diciembre, cuando el oficialismo no tenga mayoría parlamentaria y no le resulte fácil armarla. Se dice concretamente que puede derivar en la cultura hiperpresidencialista. ¿En qué términos piensa usted esos días por venir?

-A medida que se acerca diciembre más es la necesidad -desde la oposición- de tomar conciencia de la responsabilidad que nos cabrá en el nuevo Parlamento.

-Como el teorema de Baglini: a medida que uno más cerca está del poder más responsable debe ser.

-Exactamente. Está claro también que hay una oposición, pero no es homogénea, monocolor. La primera mirada sobre ella es que es oposición, pero una segunda mirada nos habla de heterogeneidades. Y no está mal que así sea. Por lo que palpo desde pertenecer a esa oposición es que, por encima de visiones, puntos de vista, tiene un convencimiento: construir consensos para comenzar a revertir el deterioro institucional en que está sumergido el país. No va a ser fácil, se tendrán que enfrentar muchos problemas.

-¿Cuál es el principal escollo?

-La irracionalidad en que ha devenido desde hace años el Poder Ejecutivo.

-¿Se va a resistir el kirchnerismo?

-No sé, no sé. Es muy complejo saber qué están pensando sobre lo que viene. Y no porque en tanto poder exprese éste o aquel lineamiento ideológico que en todo caso uno no comparta. Lo es porque su percepción de la política y del consecuente ejercicio del poder no tiene nada de democrático. Se siente el hacedor de la historia, el resto existe sólo para ser blanco de agresiones y para acreditarle las peores intenciones. Reitero: no será fácil poner en caja esta cultura presidencialista, pero se está y se aprovechará la opción que tendrá el nuevo Parlamento.

-¿Cuáles son las decisiones esenciales para ponerlo en caja?

-Hay que modificar el Consejo de la Magistratura, terminar con los superpoderes, terminar con la delegación de facultades, reconstruir los organismos de control que hoy están intervenidos... Y como trasfondo de todo esto está la cuestión social.

-Un diario brasileño -"O Globo"- acaba de señalar que parece mentira que la política argentina esté tan ensombrecida por la pobreza como lo está hoy. ¿Qué opina?

-Que ésta es una democracia renga, muy renga.

CARLOS TORRENGO

carlostorrengo@hotmail.com