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LA SEMANA EN SAN MARTIN: El viraje | ||
En la evolución de las ciudades hay virajes. Son momentos que no tienen una fecha precisa, pero se rastrean como puntos de inflexión. Empujan cambios sostenidos y hasta vertiginosos. No siempre con buenos modos. En San Martín de los Andes, la economía maderera dominó hasta entrados los ´70, cuando cambió el régimen de las que hasta allí eran históricas concesiones. Ya en los ´80 se disparó la economía afincada en el turismo y en la construcción, con el Hotel Sol y cerro Chapelco como buques insignia. Hubo profundas modificaciones en la ciudad. Comenzó a apremiar la demanda de servicios; se desplazó de rubros la mano de obra local y arribó nueva fuerza laboral. La tierra se revalorizó y subdividió, y las inmobiliarias comenzaron a contarse por decenas. Hubo créditos para sumar hoteles; la construcción creó conchabo y el conchabo dejó afincamientos; se abrieron nuevos caminos, se crearon barrios, hubo que hacer más escuelas. Siempre corriendo por detrás de las necesidades. Es que ese proceso tuvo un fuerte contenido de espontaneidad a lo largo del tiempo, careciendo de una visión integral de la ciudad, salvo en algunos aspectos puntuales y, sin embargo, para nada menores. El principal ordenamiento se orientó a preservar una idea un tanto vaga y discutible, pero significativa y potencialmente mensurable: la escala que debía tener la villa turística para mantener sus atractivos. Las ordenanzas 2210 y 3012, que fijaron las directrices urbanas y los usos de la tierra, fueron los dos últimos grandes intentos en ese sentido. Importantes, necesarios, pero no suficientes. Además del pueblo turístico hubo otro pueblo menos visible, en el que se fueron profundizando las contradicciones entre conservacionistas y desarrollistas; entre los defensores de la escala y los demandantes de casas baratas, en lotes apretados cual pajareras; entre los quedados con renta afuera y casa aquí (a veces, varias), y los hacinados en las casas paternas por no poder acceder al techo propio. Desde luego, estas tensiones son comunes a todas las ciudades, pero la diferencia es que San Martín de los Andes asienta esa diversidad de intereses en un espacio vital dramáticamente acotado y cruzado de jurisdicciones. La ciudad vive hoy momentos cuyas consecuencias están por verse. Pero no son el resultado de un cambio de paradigma. Son los efectos de la acumulación desigual y con trazas de desorden, iniciada en los años ´70 y ´80, que aún se perciben como un parcelamiento de la realidad (aquello de "cada cual cuida su quinta"). La presión creciente sobre las tierras de Parques y el Ejército; la conflictividad por la demanda insatisfecha de viviendas; el fenómeno de las usurpaciones (las públicas y las calladas); las recurrentes disputas con los mapuches; la discordia por el cambio de directrices urbanas; los entuertos que cabe esperar por el ya polémico reordenamiento del tránsito (incluido el traslado de la terminal y el uso de espacios públicos), cobran una luz distinta si se miran como evidencias de un mismo fenómeno, que trasciende a un gobierno en particular. Acaso la ciudad esté a las puertas de otros cambios profundos (esos procesos pueden llevar años). Incluso, quizá, de otro viraje empujado por la suma de tensiones. Por lo pronto y a juzgar por nuestra proverbial incapacidad para conciliar ideas y separar lo importante de lo aleatorio, no parece que hayamos aprendido mucho de los errores del pasado.
FERNANDO BRAVO | ||
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