Discurso a la memoria del Dr. René Favaloro
A siete meses de ocurrida la desaparición de uno de los hombres más talentosos que vio crecer este país me encontraba cursando el último año de la carrera de Ciencia Política en la Universidad Católica de Córdoba. Como la mayoría de los argentinos, no podía creer que este científico de semejante trayectoria se fuera de una forma tan abrupta, trágica y sorprendente. Me dije: "Algo tuvo que haber pasado". Fue entonces que escribí estas palabras para la cátedra de Teoría y Técnica de la Oratoria.
En este difícil momento que atraviesa mi país no puedo estar del lado de la indiferencia como si nada hubiera pasado; si el destino de los muertos depende de la memoria de los sobrevivientes, es mi deber honrarlo con estas palabras.
La tristeza ha inundado las almas de todo un pueblo que no puede digerir que su magnificencia y su alicaída figura ya no estén entre nosotros. El flagelo que nos acongoja es grande, pero debemos recordar que también fue grande su prestigio, reconocido en todo el mundo, ese que supo construir con la humildad y la rectitud que siempre lo caracterizaron. Fue un visionario que representaba aquella mitología de que el estudio y el trabajo llevan lejos y que esa meta se alcanza cuando además de pensar en uno mismo se piensa en el país. Peleó, luchó y sobrevivió mientras pudo desde el lugar que le tocó desempeñar en esta sociedad, por una práctica profesional llena de humanismo y buscando siempre la excelencia en el arte de curar vidas.
Él lo logró y fue más allá, buscando valores éticos y morales perdidos de que sin solidaridad una nación no puede avanzar, y quizás por haber ido más allá es que ya no está entre nosotros.
La historia oficial dirá que el Dr. René Favaloro se suicidó a los 77 años disparándose una bala directo al corazón, pero sabemos que no fue así. Su trágica decisión nos debe llamar a la reflexión sobre un país que siempre está perdiendo el rumbo. Porque sabemos que una de las funciones del Estado es formar profesionales, esculpiéndolos, moldeándolos? a su justa medida. El Estado logró hacer del Dr. Favaloro un monumento a la medicina, pero cometió filicidio al dejarlo solo, a la deriva, en una situación tan delicada como la que pasaba su fundación. El Estado no tiene que mantener emprendimientos como éste pero sí puede apoyarlos. En medio de esta aguda crisis social y de desempleo, de más de dos años de recesión, de altísimos niveles de corrupción estatal y de las deudas millonarias con que cuenta la Fundación Favaloro, ésta sigue en pie. Hay pocas instituciones en el mundo que hacen de ocho a diez cirugías cardíacas por día.
Ya sin él se le realizó un trasplante de hígado a una mujer de veintinueve años a partir de un donante vivo adulto, la primera intervención de este tipo en el mundo. Tres meses después se implantó por primera vez un corazón biventricular que permitió mantener la circulación sanguínea del paciente hasta su trasplante. La sociedad y en especial el sistema de salud deberían considerar como un pecado que la subsistencia de una institución así esté en juego. En la penumbra, ya en la soledad, algún ser dolido por su ausencia dirá para sí: "La Argentina es un país antropófago, se devora a sus mejores hijos?".
Pablo Leiva, DNI 25.173.317 - Plaza Huincul