Edmund Wilson, crítico literario del The New York Times en los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, escribió una historia novelada del socialismo que nace con la Revolución Francesa y finaliza, el libro, cuando Lenin, el jefe de la Revolución Rusa, llega en abril de 1917 a la estación de Finlandia, en San Petersburgo.
Lejos de la idealización de los jefes tan propia del mundo soviético, Wilson los humaniza cuando relata, por ejemplo, que el fundador del socialismo científico, Carlos Marx, casado con Jenny von Westphalen, tuvo un hijo en Londres con la empleada doméstica de la familia, Lenchen.
Wilson muestra que, del mismo modo que líderes del capitalismo como Franklin Roosevelt o John Kennedy, los revolucionarios comunistas también tenían amantes. Por una razón muy sencilla: lejos de ser perfectos eran, también, humanos. De Lenin escribió que "se mostraba especialmente considerado y amable con quienes no le llevaban la contraria, pero duro y grosero con todos los demás". Amigo de Máximo Gorki, quien se tomaba en serio la religión, no tuvo reparos en decirle que "toda idea religiosa, toda idea sobre cualquier diosecillo, incluso todo coqueteo con él es de una vileza indescriptible".
Cree Wilson, no obstante, que la imagen de Lenin se torna "menos inhumana" si se toma en cuenta que estuvo enamorado de Inessa Armand, una de las dos mujeres comunistas del siglo XX de las que se ocupa esta columna. Hija de un cantante francés y de una escocesa, Inessa fue llevada por su abuela a Rusia, donde se casó a los 18 años con el hijo de un rico empresario. Podría haber disfrutado la vida burguesa, pero prefirió la revolución y, alineada en filas bolcheviques, se convirtió en una fiel colaboradora de Lenin. Abandonó a su marido llevándose con ella a sus dos hijos, y se pegó al jefe. Tocaba a Beethoven en el piano para él, y le hacía de traductora porque manejaba cinco idiomas. Nadia Krupskaia, la esposa de Lenin, la mencionó en sus memorias y, dice Wilson, llegó a proponerle a su marido el divorcio para que formalizara su relación con Inessa. Lenin no quiso, pero según otra militante, Angélica Balabánova, "quedó totalmente deshecho" cuando Inessa murió a los 46 años, en 1920, víctima del cólera.
Puede que con el propósito de embellecer la imagen del jefe, la literatura comunista ignoró el papel político de Inessa Armand. Pero lo tuvo, e importante. En 1914 representó al bolchevismo, para oponerse a la guerra, en la conferencia de los partidos socialistas realizada en Zimmerwald. Y tres años después, en vísperas de la revolución de octubre, viajó con Lenin hasta la estación de Finlandia en el tren blindado que el gobierno alemán puso a disposición del jefe bolchevique porque su oposición debilitaría al ejército del Zar en la guerra contra Alemania. Fue así, aunque después de la toma del poder en Rusia Lenin apoyó la revolución en Alemania. Ya instalado el gobierno de los Comisarios del Pueblo en el Kremlin, Inessa participó en la dirección del "Genotdel", un organismo que nucleaba a las mujeres comunistas de la URSS.
Con Inessa, Alejandra Kollontai fue una dirigente destacada en el bolchevismo y, más aún, en el mundo, porque fue la primera embajadora perteneciente al "sexo débil". La recién nacida Unión Soviética la distinguió con ese cargo en Noruega, Suecia y México.
Ferviente comunista, Kollontai también militó en el feminismo. Fue una de las organizadoras, en 1918, del primer congreso de mujeres trabajadoras de toda Rusia, del que nació el "Genotdel", y formó parte del consejo editorial de la revista Mujer Comunista.
Con el avance de Stalin, que comenzó a producirse ya en 1921, cuando una cruenta enfermedad apartó a Lenin de la conducción del partido y el gobierno, Kollontai, cofundadora de la Oposición Obrera que quería entregar la dirección de las fábricas a los trabajadores, perdió influencia política. Su destino diplomático le salvó la vida, porque Stalin, en los años treinta , hizo ejecutar a decenas de miles de dirigentes y militantes que intentaron enfrentarlo.
En los primeros años de la revolución, Kollontai militó en la corriente que propició la liberación de la mujer, que no tenía derecho al voto y percibía salarios inferiores al hombre. El régimen soviético liberalizó las relaciones familiares y sexuales, aprobó el divorcio y el derecho al aborto y otorgó a las mujeres trabajadoras salarios de maternidad, guarderías y hogares para los niños. En buena parte esas medidas fueron para atrás con el stalinismo, que restableció la penalización de la homosexualidad y del aborto y la educación separada de los sexos.
Kollontai vivió durante dos años en Estados Unidos donde, invitada por el Partido Socialista, dio conferencias contra la guerra mundial. Escribió "los fundamentos sociales de la cuestión femenina" y "autobiografía de una mujer sexualmente emancipada". De regreso a su patria, murió en Moscú en 1952, a los 80 años.
JORGE GADANO
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