El nuevo matrimonio se ha consumado y la promesa de amor garantizada por 10 años y 600 millones de pesos para sanear las devastadas finanzas de los clubes volteó todos los eufemismos. El último y más memorable, el del vocero de la AFA, Ernesto Cherquis Bialo, quien a las puertas de la institución e indagado por los periodistas sobre el origen de los fondos que permitirán que hoy retorne el fútbol oficial, contestó sin contestar y sin rastros de duda: "La plata la pondrá el socio de la AFA".
A la misma hora, en su página web, la casa de Julio Grondona informaba lo que todos sabían desde hacía dos semanas: el socio de la AFA es el Estado. Dicho letra por letra en internet: "se logró acuerdo entre la AFA y el Estado. En su reunión, el Comité Ejecutivo aprobó un proyecto de contrato asociativo con la AFA, etc., etc.". Un antecedente legal que el kirchnerismo, todavía descorchando champán, ni siquiera se ocupó de regis- trar.
Zorro viejo, Grondona tiene más calle que Kirchner y tanto poder como él, pero con menos problemas que resolver como no sean los de su comarca. Por eso mandó a su vocero a usar fórmulas diagonales y por otro ordenó colgar en la página oficial de la institución la obvia verdad, todavía no dimensionada en su punto justo.
Es al revés de lo que se piensa: el fútbol arrastró al Estado a uno de los peores negocios de su vida, a cifras que no son las del mercado sino las de los tiempos políticos de Kirchner, obsesionado en su batalla contra el Grupo Clarín. El problema es que el Estado asume un compromiso en nombre de un gobierno que atraviesa la segunda mitad de su mandato constitucional y que, a pesar de las promesas de diálogo, no incluyó a la oposición en esta abrupta decisión de asociarse al negocio del fútbol profesional, algo a lo que ni siquiera se animaron las dictaduras que asolaron el país, salvo el caso del Mundial 78, declarado "cuestión de Estado".
No se trata sólo de lo que significan 600 millones de pesos por año en un país con las carencias que tiene la Argentina. Habría que dejar de lado eso, si fuera posible, por un momento. La trampa para el gobierno es que, de ahora en más, será también socio no de la fiesta de la presunta tevé gratis sino de todos y cada uno de los desquicios del fútbol: las malas administraciones, las minisociedades de los dirigentes con los barrabravas, la licuación de las deudas impositivas y las muertes en las canchas.
El contrato anterior, discutible para algunos, involucraba una cuestión entre privados estrictamente focalizada en la puntual televisación y los derechos de la misma. Pero cuando la plata viene del Estado la ecuación cambia. Ya no podrá Aníbal Fernández explicar que de la seguridad en las canchas deben encargarse los clubes y que los episodios de violencia no son inherentes al patrullaje del Estado ni podrá el gobierno perseguir a morosos impositivos y previsionales cuando, por otro lado, perdona a uno de los principales y más notorios.
El viejo Zorro está feliz, con cara de yo no fui, como siempre. Nadie percibe que el verdadero ganador de esta batalla, por ahora, es él. Aunque el champán lo descorchen otros.
PABLO ARIAS
DyN