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  Miércoles 19 de Agosto de 2009  
  Edicion impresa pag. 20 »  
  Nuestra virtuosa industria de maquinarias agrícolas  
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Desde el inicio de la conquista castellana en el siglo XVI hasta el comienzo del último cuarto del XIX, la ganadería fue la casi excluyente actividad generadora de lucro en el actual territorio argentino. Durante todo ese tiempo la agricultura y la horticultura se practicaron sólo para la subsistencia familiar y, a lo sumo, para la venta local. Las únicas producciones agrarias que se comercializaron de modo continuo en gran escala fueron los vinos y aguardientes cuyanos, la yerba mate misionera y el tabaco correntino. Así convenía a las arcas de la corona castellana y a las aspiraciones nobiliarias de conquistadores para quienes "labriego" era sinónimo de rústico, de siervo, de villano. Así convenía también a las clases dominantes de la Argentina preconstitucional, ya que la ganadería hacía uso extensivo de las abundantes, fértiles, mal apropiadas y mal deslindadas tierras y requería escasa mano de obra capacitada. Este arcaico fenómeno ha quedado indeleblemente grabado en el ideario argentino donde el gaucho -que siempre rechazó las normas urbanas y nunca quiso labrar la tierra- fue y sigue siendo el símbolo del hombre libre.

A partir de mediados del siglo XIX las crecientes poblaciones europeas aumentaron su demanda de alimentos, al tiempo que los ferrocarriles y los barcos a vapor desplomaban los fletes a una fracción de sus valores previos. Esto generó un excelente negocio de exportación de producciones agrícolas para países que -aunque fueran extensos y lejanos como la Argentina- tenían suelos fértiles y climas favorables. Para aprovechar esta gran oportunidad, los empresarios y gobiernos de la época suplementaron la casi inexistente mano de obra local "importando" grandes cantidades de labradores europeos, predominantemente italianos pero también españoles, rusos y de otras nacionalidades. Gran parte de ellos, casi la mitad, no encontró aquí la ansiada "tierra prometida" y regresó a sus países de origen. Los que se arraigaron, especialmente en las colonias agrícolas santafesinas, cambiarían tanto la apariencia de la campiña como la estructura profunda de las actividades rurales argentinas.

En 1878, el italiano Nicolás Schneider (en Esperanza, Santa Fe) fabricó el primer arado nacional. Desde la década de 1880, el uso local de trilladoras y desgranadoras se puso a la par del de Estados Unidos, país que fue nuestro principal proveedor de maquinaria agrícola y del que fuimos uno de sus principales mercados. Aunque estas máquinas se propulsaron inicialmente con fuerza animal, ya en 1910 Juan Istilart fabricó una trilladora con motor a vapor, cuyo uso se generalizó. En 1922, Juan y Emilio Senor (en Soldini, Santa Fe, todavía hoy una de las fábricas más importantes de maquinaria agrícola) hicieron las primeras cosechadoras nacionales de tracción animal, las que a partir de entonces, junto con los tractores, se incorporaron crecientemente a la producción de trigo, avena, cebada, lino y mijo. En 1925 se fundó la empresa Bernardín, inventora del cabezal maicero, fabricante de cosechadoras, pulverizadoras y picadoras de forraje, que hoy tiene filiales en España. En 1929, Miguel Druetta y Antonio Rotania (en Sunchales) fabricaron la primera cosechadora automotriz del mundo con plataforma central, que luego comercializó internacionalmente la empresa canadiense Massey Harris. Las limitaciones a las importaciones en la década de 1930 y el ingenio de los agricultores impulsaron la creación de talleres de reparación, adaptación y "refabricación" de maquinarias para las que era entonces imposible conseguir no sólo reemplazos sino también repuestos. En 1941 Santiago Puzzi fabricó la primera cosechadora con orugas para arroz (en la santafesina Clusella). En 1944, Carlos Mainero (en Bell Ville, Córdoba) implementó uno de los primeros equipos del mundo para la cosecha de girasol. En la década de 1950 Roque Vassalli, innovador tecnológico considerado por algunos como el Henry Ford de la industria argentina, fundó una fábrica de cosechadoras que hoy abastece gran parte del mercado argentino, compitiendo con poderosas firmas internacionales como John Deere e International Harvester. Entre 1990 y 2004, Vassalli multiplicó por 10 su producción en tiempos en que las empresas extranjeras dejaban de fabricar maquinaria en el país, limitándose a importarla. Otro importante y más reciente invento argentino, perfeccionado con numerosos aportes no bien identificados, fue la deschaladora y desgranadora de maíz (tarea de alto costo en mano de obra), adaptación de la cosechadora de granos finos mediante el agregado de una plataforma especial. Esta capacidad multifuncional facilitó la amortización del alto costo de estas cosechadoras logrando que la innovación fuera adoptada en todo el planeta.

La proliferación de actividades como éstas hizo que a partir del segundo cuarto del siglo XX la región sureste de Córdoba y sur de Santa Fe se convirtieran en un gran emporio de fabricación de implementos y maquinarias agrícolas de todo tipo. Hay allí hoy una alta concentración de talleres y pequeñas y medianas empresas que fabrican desde repuestos hasta molinos de viento, cultivadoras, cosechadoras y máquinas de siembra directa. A partir de la década de 1990 estas empresas empezaron a incorporar tanto tecnologías de diseño como máquinas herramientas basadas en computadoras. Su competitividad es manifiesta dada la escasa protección estatal, ya que desde el 2001 la maquinaria importada paga aranceles aduaneros de sólo el 14%. La reciente agricultura de precisión, óptimamente adaptada a las variaciones locales de características del suelo, requiere el uso de equipos basados en datos GPS, de los que también hay ya producción local. El mercado nacional de maquinaria agrícola es hoy -aun con la gran incertidumbre que generan las erráticas políticas estatales- del orden de mil millones de dólares anuales. Aunque la industria nacional de maquinarias agrícolas depende críticamente del mercado interno, esta nada despreciable cifra se complementa con el potencial del mercado brasileño (favorecido por los convenios del Mercosur), que es unas seis veces mayor. En el 2007-2008 sólo el 20% del mercado argentino se abasteció con maquinaria nacional y la mayoría de las importaciones se hizo desde Brasil. La producción nacional es más competitiva para máquinas sembradoras, debido al gran desarrollo local de la siembra directa, pero disminuye para las cosechadores y más aún para los tractores. Muchas de nuestras fábricas de tractores se relocalizaron en Brasil, siendo Zanello la mayor que todavía produce en la Argentina. A diferencia de lo sucedido en la mayoría de los demás sectores industriales, ha habido en esta área un destacable aumento de la inversión en investigación y desarrollo nacional.

Además de sufrir en carne propia todas las vicisitudes de los agricultores argentinos, sus principales compradores, las empresas nacionales de maquinaria agrícola ven encarecidos sus costos productivos por la inexistencia local de muchos de sus insumos y por las grandes dificultades de acceso a créditos a tasas razonables (hoy accesibles en algunas provincias sólo gracias a unas pocas leyes provinciales de emergencia económica). Pese a estas enormes limitaciones, la de maquinaria agrícola fue en el último lustro la industria más innovadora y rápidamente creciente del país. Aunque su escala no alcanza ni remotamente a la de países más industrializados, ya es capaz de exportar. Con adecuada promoción podría ser uno de los sectores productivos más importantes, con la ventaja de que está radicado y da trabajo en el interior y es el más directamente ligado al rubro en que nuestro país tiene la máxima ventaja comparativa. Es también uno de los menos conocidos por los argentinos, la mayoría de los cuales cree que el agro es el sector tecnológicamente más atrasado del país, cuando en realidad resulta uno de los más avanzados. La originalmente próspera ganadería, en cambio, no ha abandonado todavía en proporción suficiente su carácter extensivo ni incorporado los indispensables avances tecnológicos, por lo que está siendo relegada a los rincones menos fértiles del país. Si el tradicional asadito del fin de semana resulta finalmente reemplazado por una "milaneseada" de soja (con virtuosa eliminación del colesterol), deberemos agradecerlo a la visión de futuro de nuestros gobernantes, ya que la ganadería (lechería incluida) es la actividad agropecuaria que proporcionalmente contribuye más al calentamiento global por su desproporcionada generación de metano y dióxido de carbono. Así como por su insaciable afán de enriquecimiento, Moreno dixit.

CARLOS E. SOLIVÉREZ (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Doctor en Física y diplomado en Ciencias Sociales.

Mail: csoliverez@gmail.com


CARLOS E. SOLIVÉREZ

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