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El precio de la miopía | ||
Según una leyenda seudocientífica que disfruta de cierta popularidad entre los economistas, una rana saltaría en seguida si uno la pusiera en una cacerola llena de agua hirviendo, pero si el agua estuviera fría y uno la calentara lentamente, permanecería hasta morir cocinada. Aunque quienes han puesto a prueba esta teoría nos aseguran que en realidad las ranas no suelen resignarse con tanta facilidad a una muerte cruel, el principio así reivindicado es válido. Por cierto, de haber aumentado el gobierno kirchnerista las tarifas energéticas poco a poco con el objetivo de impedir que se alejaran demasiado de los precios internacionales, como se hizo en Brasil y Chile, hasta los porteños más exigentes ya se hubieran acostumbrado a pagar varias veces más por la electricidad y el gas que consumen, con el resultado de que el país se hubiera ahorrado la crisis política, económica y social provocada por un intento extraordinariamente torpe de recuperar el terreno perdido a partir de mayo del 2003 en un solo día. Si bien el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner está en lo cierto cuando dice que los consumidores deberían pagar mucho más por la energía, cometió un error garrafal al permitir que las empresas distribuidoras golpearan a sus clientes con aumentos que en muchos casos superaron el 400%. Conscientes de que si lo cohonestaran comenzarían a proliferar cacerolazos todavía mayores que los vistos antes de que el Senado hundiera el proyecto de retenciones móviles, incluso los diputados del bloque kirchnerista dejaron saber que no lo apoyarían, razón por la que el gobierno optó por dar marcha atrás. No exageraron demasiado aquellos dirigentes opositores que compararon esta derrota oficialista con la que experimentó el año pasado frente al campo, pero mientras que en aquella ocasión el revés sirvió para advertirles a los Kirchner de que había un límite al grado de arbitrariedad que la sociedad estaría dispuesta a tolerar, el que se haya visto obligado a suspender el tarifazo por un par de meses tiene connotaciones mucho menos benignas. Entre otras cosas, significa que buena parte de la población continuará resistiéndose a pagar por lo que cree tiene derecho a continuar consumiendo. Aunque tal actitud puede entenderse, ya que el gobierno kirchnerista se las arregló para convencer a quienes viven en zonas residenciales dotadas de la infraestructura adecuada de que la energía era muy barata y que por lo tanto les convenía invertir mucho dinero en estufas, acondicionadores de aire y otros artefactos que de otro modo les resultarían excesivamente caros, ello no quiere decir que el esquema actual sea sostenible. Mal que bien, a menos que la sociedad en su conjunto encuentre la forma de pagar mucho más por la luz, gas y otros combustibles que necesita para funcionar, tarde o temprano se verá ante una crisis energética fenomenal, puesto que los stocks locales se agotarán y, por solidarios que sean sus gobernantes con los Kirchner, los bolivianos, brasileños y venezolanos insistirán en cobrar lo que dicten los mercados internacionales que, es innecesario decirlo, no se dejarán influir por las vicisitudes políticas, económicas y sociales de nuestro país. Se ha estimado que, a raíz de la suspensión por dos meses de los aumentos, el gobierno -es decir, los contribuyentes- tendrá que entregar a las empresas distribuidoras la friolera de 500 millones de pesos. Criticarlas por su voracidad, dando a entender que si fueran menos mezquinas podrían continuar repartiendo gas y electricidad a precios que por un margen muy amplio son los más reducidos de la región, puede resultar tentador a demagogos populistas, sindicalistas y los defensores profesionales de los derechos del consumidor, pero no ayuda a modificar la realidad. Ningún país puede darse el lujo de mofarse de ciertas reglas económicas básicas, de las que una es que a menos que se invierta lo bastante en la producción de energía llegará el día en que comience a escasear con el resultado de que a la larga costará todavía más de lo que de otro modo hubiera sido el caso. Al elegir sistemáticamente anteponer el corto plazo al mediano, negándose a prestar atención a las advertencias de los más previsores, los Kirchner se han internado en un campo minado del cual les será imposible salir indemnes. | ||
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