Jorgito, tocayo, tu exabrupto en el momento de escuchar la sentencia estuvo fuera de lugar, aunque te entiendo totalmente porque siento lo mismo que vos en estos momentos de tanta hipocresía junta.
Ni siquiera para el gallinero sirven -salvo las honrosas (las menos) excepciones que llegaran a existir-, por ello en tu dolor sigo acompañándote, como todos los que te conocemos bien y los bien nacidos reflexionamos. La justicia terrenal no existe, al menos en nuestro querido país, pero las mujeres, los hombres y el menor que intervinieron en la masacre, junto con sus padres, tienen una peor y más dolorosa: ¡su conciencia! y cada vez que se miren en el espejo del baño serán acusados por su acción y mentira; hasta su muerte, jamás podrán vivir en paz.
Los puedes dar por cierto. Eso les pasa a los que internamente saben que son culpables y cómplices de una muerte tan absurda e imbécil, como ilógica.
Es como cuando les dan la libertad a los abusadores sexuales... "son tan buenitos" que los largan, pero el que ejecuta la sentencia no se los lleva a su casa para que convivan con su madre, su esposa y sus hijas... haciéndoles la comida que prefieren, los bañen, estén en el mismo hogar y así recuperarlos para convivir con nosotros.
Evidentemente hay que hacerles un monumento al desparpajo, el desprecio por nuestra sociedad y por abusar de nuestras universidades, que los formaron. Pero no de esa manera, los que asistimos a la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA, o cualquiera otra de la Nación, no fue eso lo que nos predicaron...
Y fijate lo pusilánimes que son: una jueza de la Corte Suprema de la Nación cobró un dinero "por desaparecida" -plata que puso el pueblo con sus impuestos, no del bolsillo de los que mandan- y de repente, como un rayo en el firmamento, aparece primero en La Haya y ahora aquí, pero el dinero mal habido no volvió a la Nación.
Jorge Álvarez, LE 7.562.586
Neuquén