Tanto o más que cualquier vecino cercano, los barilochenses asumen como un hábito consolidado el de los programas electorales que son puro artificio, los anuncios repetidos, los planes que fallan y el desdén de los gobiernos de turno por los proyectos de largo plazo. En tiempos de prosperidad tal vez se nota menos, pero las periódicas crisis que empiezan por lo económico y se extienden a lo social, también contagian por lo general al campo de las ideas. Al punto de que el concepto impuesto es el del Estado impotente y la precariedad como único horizonte.
Aunque nadie lo reconozca en esos términos, existe en la práctica una renuncia consciente a la planificación y la mirada larga. Al asumir el intendente Marcelo Cascón se propuso inaugurar una gestión de signo distinto, con cambios ambiciosos. Pero en 14 meses de gestión está visto que no pudo romper la inercia de las administraciones de vuelo bajo, que no consiguen asomarse siquiera a los problemas estructurales de la ciudad.
Quizá el avance mayor que tiene para exhibir sea el Plan de Ordenamiento Territorial, todavía a medio camino. Pero son demasiadas las áreas donde se acumulan las demandas urgentes y los compromisos incumplidos. En los últimos días el gobierno debió soportar críticas desde todos los flancos sobre su política de Tierras. Otro tanto ocurre con las políticas sociales. En el último tiempo creció en gran forma el número de chicos que hurgan en la basura y los beneficiarios del Plan Calor no recuerdan otro año en el que se haya implementado tan mal.
Se agregan el desgobierno absoluto del tránsito, la pobreza vergonzante en materia de obra pública, la falta de fiscalización en casi todas las áreas, el basural sin solución y las demoras no explicadas en la licitación del transporte urbano.
Por si faltaban promesas desatendidas, en la última audiencia de la tarifa de los colectivos, Cascón anunció que "en 40 días" enviaría al Concejo los pliegos para licitar el servicio. Ese plazo venció a fines de mayo y del proyecto todavía no hay noticias.
El reino de lo ficticio y lo medroso se extiende también al presupuesto 2009. La ordenanza que debería describir el plan de trabajo de una gestión municipal es desde su aprobación un compendio de números ajenos a la realidad. A esta altura quedó más cerca de la trácala que del error de buena fe. En ese magma es impensable plantear cualquier meta de largo plazo. Las políticas de gobierno se limitan en general a los abordajes tímidos, que son enterrados por los hechos a la primera de cambio.
Aunque hay en muchas áreas un déficit de aptitud, no es ningún descubrimiento que las limitaciones tienen mucho que ver con la escasez de recursos. Los registros dan cuenta de que el conjunto de empresas y comercios de la ciudad facturó en 2008 algo más de 3 mil millones de pesos. Una cifra que está por debajo de la real porque abundan las subdeclaraciones.
La recaudación por tasa de Inspección, Seguridad e Higiene apenas capta el 47 por mil de esa suma. Escaso margen puede tener un gobierno para desarrollar políticas públicas si participa en esa proporción del movimiento económico de la ciudad. Nación y provincia absorben mucho más, pero el derrame sobre la ciudad es apenas simbólico. Este año el municipio tenía previsto ejecutar obras con recursos de la Nación por $23.000.000 y cuando promedia agosto recibió $ 1.100.000.
Esa molicie genera quejas dispersas, que ganan en volumen cuando Bariloche debe recibir una cumbre de presidentes continentales y se descubre desarropada. La desinversión de años en infraestructura pública no tiene remedio. Los mandatarios se reunirán en el hotel Llao Llao, pasarán frente al Centro Cívico y transitarán la castigada avenida Bustillo. Dolorosas evocaciones de un Estado activo y planificador que ya no está. Mientras que los problemas estructurales arraigan cada vez más hondo y la mentada justicia distributiva, que no falta en los discursos y plataformas de ninguna corriente ideológica, arrastra un fracaso tras otro