En el mundo entero, el fútbol es un negocio que mueve miles de millones de dólares, de ahí los ingresos envidiables de los jugadores más célebres y las sumas astronómicas que suelen pagar los clubes más ricos para contratarlos. Dicho de otro modo, el fútbol cuesta dinero, muchísimo dinero, razón por la que la voluntad evidente del gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner de en efecto estatizarlo, luego de impulsar la rescisión unilateral del contrato entre la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) y la empresa Televisión Satelital Codificada (TSC), ha causado mucha preocupación. Por simpática que parezca a primera vista la idea de que por tratarse de una actividad tan popular el fútbol televisado gratuito debiera considerarse un derecho inviolable, la única forma de garantizarlo consistiría en repartir cuantiosos subsidios estatales entre los clubes. Caso contrario, todos los jugadores y técnicos que estén en condiciones de hacerlo se trasladarían lo antes posible al exterior, dejando en el país sólo a los incapaces de encontrar un lugar aunque fuera en un equipo extranjero sumamente modesto. Asimismo, de intervenir en el fútbol el Estado nacional con la ineficacia que le es habitual, la Argentina dejaría de ser la auténtica potencia en el deporte más visto del planeta, que es desde hace un siglo, para convertirse en uno de los países más mediocres.
Si bien el gobierno insiste en que no es su intención involucrarse en lo que dice seguirá siendo un negocio entre empresarios privados, nadie lo cree. Como señala el peronista bonaerense Francisco de Narváez, "utilizar los recursos del Estado para financiar el fútbol es otro disparate de los Kirchner que no debemos permitir. Se habla de 600 millones de pesos?". En realidad, de comprometerse el Estado a subsidiarlo, los costos no tardarían en superar dicha cifra. Para competir con sus rivales tanto en el país como en el resto del mundo, los clubes pedirían tanto dinero que satisfacerlos requeriría montos mucho más elevados que los que ya se gastan para mantener funcionando a aquel otro símbolo nacional que es Aerolíneas Argentinas. De Narváez no es el único vocero opositor que se siente desconcertado por lo que toman por una decisión oficial de dar prioridad al fútbol por encima de las necesidades de las provincias y, es innecesario decirlo, de los millones de personas paupérrimas que tienen problemas para alimentarse adecuadamente. También han protestado legisladores de PRO, la UCR y de la Coalición Cívica.
A partir del desmoronamiento de la convertibilidad, nuestros gobiernos se han acostumbrado a romper contratos, tratándolos como meros pedazos de papel. Los costos de tal práctica para el país ya han sido enormes; la presunta nacionalización del fútbol que está en marcha no contribuirá a reducirlos. Tampoco nos ayudará del todo el que nadie ignore que el impulsor principal de lo que ha ocurrido es, cuando no, el ex presidente Néstor Kirchner y que sus motivos tienen menos que ver con su hipotético deseo de permitirles a los aficionados ver gratis los partidos del club de sus amores, que con su conflicto con el grupo mediático encabezado por el matutino porteño "Clarín". Luego de haberlo respaldado o, por lo menos, tratado con benignidad durante la primera fase de su gestión, "Clarín" ha asumido una actitud mucho menos contemplativa, un cambio que según algunos se debe a la negativa oficial a colaborar con su estrategia comercial. Sea como fuere, el que tantos hayan dado por descontado que la rescisión de un contrato multimillonario con vigencia hasta el 2014 es una consecuencia lógica de una lucha entre una empresa mediática influyente y un político que sigue siendo muy poderoso merced a su relación conyugal con la presidenta de la República, es de por sí preocupante.
Desde que el gobierno kirchnerista comenzó su gestión en mayo del 2003 nunca ha vacilado en usar el presupuesto publicitario oficial para conseguir apoyo periodístico y para perjudicar a los reacios a dejarse comprar. Parecería que ahora, que su pérdida de popularidad lo ha puesto contra las cuerdas, continuará con la misma política, pero en adelante empleará métodos todavía más contundentes que los favorecidos cuando pocos cuestionaban su hegemonía.