uienes durante muchos años criticaron el contrato celebrado entre la AFA y TyC primero y TSC después se han llenado la boca desde siempre hablando de monopolio. Ahora se alzan otras voces que temen por otro monopolio a su juicio más nefasto, porque involucra la comprobada incapacidad del Estado para administrar. Desde lo ideológico y en medio de la rescisión del contrato de televisación del fútbol, las peleas dialécticas están a la orden del día, aunque en el fondo de la cuestión estén presentes el poder y el dinero, junto a la necesidad política del gobierno nacional de mostrar algún gol a favor.
Los más progresistas, que critican el capitalismo y la potestad de los privados para fijar reglas que dejan afuera las consideraciones sociales, apuntan a un Estado presente, aunque esencialmente en tareas de salud, educación y seguridad.
Desde el otro lado, los más liberales abominan de que sea el Estado el que se meta en un contrato entre particulares y se quejan de la ineficiente fijación de prioridades en la asignación del gasto y del hecho de que la situación podría impactar en el bolsillo de todos los contribuyentes, sobre todo entre los más pobres.
En este punto, ni los unos ni los otros ignoran que el tango no se baila solo sino que se necesitan dos. Y que para que haya un monopolio que usufructúe es necesario que haya un concedente que lo permita.
Sin embargo, la pelea por el dinero del fútbol parece haberla ganado el bando de los populistas, que apunta a convencer con el discurso de la gratuidad como si no se supiera que en economía nada es gratis.
En esta ocasión, una vez más la AFA y los dirigentes de los clubes han tenido la coherencia de comportarse a favor de la historia reciente aunque muchos de ellos por necesidad, para tapar los agujeros negros de administraciones sospechadas, como una elite dispuesta a digitar las cosas para que la moneda siempre les caiga a su favor.
En primera instancia, tomaron de buen grado aquel kilométrico contrato de tevé hasta el 2014, después se comieron el dinero del Prode, la sponsorización, la publicidad estática y la venta de jugadores y ahora dieron una vuelta en el aire y se pusieron del lado del Estado, quizás por 10 años, aunque se sospeche que para seguir haciendo de las suyas.
Está claro que ahora el gobierno asegurará una cifra anual y que será socio de la AFA, aunque todavía hay un gran paréntesis que envuelve la cuestión hasta que se desnuden sus verdaderos planes: si el Sistema Nacional de Medios Públicos hará una administración centralizada con comercialización incluida o si será un mero distribuidor de partidos con destinos varios y a riesgo de los demás.
También habrá que ver qué cosas cambian para satisfacer los estándares mínimos de transparencia que todos desean. Si antes no hubo licitación, ahora no debería volver a funcionar el dedo. Si antes los números eran un agujero negro, ahora esa contabilidad debería estar abierta a todos. Si antes había que pagar por el fútbol, habría que reconocer que es probable que ahora también se deba pagar. En fin, si aquello era un monopolio, ahora habría que evitar caer en otro.
Al respecto, el ex periodista Ernesto Cherquis Bialo, vocero del presidente de la AFA, no ha sido un fiel expositor de los nuevos vientos que deberían soplar cuando comunicó la rescisión del contrato con TSC con medias verdades al estilo de que desconocía la acción del gobierno nacional o sin decir que Agremiados había parado la supuesta presión que le puso vapor a la olla. Más bien, Cherquis hizo gala de un descaro que ofende la inteligencia cuando señaló que "por suerte, ahora no habrá que esperar más hasta el domingo a la noche para ver los goles", como si el contrato que obligaba a la AFA a tal despropósito lo hubiese firmado una sola parte. Es más, Torneos asegura que esa cláusula la puso el propio Julio Grondona, el incombustible dirigente que sigue monopolizando su silla mientras "todo (lo demás) pasa".
HUGO GRIMALDI (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Director periodístico de la agencia DyN