Lunes 10 de Agosto de 2009 Edicion impresa pag. 29 > Cultura y Espectaculos
EN CLAVE DE Y: Todas las infancias

Usted habrá notado la proliferación de lo que llamo "autoprogramas radiales", ésos donde el o la locutora proponen una consigna y quien escucha hace el resto, es decir, el programa completo. Algún incentivo mediante, tipo bono para ir a ver a Fulanita, o dos entradas de cine, el éter se llena de, generalmente, remembranzas.

"¿Qué comida le gusta más?" "Cuéntenos de su primer amor", "¿Qué música bailaba en su juventud?" De taquito nomás, una propaganda aquí, una melodía allá, el estado del tiempo, y listo. FM, AM, pequeñas, medianas, líderes en el país, todas adhieren al "hágalo usted mismo". No me parece mal, le aclaro.

Obviamente, el fin de semana estuvo poblado de reminiscencias infantiles. A qué jugaba cuando era niña, cuál es tu mejor recuerdo, quién era tu íntimo amigo, la maestra preferida, hacías cartas a los Reyes Magos y le dejabas agua y pastito para los camellos, qué le dirías a los adultos en tu día... Escuché de todo, y tentada estuve de contribuir con mis aventuras en los techos y los árboles (actividades que como la practicaban mis hermanos, yo las prefería a muñecas y pianitos), pero me quedé sentadita, porque como usted ya sabe, estoy operada y debo caminar un poco pero sólo un poco. Hace años tuve la pésima idea de poner el teléfono en el lugar en que menos estoy, y me han regalado un inalámbrico que no consigo que me hable. No me extraña; tengo un karma con las máquinas de cualquier tipo.

Dicho lo cual, y mientras observaba un par de palomas empeñadas en encontrar en mi patio algo para comer -sin éxito-, me di cuenta de algo: nunca escuché relatos de infancias desgraciadas, que las hay, y muchas. Supongo que una persona con esa experiencia infantil no tiene el impuso de compartirlas al aire y aguar la fiesta, porque el tono del locutor o locutora es francamente festivo. Y si de un niño o niña se trata, lo más seguro es que esté con adultos alrededor?a los cuales les gustaría todavía menos. Como alguna vez registré de una consigna de Unicef, "el peor enemigo de la violencia familiar es el silencio".

Entonces llegó Mariela. Mariela es mi hermana menor, profesora universitaria de etapa preescolar. Y me sacudió la estantería. Me informó que se está revisando el concepto de "infancia" como un imaginario único dotado de determinadas cualidades, las cuales, desmentidas por la realidad, desorientan a la docencia; y dan una mirada a ese período tan sesgada, que se analiza al pibe o la piba desde sus "falencias", sin hacer hincapié en sus potencialidades o actos positivos: en todo caso, distintos, pero no necesariamente negativos. No hay "infancia", me aseguró. Hay "infancias".

Al pretender evaluar un niño o una niña desde una mirada única, generalmente ideal y feliz, que por supuesto no se cumple, es imposible dar en la tecla con la forma de incentivar lo mejor del pequeño sujeto en cuestión. Esto hace la institución escolar, me dijo; y seguramente otras instituciones, agrego yo, como voluntariosas ONG que se ocupan de la infancia desde ese mismo imaginario ideal.

Llegar de un hogar pobrísimo no necesariamente implica que alguien así no haya desarrollado cualidades de supervivencia elogiables, seguramente más eficaces en el futuro que salir de la computadora o los jueguitos o el celular. En espejo, el pibe o piba de medio o alto nivel económico tendrá, también, sus ventajas, y sus desventajas. Esto implica mayor compromiso con cada niño y niña, que son personas en determinada fase: la infancia, y no adultos en miniatura. Y para peor, ese "adulto" también responde a un modelo, un imaginario asociado con el éxito y el éxito tiene que ver con plata y cosas y determinadas profesiones. En este imaginario, tocar la guitarra o llenar las paredes de grafitis es un disvalor; en todo caso, un "entretenimiento".

¿Fui clara? Lo dudo, puesto que el concepto apenas lo empiezo a masticar yo. Es como si intuyera su enorme validez, su giro copernicano de perspectiva. Mariela me prometió material, y yo ya se lo contaré a usted. Siempre es bueno poner, como un infante, las neuronas a jugar, y como hacen ellos, preguntarnos más seguido "¿por qué?"

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