Con cierto optimismo, el ministro de Economía Amado Boudou cree que, "con nuevas medidas que se irán tomando en los próximos meses, la Argentina estaría en condiciones de volver a los mercados internacionales hacia fines de año". De ser así, se pondría fin a una ausencia larga que comenzó con el jubilosamente festejado default de diciembre del 2001 y que por motivos de política interna Néstor Kirchner y su esposa optaron por prolongar, pero parecería que en vista de las dificultades financieras que enfrenta el país ambos han llegado a la conclusión de que las hipotéticas ventajas brindadas por el aislamiento relativo característico de los años últimos se han hecho magras mientras que los costos están resultando insoportablemente grandes. Con todo, aunque es de suponer que "el mundo" quiere que la negativa obstinada del gobierno argentino a respetar las reglas deje de causarle dolores de cabeza, la eventual reincorporación del país a los mercados internacionales no será tan fácil como Boudou da a entender. Puesto que en el ámbito de las finanzas importa mucho la confianza mutua, antes de regresar el gobierno tendría que solucionar el problema mayúsculo que provocó cuando se le ocurrió convertir el Indec en una fábrica de ilusiones, además de llegar a un acuerdo con los bonistas que se negaron a aceptar el canje leonino propuesto por nuestro gobierno y, para colmo, de permitir que los técnicos del FMI sometan la economía a una auditoría contable para determinar su estado real. Aunque los voceros gubernamentales podrían atenuar el golpe a su autoestima que les supondría la presencia en el país de "inspectores" del FMI afirmando que merced en buena medida a los esfuerzos de los Kirchner el organismo ha cambiado mucho desde el 2003, no les haría ninguna gracia que encontraran una situación muy distinta de la que figura en el "relato" oficial.
La razón por la que Boudou se ha puesto a hablar de volver a los mercados internacionales es sencilla. Por haber sido tan procíclica la política económica del gobierno cuando el país, beneficiado por un viento de cola muy fuerte, crecía a un ritmo casi chino, no contamos con los recursos financieros necesarios para amortiguar el impacto de la recesión. Obligado a elegir entre un ajuste feroz por un lado y endeudarse todavía más por el otro, Kirchner claramente prefiere la segunda alternativa. En otras circunstancias, la voluntad de acumular más deuda podría criticarse, pero puesto que en la actualidad virtualmente todos los gobiernos nacionales están haciéndolo, el nuestro puede decir que su estrategia es idéntica a la del presidente norteamericano Barack Obama, el primer ministro británico Gordon Brown y otros pilares del capitalismo mundial. Claro, es bien posible que los habitantes de los países del Primer Mundo tengan que pagar un precio muy elevado por la voluntad de endeudarse hasta las cejas de gobiernos que reaccionaron con pánico frente al colapso financiero del año pasado, pero por ahora éstos son tan reacios como han sido los Kirchner a preocuparse por lo que podría suceder en el mediano plazo.
Según algunos especialistas, nuestras cifras macroeconómicas distan de ser tan malas como las de países que no tienen dificultades para conseguir préstamos a tasas de interés razonables, de suerte que siempre y cuando el gobierno lograra reparar los daños que hizo al Indec la Argentina podría reintegrarse en seguida al sistema financiero internacional. Sin embargo, una cosa es contar con números macroeconómicos aceptables y otra muy distinta impedir que las distorsiones microeconómicas, comenzando con las agravadas por una tasa de inflación decididamente superior a la oficial, terminen modificándolos. En los años últimos el gasto público ha aumentado muchísimo y son cada vez más los gobiernos provinciales que no disponen de los recursos necesarios para honrar sus obligaciones para con los acreedores y, claro está, con los empleados estatales. A menos que el gobierno nacional logre solucionar los problemas así supuestos, el panorama macroeconómico no tardará en deteriorarse hasta tal punto que, aun cuando el país consiguiera reconciliarse con la comunidad financiera mundial, pocos estarían interesados en arriesgarse prestándole los miles de millones de dólares que necesitará para mantenerse a flote.