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En algunos países privilegiados, la política se ha vuelto tan aburrida que sólo una minoría se da el trabajo de votar en las elecciones. Muchos no tienen empacho en decir que el tema no les interesa para nada porque en última instancia todos los políticos son iguales. Tal actitud puede comprenderse. Mientras que en otros tiempos la política inspiró grandes pasiones porque los protagonistas representaban ideas radicalmente diferentes, lo que aseguraba que se produjeran enfrentamientos a veces extraordinariamente cruentos, hoy en día en el mundo desarrollado lo que está en juego suele ser sólo una cuestión de matices, de distintas tonalidades de gris, ya que, lo confiesen o no, todos los candidatos a puestos electivos son "centristas" y a menudo es muy difícil encontrar diferencias genuinas entre las propuestas de un conservador por un lado y las de un socialdemócrata por el otro. Incluso en Estados Unidos, donde el triunfo el año pasado de Barack Obama fue festejado como un acontecimiento histórico, el "cambio" tuvo más que ver con el color de su piel que con lo que se había comprometido a hacer. Tanto la política económica como la exterior del gobierno de Obama se asemejan mucho a las de la fase final de la administración de George W. Bush. Por ahora cuando menos, las diferencias han sido mayormente retóricas y no sorprendería que, al multiplicarse los obstáculos en el camino de las reformas impulsadas por Obama, se hicieran todavía menos significantes. Con todo, aún hay personas que se aferran a las antinomias contundentes del pasado no tan lejano cuando distinguir entre los buenos y los malos, muy malos, de turno parecía fácil y abundaban los que reivindicaban la violencia extrema. Cuando el presidente boliviano Evo Morales echa una mirada a los países vecinos, ve que "la derecha fascista" está avanzando a paso redoblado en la Argentina y que en Chile una horda de "pinochetistas" está a punto de derrocar al gobierno de Michelle Bachelet. No fue una advertencia seria -Morales se disculparía a su modo afirmando que "tal vez he sido malinterpretado"-, ya que es escasa la posibilidad de que la Argentina y Chile caigan en manos de "fascistas" o "pinochetistas", sino una expresión de deseos. A personajes como Morales les encantaría que América Latina retrocediera cuarenta años. Para ellos, la moderación que es tan típica de la política actual hasta en los países "emergentes" del Cono Sur es un brebaje insípido. Quieren algo que sea mucho más fuerte. Comparte la nostalgia de Morales por las luchas maniqueas de antaño su padrino y gurú, el mandatario venezolano Hugo Chávez. Además de ver en todas partes los mismos monstruos que tanto alarman al paladín de las etnias precolombinas, Chávez se imagina destinado a liderar una guerra santa contra los yanquis. Aunque Estados Unidos sea en su opinión "la nación más agresiva de la historia de la humanidad, capaz de lanzar bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki", Chávez no se siente del todo intimidado. Por el contrario, el venezolano supone que con "varios batallones de tanques" que, dice, comprará a Rusia, más las milicias populares que usa para romper las cabezas de quienes se animan a oponérsele, le será dado asestar al imperio una derrota épica que le permitiría liberar a América Latina del infame yugo neoliberal. Claro, si los malditos yanquis son tan temibles como él insiste, la guerra que prevé será desatada por aquellas bases imperiales en Colombia que tanto lo molestan no duraría más de cinco minutos, pero parecería que entiende muy bien que es sólo una fantasía adolescente, ya que no hay motivos para creer que a Obama le interese que su país emprenda la conquista militar de pedazos de América Latina. Si bien Cristina de Kirchner y su marido no se han propuesto librar una guerra contra "la nación más agresiva de la historia", lo que entre otras cosas los obligaría a dar prioridad a las Fuerzas Armadas en medio de una recesión, a ellos también les gusta dividir el género humano entre un puñado de buenos y una multitud execrable de malos. Es lo que hicieron cuando productores rurales insolentes osaron protestar contra las retenciones móviles. Sin vacilar un momento, los Kirchner los calificaron de "oligarcas", "militaristas", enemigos de los derechos humanos, sujetos tan mezquinos que estarían dispuestos a hambrear al pueblo por algunos pesos miserables. Fue por hablar así que perdieron el apoyo de una parte sustancial de la población. La Argentina puede tener muchos problemas irresueltos, pero ha evolucionado políticamente. Al darse cuenta de que los Kirchner se habían quedado en los años setenta del siglo anterior, la mayoría perdió interés en su "proyecto", "modelo" o lo que fuera. Por cierto, no se sintió tentada a movilizarse para hacer frente a una amenaza que sólo existía en la imaginación febril de la pareja gobernante y de algunos oficialistas notoriamente excéntricos. Hace 20 años, el norteamericano Francis Fukuyama anunció que "el fin de la historia" - en un sentido hegeliano, se entiende- acababa de llegar, ya que pronto todos coincidirían en que no puede concebirse ninguna forma de organización social que sea superior a la democracia capitalista más o menos centrista que se había consolidado en los países occidentales y que adoptarían con entusiasmo los ex integrantes del imperio soviético, pero también advirtió que algunas personas, acaso muchas, se rebelarían contra el orden aburrido y nada heroico así supuesto. Como Fukuyama más tarde reconocería, subestimó lo intensa que resultaría ser la voluntad de los descontentos de imaginar alternativas y de intentar llevarlas a la realidad. No parece muy grave el desafío a las democracias de la región que plantean individuos como Chávez, Morales, su amigo ecuatoriano Rafael Correa y otros de la misma estirpe, ya que sus recetas caseras y su amor por los conflictos carecen de atractivo para una mayoría abrumadora de los latinoamericanos, pero no puede decirse lo mismo de los designios de sus aliados islamistas coyunturales. Ellos sí cuentan con la capacidad para provocar heridas sumamente dolorosas a sus enemigos y a aquellos musulmanes que se niegan a someterse a sus mandatos. También podrían desatar una reacción terrible por parte de los europeos, norteamericanos, chinos e indios que seguirán siendo blanco de sus ataques despiadados. Cuando de la política se trata, ponerse a imaginar alternativas radicales a un statu quo deprimente puede ser peligrosísimo. En el siglo pasado, cobró más de cien millones de vida; en éste, el saldo podría ser mayor aún. JAMES NEILSON
JAMES NEILSON |
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