Si bien el problema que atraviesa la lechería argentina radica en cuestiones netamente nacionales, como se verá más adelante, no puede dejar de mencionarse lo que ha ocurrido en el sector a nivel mundial en los últimos años. El precio internacional de la leche en polvo se ubicaba históricamente en el orden de los u$s 1.800 la tonelada. Una fuerte sequía que castigó a Australia y Nueva Zelanda (principales exportadores lácteos) provocó una fuerte reducción de la oferta y en consecuencia, dada una demanda estable, los precios subieron estrepitosamente, llegando a rondar los u$s/tn 5.000 a partir del 2007.
Si bien los productores lecheros argentinos no pudieron aprovechar esta alza debido a las restricciones establecidas por el gobierno nacional, que fue fijando un "precio de corte" sustancialmente por debajo del valor internacional, y quedándose con la diferencia entre ambos (actuaba como una retención cercana al 50%), aquella mejora del precio y en consecuencia de la rentabilidad de la actividad sí fue aprovechada por todos los productores lecheros del resto del mundo (al menos, los que tienen mercado libre), que no dudaron en aumentar sus planteles de vacas y su producción.
El problema se originó cuando a ese aumento en la producción se le sumó el retorno de Australia y Nueva Zelanda, luego de superados los problemas climáticos, lo cual provocó un excedente brutal en la oferta mundial de leche, con la consiguiente caída de su valor. Hoy la leche ha vuelto a sus valores históricos, cotizando entre los u$s/tn 1.800 y u$s/tn 2.000.
Aun eliminado el mencionado "precio de corte", o sea, percibiendo el precio internacional a pleno, esos u$s/tn 2.000 no dan como para que los productores lecheros argentinos reciban más de u$s 0,18 por litro de leche, aproximadamente. Es decir, no da para pagar más de $ 0,70 ó $ 0,75 por litro. Pero a esos precios, la actividad lechera en el país no es viable. ¿Qué hacer entonces?
En primer lugar, los tamberos no deberían confundirse de ventanilla de reclamos. No deberían culpar de sus problemas a la cadena de industrialización y comercialización. Porque si bien es cierto que la industria puede tener algún grado de monopolización (pocos participantes), lo concreto es que los balances de los últimos años de las empresas más representativas que la componen no reflejan los beneficios de esa situación monopólica (más bien, muestran pérdidas). Y por el lado del comercio minorista, difícilmente haya en la economía algún sector que sufra más competencia, dada la existencia de innumerables almacenes, mercados y supermercados.
Por lo tanto, el reclamo de los productores de percibir $ 1 o más por litro está muy lejos de poder ser atendido por la industria lechera. Sólo puede ser cubierto por un subsidio directo del gobierno, que opere como "precio sostén".
El argumento por parte de los tamberos en defensa del subsidio radica en que ya que no se les dejó aprovechar el período de vacas gordas (lo que les hubiera permitido percibir hasta $ 1,25 por litro), que al menos se los compense ahora que llegó el período de vacas flacas. El argumento es razonable, pero estaría en colisión con los pedidos de todo el sector agropecuario, que viene reclamando la eliminación de las restricciones al comercio de carnes y granos (y también para la leche, al menos mientras el precio internacional estuvo por encima del precio histórico). En otras palabras, no sería consistente pedir precios libres para la carne y los granos, y uno sostén para la leche.
Pero hay un argumento más fuerte para ser esgrimido por los lecheros. Como se dijo, la lechería mundial está en crisis, y dentro de ella, los mayores problemas los tienen los países con altos costos de producción, como EE. UU., Oceanía y Europa, que a estos precios no pueden seguir en producción (en algunos estados norteamericanos directamente se estimula la liquidación de vacas lecheras para subir los precios que cobra el tambero).
Sin embargo, no es el caso de los países con bajos costos de producción. Por ejemplo, no el de Uruguay, que aun con esos precios la actividad se sustenta. Y tampoco debería ser el caso de la Argentina. Pero lo es. El famoso "costo argentino" ha vuelto a emerger con fuerza, agotadas las "ventajas" de la devaluación de comienzos del 2002. Y dentro de dicho "costo argentino", los impuestos ocupan un lugar preponderante. Sin ninguna duda, la lechería sufre hoy los mismos problemas que el resto de los sectores económicos del país: falta de rentabilidad, derivada de una presión impositiva brutal, necesaria para mantener un gasto público descomunal, que a esta altura ya resulta imposible de ser mantenido por el aparato productivo argentino.
ROLANDO CITARELLA (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Economista