Lunes 03 de Agosto de 2009 Edicion impresa pag. 29 > Cultura y Espectaculos
Operación (parte II)

¿Cuántas veces hemos leído cartas de agradecimiento al trato recibido en un hospital? Tienen una característica que se repite: "a pesar de los problemas de todo tipo, médicos, médicas, enfermeras, enfermeros, todo el personal ha tenido una atención excelente, un nivel humano extraordinario"? Eso es exactamente lo que experimenté estos días en el hospital de Cipolletti, y me gustaría encontrar palabras distintas, especiales; pero fue así.

Destacado esto, me di cuenta también de que el Estado, ese gran amarrete, sabe perfectamente las cualidades del personal hospitalario, de cualquier institución de la provincia, y no le haré el caldo gordo opacando sus enormes responsabilidades con la mística que cada uno pone ahí. La mística, el esfuerzo continuo, tiene costos muy altos.

Es posible que no se note cuando una está ahí, operada, controlada permanentemente, seguida de cerca por un equipo de diez. Sin embargo cuando se los piensa en términos de hombres y mujeres con familia, que se pone en la primera línea de batalla con la gripe A o con cualquier peste, todo cambia.

Me pregunto qué hace falta para que la burocracia ceda terreno a una concepción de estricta justicia, que redunda en mayor eficacia. También si planes de salud que fueron hitos en la historia sanitaria, como el del gobernador Mario Franco en 1973, en Río Negro; luego tomado por la provincia de Neuquén cuando ese aparato derechista del mismo gobierno que los convocó, los echó al otro lado del río o a otros países; me pregunto, le decía, si será imposible volver a esa concepción humanista. Claro que cuando una ve la plata que va a empresarios de la salud, plata del mismo Estado que podría poner en hospitales, el círculo cierra perfecta, dramáticamente.

Y ahora, sólo para poner una nota de color que no opaque ¡por favor!, lo principal, le diré que más difícil que la negociación con mi obra social sobre la prótesis -que tuvo sus vueltas y revueltas-, fue la que tuve que afrontar con Agustina. Todo por Cocomiel.

Agustina tiene cuatro años y entre la enorme cantidad de ositos, perritos, muñecas, y bichos varios, posee una suerte de abeja, con alitas, obvio, que es el personaje televisivo Cocomiel. La amo desde que la vi, digo, a Agustina y a su insecto. Nunca, nunca, he logrado que me la preste unos días para ponerla sobre mi cama, lugar poblado de muñecos y seres varios, prestados por niños y niñas de la familia. Cuando se la pedí para llevarla al hospital, no esperé resistencia, vamos, me iban a operar, ¡cualquiera sabe que en una emergencia los fetiches son recontraimportantes!

La mocosa me miró con aire de "no" absoluto, después se me cayó con un par de alitas y me las quiso dar a cambio, hasta que evidentemente la acción combinada de su madre y su abuela consiguieron que Cocomiel estuviera hospitalizada conmigo. ¡Usted hubiera visto la cara del cirujano cuando, a minutos de la operación, vino a verme y yo lo esperaba acostada, abrazada a Cocomiel! Es Cocomiel, dije innecesariamente. Ya veo, respondió el doc, quizás acostumbrado a que, llegada la hora de la verdad, nos convertimos en criaturas desvalidas, que tal me sentía, se lo aseguro. Hay un lado mío muy valiente, y otro clama por mamá, como cualquiera. Sólo que mamá no estaba, o sí, vaya una a saber lo que hacen los seres espirituales. Los de carne y hueso, hermanos, hermanas, descendientes de segunda y tercera línea, y ya un par de la cuarta; amigos, amigas, conocidos y desconocidas, todo un aro de afecto y contención me rodeó y me rodea. ¿Qué más puedo pedir?

Caminar. Caminar y caminar, sin bastón, caminar por esos senderos del mundo, volver al bosquecito de mis amores, y lo haré.Ya estamos en agosto, vamos a mejorar el tiempo y yo juntos? ¿no es maravilloso?

 

MARIA EMILIA SALTO

bebasalto@hotmail.com

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