La administración Kirchner hoy no está en condiciones de bajar las retenciones. De hacerlo, sus ingresos se desplomarían en forma brutal, acelerando el proceso de descomposición que ya se observa en las cuentas fiscales.
El gobierno forzó este escenario. Desarmar todo el andamiaje que representan las retenciones y los subsidios cruzados en nuestra economía, es una tarea casi imposible de realizar si no se asumen los costos políticos necesarios para este cambio.
La demagogia oficial llevó a pensar que poner retenciones al campo, restringir exportaciones o controlar precios en el mercado interno eran sinónimos de distribución y equidad. Nada más distante de la realidad. Ajustémonos a las frías estadísticas: desde el 2007 a la fecha la economía creció oficialmente algo más del 17%, sin embargo los indicadores sociales sufrieron un deterioro muy importante y fue en este mismo período cuando la intervención del Estado llegó a sus máximos niveles.
Las retenciones son herramientas fiscales que deben ser utilizadas en forma transitoria. Si se mantienen en el tiempo, estos recursos pasarán a consolidarse como gastos corrientes y, en momentos de crisis, serán muy difíciles de eliminar. Esto es lo que pasa hoy en la Argentina, en donde el gobierno nacional muestra un desplome sobre sus ingresos y el sector privado -por una cuestión de subsistencia- presiona por eliminar estos impuestos distorsivos.
Para colmo, en otro gesto de irresponsabilidad, la administración K coparticipó este año parte de las retenciones a la soja, lo que limita aún más la posibilidad de eliminar este tributo teniendo en cuenta la crisis fiscal por la que atraviesa la mayor parte de las provincias. En definitiva, está claro que el campo insistirá en la eliminación de las retenciones ya que es una demanda genuina que viene realizando el sector desde hace más de seis años. Sus posibilidades de crecimiento depende de ello.
El gobierno, por su parte, deberá buscar la forma de ir desarmando este macabra trama de impuestos y subsidios para sanear el modelo.
Algo difícil de asumir para los K, que nadaron en la demagogia desde su llegada al poder.