Sábado 01 de Agosto de 2009 18 > Carta de Lectores
Asesinar por asesinar

Ya es evidente que se equivocaron aquellos españoles que creían que todos los integrantes de la banda terrorista ETA abandonarían la violencia al darse cuenta sus dirigentes de que los atentados no los ayudarían a acercarse a sus presuntos objetivos políticos. Como a menudo sucede en organizaciones de su clase, un núcleo duro ha hecho del terrorismo un fin en sí mismo y por lo tanto seguirá "luchando" sin otro propósito que el de llamar la atención a su propia intransigencia. Desde el punto de vista de quienes piensan de este modo, la voluntad del gobierno del socialista José Luis Rodríguez Zapatero de dialogar fue un síntoma de debilidad que era necesario aprovechar golpeando con más fuerza. Y si en adelante Zapatero opta por dejar de intentar negociar para intensificar la presión policial y militar, lo tomarán por una "provocación" que, según su lógica particular, los obligará a reaccionar atacando con más saña a guardias civiles, a sus familiares y, desde luego, a los turistas que visitan España. Puede que los atentados de los días últimos, que tanto estupor han ocasionado, resulten ser los estertores finales de una banda que agoniza, ya que la mayoría de los vascos -y ni hablar de los demás españoles- nada quiere saber de fanáticos brutales que se aferran a ideas y métodos que en la actualidad desprecian todos salvo los más retardatarios, aunque muchos los aprobaban treinta o cuarenta años atrás, pero no hay ninguna garantía de que éste sea el caso. Así las cosas, las autoridades españolas no tienen más alternativa que la de seguir combatiendo con la máxima fuerza permitida por la ley en una democracia contra una plaga que no puede calificarse de política, puesto que lo único que les interesa a los etarras es sembrar el miedo. No es la primera vez que terroristas reacios a comprender que su causa se ha hecho anacrónica hayan degenerado en delincuentes comunes con algunas pretensiones ideológicas residuales, ya que el mismo fenómeno se ha dado en docenas de países. Por desgracia, no será la última.

Todas las sociedades democráticas se ven frente al dilema planteado por la existencia de agrupaciones, las que por fortuna hoy en día suelen ser pequeñas, que se niegan a respetar las reglas que hacen posible la convivencia pacífica. Si los gobiernos son demasiado tolerantes, corren el riesgo de brindar a los intolerantes un espacio en el que pueden crecer, pero si optan por una política de mano dura pueden violar sus propios principios. Luego de haber tratado en vano de convencer a todos los etarras de abandonar la "lucha armada", o sea, el asesinato apenas discriminado, los dirigentes españoles parecen haber llegado a la conclusión de que ya no tiene sentido negociar más treguas con la esperanza de que sean respetadas. La frustración que sienten puede entenderse, pero a menos que la destrucción de células etarras y el arresto de sus líderes sirvan para que todos los terroristas, en especial los más jóvenes, decidan resignarse a abandonar la violencia, los atentados continuarán produciéndose. Con cierta frecuencia, se ha comparado la situación en el País Vasco con la de Irlanda del Norte, donde, un "proceso de paz" mediante, los líderes del IRA católico y sus enemigos protestantes unionistas terminaron incorporándose a un gobierno regional. Aunque una facción disidente del IRA sigue resistiéndose a aceptar el statu quo, por ahora al menos Irlanda del Norte ya ha dejado de constituir un dolor de cabeza mayúsculo para Londres y Dublin. Sin embargo, mientras que una proporción muy significante de los católicos norirlandeses apoyaba los objetivos políticos del IRA, en el País Vasco escasean los que se sienten identificados con ETA. Paradójicamente, el mayor poder político del IRA y su frente "civil", Sinn Fein, hizo mucho más fácil su incorporación tardía al sistema democrático, al asegurar a sus jefes un lugar privilegiado en una eventual coalición. A sus equivalentes de ETA les sería mucho más difícil emularlos a través de elecciones libres y, en consecuencia, no es del todo probable que los líderes veteranos del grupo ayuden a aplastar a los "duros", descalificándolos en público y, en privado, amenazándolos con un castigo que ningún gobierno democrático podría reivindicar, como han hecho los republicanos irlandeses.

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