Cuando fue ministro de Economía de Raúl Alfonsín, en un contexto de crisis, Juan Carlos Pugliese reprochó la reacción adversa de los mercados con su recordada frase: "les hablé con el corazón y me respondieron con el bolsillo". Esa sentencia, casi una moraleja digna de Esopo, muestra día a día su vigencia en el sistema capitalista.
Con este antecedente en ristre, parecería más pragmático apelar al interés subjetivo que invocar el deber social. Particularmente, cuando se trata de convocar inversiones para reactivar la economía. La materia tributaria, no resulta neutral en este terreno, según el papel que se asigne al Estado como gendarme o distribuidor.
Por su parte, lo que se llama de modo abstracto "los mercados", hay que contemplarlo anticipadamente como la reacción más probable del contribuyente de carne y hueso, para prever con la prospectiva necesaria los efectos de los impuestos, evitando resultados no deseados. Como enseñan los libros de texto, quien produzca carteras trasladará el costo fiscal al precio de vent y en caso de que el comprador no lo asimile, tratará de retrotrasladarlo al proveedor y si ello no fuera posible, dejará de producir carteras..., para fabricar cinturones. Ahora bien, cuando la incidencia no resulta trasladable para amortiguar sus costos, se producirá lo que se conoce como "punto de fuga".
Esta determinación implica o bien abandonar el rubro o bien destinar el capital a la especulación o bien radicarse en otro país. De allí, la importancia que tiene para el sistema tributario la garantía de legalidad, la proporcionalidad y la no confiscatoriedad. Todo ello, sustentado en la estabilidad y claridad normativa, que generen la previsibilidad, que es la base de la seguridad jurídica. La urgencia recaudatoria no es compatible con la toma de decisiones de los inversores y grandes actores de la economía, que deben proyectar sobre un escenario previsible y confiable.
La imprevisibilidad malogra cualquier plan de inversión, que se vé afectado por medidas sorpresivas, no contempladas como contingencia de costos. Así como ocurre, por ejemplo, con el caso de abruptos y gravosos aumentos tarifarios que al no ser escalonados ni graduales, colocan además a las personas de menores ingresos en situación de estado de necesidad, por su impacto sobre la canasta básica y su efecto inflacionario.
Desde otro enfoque, los impuestos no juegan un papel meramente instrumental y permiten incluso obtener plausibles resultados extrafiscales, mediante un tratamiento especial de aquellas áreas que, dentro de una estrategia política de estado, privilegien la generación de desarrollo sustentable y la ocupación de mano de obra intensiva.
De modo tal que el Estado, a través de estas herramientas, juega un papel fundamental como motivador de la inversión, en la medida que los beneficios impositivos, así como los subsidios, tengan objetivos verificables y sanciones para el caso de incumplimiento.
Esta agenda no se agota en consideraciones genéricas, sino en un prolijo tratamiento metodológico y debe esperarse que esa ardua tarea tenga lugar en el Congreso. Por lo tanto, no parece razonable delegar las decisiones a las corporaciones, así como tampoco es conveniente ignorarlas, por aquello de que gobernar es negociar, pero sin lugar a dudas no es posible prescindir de la inversión, ni de la realidad del mercado. De lo contrario, finalmente se le daría la razón a aquel filósofo español, que cuando se refería a la Argentina sostenía: "vosotros queréis hacer capitalismo sin capital y socialismo sin disciplina".
(*) ALFREDO BELASIO es abogado y miembro ordinario de la Comisión de Derecho Tributario del Colegio Público de Abogados de la Capital Federal.