Nunca antes en la historia de Jerusalén se había profanado tanto el Sabbat como durante las cinco últimas semanas. La decisión de abrir un parking público en el centro de la ciudad el día sagrado judío ha provocado más de un mes de violentas protestas, enfrentamientos y piromanía callejera en los barrios ultraortodoxos judíos.
El miedo a que la Ciudad Santa pierda su identidad judaica choca de frente con la vida cotidiana de los no religiosos y sigue manteniendo viva la guerra entre ambos.
"No prenderás ni apagarás fuego" en Sabbat, reclama la Torá. Un mandamiento divino que adaptado a nuestros tiempos se traduce en la prohibición de generar cualquier tipo de energía, ya sea para encender el motor de un coche, llamar al ascensor o iluminar una simple bombilla.
Pero la prohibición de utilizar el coche en sábado en la cuna del judaísmo pugna por sobrevivir a los patrones del siglo XXI y en un Jerusalén cada vez más copado de turistas internacionales.
"Quiero vivir aquí, quiero estacionar aquí y quiero que mi ciudad siga recibiendo visitantes", afirma Ittai, uno de los vecinos seculares de Jerusalén que cada sábado acude a las manifestaciones a las puertas del estacionamiento Carta que abrirá sus puertas los sábados.
"Los ultraortodoxos pueden practicar la religión dentro de su barrio, no pueden pretender que toda la ciudad la viva de la misma manera", añade recibiendo botellazos y empujones de ultraortodoxos en plena manifestación.
"No protestamos contra la religión sino contra el extremismo. Queremos un Jerusalén para todos y defender nuestro derecho a vivir aquí libremente", añade Youssef, mientras la policía trata de contener a las decenas de religiosos que se arrojan violentamente contra los coches que entran y salen del aparcamiento gritando "¡Saaabbat!".
Enfundados en su gabardina negra y ataviados con el sombrero de la secta a la que pertenecen, los miembros de la comunidad haredí, como se conoce en hebreo a los ultraortodoxos, acuden en masa cada sábado a protagonizar escenas de histeria. Agreden a policías, funcionarios y periodistas, queman contenedores y apedrean edificios y señales públicas a su paso. Ellos son los primeros en profanar el Sabbat hoy por miedo a que se convierta en mera anécdota el día de mañana.
La apertura del parking no es sin embargo más que el nuevo ejemplo de "una guerra que dura muchos años", afirma Gilad Malach, experto en Políticas Públicas para la sociedad haredí. Seculares y religiosos viven en Jerusalén en un pulso continuo y prueba de ello ha sido el cambio de gobierno que se produjo en noviembre, cuando el secular Nir Barkat fue elegido alcalde tras varios años de gobierno del rabino Uri Lupolianski, en los que la diferencia de trato a la comunidad religiosa obligó a miles de jóvenes a emigrar a otras ciudades "neutras" como Tel Aviv.
Durante esos años la brecha no ha hecho más que agrandarse. Los seculares siguen reprochando a los ultraortodoxos -que suman 600.000 en todo Israel, el 8% de la población- algunos de sus principios más básicos: la mayoría de ellos no trabaja ni sirve en el Ejército, reciben a cambio facilidades fiscales, reducciones en algunos servicios públicos como el transporte y ayudas del Estado por cada hijo.
"Les estoy pagando con mi contribución fiscal y todavía se atreven a ofenderme", dice Irán, refiriéndose a los ultraortodoxos de Jerusalén, donde la comunidad es mucho mayor que en el resto del país. Aquí viven hasta 300.000 ultraortodoxos, cerca del 30% de la población.
La primera fuente de ingresos de las familias religiosas son las ayudas del Estado a los padres de familia que estudian la Torá en una Yeshiva -escuelas especializadas en estudios religiosos-. Mientras, las mujeres cargan con la responsabilidad de trabajar fuera de casa para mantener a la familia, con una media de entre cinco y siete hijos.
En tercer lugar esperan las ayudas que reciben del Estado por cada hijo y, por último, las donaciones de los miembros de las comunidad que se encuentran en el extranjero -muchos de ellos en Estados Unidos-. Aunque la diferencia entre el hombre y la mujer persiste dentro de la comunidad religiosa, los cambios en el gobierno y el trato cada vez menos favorable a estas comunidades obligan cada vez más a los hombres a buscar un trabajo aparte de sus estudios.
Sin embargo, en el año 2007 sólo el 28% de los hombres ultraortodoxos trabajaba, mientras lo hacía el 49% de las mujeres.
Es una comunidad llena de particularidades que además de lidiar con las diferencias que los separan de los seculares cuenta con grandes diferencias dentro de sí misma, siendo la secta Eda Haredit (con 30.000 miembros en Israel) la más radical de todas, conocida por ser antisionista y oponerse por tanto a cualquier directiva o ayuda que proceda del Estado de Israel.
Son precisamente ellos los que han movido los hilos dentro de la comunidad religiosa para llamar a las manifestaciones contra la apertura del estacionamiento o protestar contra la detención de una madre ultraortodoxa acusada de estar a punto de matar a su hijo de hambre la semana pasada.
En ambos casos, las sectas judías más modernas han respondido a su llamada: unir su fuerza es lo único que les queda ante el gobierno secular de Barkat. Desde fuera, la elevada tasa de natalidad y el rápido crecimiento de la población haredí en general son recibidos como una amenaza.
"El resto de judíos de Israel sienten que una minoría creciente trata de imponer su identidad e influenciar las políticas del gobierno", afirma el profesor Malach. En su opinión, la clave está en el cambio en las políticas del gobierno central hacia la comunidad ultraortodoxa en cuestiones como la educación, la integración en el mercado laboral o el papel de la mujer.
"Hechos puntuales como los que están protagonizando estos días pueden ser el primer paso hacia ese cambio. Estoy seguro de que se van a producir", concluye.