La semana entera transcurrió con el gobernador en Buenos Aires, participando activamente de las negociaciones para remontar la crisis petrolera que, al final, pudo ser parcialmente conjurada. Sapag no tiene sosiego; antes fue la puja con Sobisch por quién manda en el MPN y sin solución de continuidad el conflicto petrolero. Todas jugadas eliminatorias, de las que no se regresa con medias tintas: se gana o se pierde y salir airoso de una no es garantía de superar la siguiente.Consciente de lo que estaba en juego, Sapag fue a plantear su problema directamente al despacho presidencial. Después de dos años de buenas migas y sobre todo luego de la derrota del gobierno nacional en las elecciones legislativas y del triunfo que le permitió al MPN meter dos diputados, los Kirchner no lo podían dejar parado frente a la aguda coyuntura económica y social que atraviesa la provincia.Ningún funcionario nacional, acuciados como están todos por el revés electoral todavía fresco y por los cambios en el gabinete, le habría prestado demasiada atención al gobernador de una provincia, amiga pero marginal, si no hubiera sido por la palabra de Cristina.El lunes a la tarde, la presidenta tomó el teléfono desde Olivos para pedirle a De Vido que se ocupara de encontrar una solución para la catarata de despidos en las empresas petroleras, el paro de 48 horas en la producción de petróleo y la amenaza latente de un corte de gas en medio del invierno.“No hay petróleo para nadie hasta que esto no se arregle”, advirtió desde Neuquén, en medio de la lluvia de despidos, el líder gremial Guillermo Pereyra, totalmente al corriente de la gravedad de la situación.Algunos en la oposición quisieron ver en Pereyra y aun en Sapag a “voceros” de las empresas. Y hasta el propio líder gremial les dio parte de razón al denunciar que “nos quieren tomar a los trabajadores como rehenes”. Pero lo cierto es que desde el 28 de junio el gobierno nacional es más frágil ante cualquier presión y en lo que respecta a las poderosas empresas petroleras, que durante ocho años vieron afectados sus enormes márgenes de ganancia, parece haberse roto un dique.Si para Pereyra un revés en esta instancia parecía definitivo a pesar de sus 24 años de férreo liderazgo, para Sapag era sencillamente la imposibilidad de remontar el agudo cuadro financiero y una automática profundización de la conflictividad social con miles de petroleros desocupados en las calles.Para colmo de males, esta semana el gobierno debió anunciar que, por primera vez desde hace mucho tiempo, las arcas exangües de la provincia no alcanzaban a reunir los fondos para pagar el aguinaldo a los estatales. Un incordio que se sumó a las demoras de meses en cubrir las deudas con contratistas y proveedores.Con el ingrediente adicional de las tomas, que se multiplicaron esta semana y que algunos vincularon con la interna del oficialismo, no es casual que una alta fuente del gobierno confiara, en los momentos más duros de la negociación con las petroleras, que después de varios años reaparece en el horizonte el fantasma de una pueblada.El acuerdo alcanzado el viernes en Buenos Aires vino a poner paños fríos a la cuestión. “Hemos garantizado la paz social”, clamó un Sapag más distendido. Con todo, desde la perspectiva del gobierno el acuerdo sellado con el Ministerio de Planificación Federal, los gremios petroleros y las empresas sólo resuelve firmemente uno de los aspectos del problema: el de la agudización de la crisis social. En lo que se refiere a los ingresos de la provincia, no soluciona el problema de fondo que es el fuerte atraso del valor del gas en boca de pozo.La Nación inyectará unos 1.000 millones de dólares en el sector hidrocarburífero, lo que permitirá reactivar la actividad. Pero para evitar un aumento en cascada de todas las tarifas, lo hará sin un cambio de raíz. Sólo introducirá un mejor precio por el fluido que se usa para las centrales térmicas, de manera que Neuquén verá mejorados sus ingresos en proporción muy moderada, insuficiente para cambiar el actual estado de cosas.Por ahora las expectativas del gobierno siguen estando en obtener una mejor recompensa por el gas de arenas compactas –a fines de agosto comenzará a producir el yacimiento Aguada Pichana– y en captar una porción extra de regalías del subsidio que, por el acuerdo sellado el viernes, Nación inyectará en la actividad vía el Fondo del Gas.Pero ninguno de estos ítems pude cambiar radicalmente las alicaídas finanzas provinciales, que despiden un fuerte olor a gas no sólo porque ése es el principal ingreso de Neuquén sino porque de un tiempo a esta parte no huelen bien.No por nada uno de los principales líderes de la oposición advirtió que “la provincia está virtualmente quebrada” y que en el tema petrolero “no se ha ido al meollo de la cuestión, que es el precio del gas”.“No digo que esté mal lo que han hecho sino que es insuficiente. Para terminar con el déficit de Tesorería, Sapag necesita recursos extraordinarios y por esta vía no los ha conseguido”, sentenció, pesimista.En realidad, resulta difícil imaginar que un cuadro de situación como el descrito pueda mutar sin un fuerte volantazo nacional. Durante siete años el país –también Neuquén– creció fuertemente con combustibles y tarifas baratas, pero ese esquema muestra signos de fatiga. No sólo por la crisis internacional.

Mientras tanto, todo indica que en Neuquén se terminó la fiesta –con el MPN siempre se está terminando alguna– que comenzó en el 2002, con la multiplicación de los ingresos provinciales por acción combinada de la devaluación y el aumento exponencial en el precio del petróleo. Lo padece el gobierno y lo pregona la oposición. ¿Lo advertirán los empresarios, los gremios y la gente?