Optimismo y moderación son características en extinción en el oficialismo. Más retraído, Saiz no asimiló la derrota y se rebela ante un medio que le impone transformaciones.
El resto de la dirigencia radical está turbada y sosegada. No entiende lo que pasa y confiesa que así no hay futuro gubernamental ni político. Aguarda la reacción del gobernador pero traza también opciones de las más variadas y disparatadas.
Fue una insinuación o una simulación.
Saiz ofreció una autoflagelación por el fracaso electoral y se amuralló en su personalidad. Esbozó una apertura de conductas, pero se quedó en ese amague. Tradicionalmente esquivo en la adversidad, el mandatario pareció haber mutado: viajó a Bariloche por la crisis para afrontar a los empresarios y, después, asistió al Comité provincial para escuchar las críticas de la dirigencia del radicalismo. Ese credo revisionista fue fugaz. Últimamente, se internó más en un círculo, diariamente más reducido.
También, frente al revés, el gobernador inicialmente se distinguió de la obcecación del matrimonio Kirchner pero, ahora, ese poder se presenta hasta más permeable, permitiéndose ciertos cambios y convocando al diálogo a la oposición.
Recién el martes último, Saiz suscribió a la renovación en un encuentro con el vicegobernador Bautista Mendioroz. Luego se sumó el legislador Daniel Sartor. Se barajaron nombres. Esos plazos se miden en semanas.
Saiz transformó su inicial congoja en irritación. La derrota lo impactó. Era razonable. Pasó de la esperanza de la re-reelección al espanto por los riesgos para la conclusión del mandato. Hoy, con encono, puntea las culpas de los otros.
La personalidad -como pocas veces- condiciona al gobierno. El mandatario restringe las "rectificaciones" por su estilo, adelantó. La dirigencia radical -dice- calla sus planteos porque, frente a ellos, Saiz se aferra a sus manías.
No hay gestión ni poder posible en un equipo en el cual el gobernador no se habla desde hace tres semanas y media con su ministro de Hacienda. Esta relación entrelaza rencores y caprichos mutuos.
Esa convivencia está concluida. La ida de Verani del gabinete se aplaza porque el ministro se resiste a renunciar y Saiz siempre se incomoda y se paraliza ante las rupturas.
Distanciados, el gobernador asumió la misión financiera ante Nación y logró re-cursos para pagar los aguinaldos. El más reciente agravio a Verani fue el martes, cuando Saiz lo ignoró y llamó directamente a técnicos de Hacienda para que cumplieran con el cronograma del SAC. Esos contactos derivaron en una reunión operativa del tesorero José Ongaro con el secretario general, Francisco González. Ongaro es un directo funcionario de Verani.
El ministro se percató ese día de que Saiz está dispuesto a su degradación plena. Esa noche, Verani cenó con los legisladores Iván Lazzeri y Sartor y los ministros Alfredo Pega y César Barbeito, que llegó con el secretario del Ipross, Sergio Wisky. La exploración obligada fue el contexto financiero. El impacto -vaticinó el contador- será en 30 días. Se evaluaron planes si Saiz persiste en su confinación y su repulsa. Antes, Barbeito insistirá en la persuasión. Se reunirá con el mandatario y volverá sobre la reestructuración estatal.
Ese diseño noctámbulo incluyó que se debía clarificar la situación de Verani. Por eso, al otro día el contador solicitó una audiencia a la Secretaría Privada del gobernador. No hubo respuesta. El jueves el ministro viajó a Buenos Aires para representar a Río Negro, con la perplejidad de quien no sabe cuál es su destino inmediato. ¿Cuánto maltrato más soportará Verani? No mucho más ¿Qué utilidad otorga a la gestión provincial esa actitud de Saiz? Ninguna.
La salida está escrita. Los tiempos se desconocen. Hay un precedente: Germán Jalabert se quedó sin mando en Turismo mucho antes de la formalidad de su renuncia. Cansado de las ofensas, Jalabert, el hombre del ex intendente Alberto Icare, se fue cuando Saiz incluso ya se había reunido con Hernán Lombardi para ofrecerle ese cargo. Otra coincidencia en esos casos: Jalabert y Verani se forjaron en acuerdos políticos. Su final exige otros costos, que Saiz aún no resolvió en su relación con el ex gobernador Verani. Un capítulo nuevo.
En Río Negro apuntó ya el desequilibrio. Con auxilio nacional, la provincia logró el pago parcial del aguinaldo, dejando un remanente para agosto. Faltan 25 millones y nadie garantiza esa disponibilidad. Los haberes de julio exigirán otros 150 millones. Bien cierto era que agosto sería el mes decisivo.
¿Qué pasó, si los aguinaldos estaban en el Presupuesto? ¿Hay garantías? ¿Qué será de los futuros salarios? Fueron incógnitas planteadas en Trabajo por los miembros de la CTA a un grupo de funcionarios que lideraban González y Pega. El secretario de la Función Pública, Carlos Oliva, forzó argumentos.
Los números del primer semestre son tajantes: los ingresos interanuales subieron sólo un 9% (en el 2008 esa alza alcanzó el 29%) frente a una suba de los egresos que llega al 22%. Esa diferencia se calcula en millones, que se tapiza con fondos de ciertas empresas y del Banco Patagonia.
La prueba vital estará en los salarios. Saiz descansa su gobernabilidad en la respuesta de Nación y cimienta ese canal en el trato con el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli. Mantiene la vieja ecuación kirchnerista: los favores se compensan con lealtades. Por eso vapuleó públicamente a Jorge Pascual -a quien él impuso en la conducción de la UCR- cuando aquel sinceró que la alianza con el kirchnerismo estaba acabada.
Saiz se entusiasma con las causas perdidas. La utilidad de la relación con Nación es una cuestión subyacente, pero el mandatario mantiene su real convicción con los K. Otra ponencia aislada.
La disociación superior de ideas y de estrategias abre un nuevo ciclo en el oficialismo. Sin guía y sin motivaciones, el poder oficial tiene ese desafío de estabilidad y de supervivencia.