Jueves 23 de Julio de 2009 20 > Carta de Lectores
No pasó nada

El lunes pasado se marcó el cuadragésimo aniversario de la llegada del hombre a la Luna, pero las celebraciones por lo que en su momento pareció ser un acontecimiento épico que transformaría las perspectivas ante el género humano estuvieron extrañamente apagadas. Sucede que desde entonces se ha reducido tanto el interés de la mayoría en esfuerzos colectivos que no parecen brindar beneficios materiales inmediatos que ningún gobierno pensaría en gastar los miles de millones de dólares necesarios para emprender en serio "la conquista del espacio". Mientras tanto, se ha intensificado la voluntad generalizada de eliminar riesgos, fenómeno que puede atribuirse a los cambios demográficos, por estar más preocupadas por la seguridad de cada uno las sociedades relativamente viejas que las aún jóvenes.

En 1969 los encargados de administrar la NASA y los integrantes del gobierno del presidente John F. Kennedy daban por descontado que valía la pena que los astronautas corrieran el riesgo de morir en un intento de ser los primeros de nuestra especie en pisar la superficie lunar, pero los responsables actuales del programa espacial estadounidense y de sus equivalentes de otros países de cultura similar les prohibirían emularlos por miedo ya a enfrentar juicios sumamente costosos, ya a ser blanco de críticas furibundas por parte de quienes los acusarían de jugar con la vida ajena. Tal actitud puede considerarse un síntoma del individualismo característico de nuestra época; otro es la idea muy difundida en todos los países occidentales de que la muerte de un solo soldado en una guerra es una tragedia escandalosa, de ahí la atención prestada a las manifestaciones de dolor de los familiares y amigos de tales "víctimas" de conflictos armados. De todos modos, a menos que sea cuestión de una fase pasajera, los próximos capítulos de la historia que los norteamericanos comenzaron a escribir pero pronto abandonaron se verán protagonizados por chinos o indios, no por occidentales.

Hace cuarenta años, muchos previeron que bien antes del 2009 habría bases permanentes en la Luna y que el hombre habría iniciado la colonización de Marte, pero sólo se trataba de fantasías. Aunque las cuatro décadas desde que Neil Armstrong dio su "pequeño paso para un hombre" que, con lo que en retrospectiva parece cierta ingenuidad, calificó de "un gran salto para la humanidad", han visto muchos avances tecnológicos espectaculares, "la humanidad" ha preferido confinarse a su propio planeta. De reanudar los norteamericanos "la conquista del espacio", los pioneros serán con toda probabilidad robots. No es que los astronautas mismos sean reacios a afrontar peligros similares a los que pudieron haber hecho de la expedición encabezada por Armstrong un desastre, sino que hoy en día las sociedades occidentales, en que abundan las empresas comerciales que organizan giras guiadas para quienes aún conservan cierto gusto por "las aventuras", desaprobarían tanta irresponsabilidad.

¿Es positivo el profundo cambio cultural así reflejado? Muchos, acaso la mayoría, dirían que sí, que es muy bueno que el hombre occidental haya sabido dominar los instintos primitivos que en tiempos menos esclarecidos que el nuestro lo tentaron a hacer cosas ridículas, y a menudo brutales, sin pensar en las consecuencias de su egoísmo para sus dependientes o en los derechos de las víctimas de sus ambiciones desmedidas. Con todo, sería difícil negar que se ha perdido algo importante. Al fin y al cabo, de haberse entregado los europeos de medio milenio atrás a la misma mentalidad cauta y práctica que en la actualidad es normal en todos los países que se califican de avanzados, ni la Argentina ni las demás naciones del hemisferio occidental existirían porque, además de sentirse alarmados por los tremendos costos humanos que tendrían que pagar al internarse en tierras para ellos desconocidas, nuestros antecesores hubieran llegado a la conclusión de que les convendría mucho más invertir los recursos disponibles en mejorar las condiciones de vida de sus contemporáneos que despilfarrarlos en aventuras alocadas. Bien que mal, no pensaron así. Lejos de sentirse abrumados por los costos, los peligros y la incertidumbre en cuanto al desenlace de lo que emprendieron, optaron por arriesgarse. Al hacerlo, cambiaron el mundo para siempre.

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