Hoy en día es habitual que los jóvenes tengan dificultades para encontrar un trabajo, que consigan un empleo temporal o una changa, que cobren bajos salarios o estén disconformes con su puesto y quieran cambiar de ocupación. Las dificultades en el empleo y la mayor desigualdad en la condición social de los jóvenes son fenómenos que se desarrollaron en el contexto de las transformaciones sociales y económicas de principios del siglo XXI.
Unas décadas atrás, y durante la vigencia de las sociedades de "pleno empleo", los jóvenes eran "jóvenes" durante un período temporal más acotado y tendían a transitar la juventud en trayectorias menos desiguales y más estructuradas. Primero se estudiaba, luego se conseguía un trabajo y posteriormente se formaba una "familia". La situación frente al empleo era muy diferente, dado que la desocupación no era un fenómeno masivo. Así, era común escuchar: "En esta casa, el que no estudia, se va a trabajar", como un reclamo de las familias de clase media hacia aquellos jóvenes que se llevaban materias en el colegio secundario. Frente a ese reclamo, algunos jóvenes abandonaban la educación secundaria y se integraban al mercado laboral a partir de los 14 ó 15 años, en los puestos de menor calificación de la estructura ocupacional.
Sobre principios del siglo XXI, la situación social ha experimentado una fuerte transformación. La juventud se ha extendido y se presentan nuevas problemáticas. Hoy es inaceptable que los jóvenes abandonen la educación secundaria. Además, los hechos que marcaban el ingreso a la adultez se han modificado y se producen de maneras diversas. Por ejemplo, los jóvenes pueden encontrar un empleo y seguir viviendo en su casa familiar (porque no les alcanza para independizarse o porque prefieren vivir con sus padres), hacer una experiencia de mudanza, juntarse a vivir con un/a novio/a y volver a "la casita de los viejos", rotar por distintos tipos de empleos y cambiar la orientación de sus estudios, entre otros cambios que marcan el final de las trayectorias socialmente estructuradas.
Estas tendencias recorren el mundo occidental. En los países europeos se ha extendido el uso del término "mileurista" con el objetivo de nombrar a aquellos jóvenes que perciben bajos salarios y no pueden mudarse de su hogar familiar. El fenómeno mileurista da cuenta también de la precariedad de las relaciones laborales a la que están expuestos los jóvenes. En efecto, la inserción laboral de los jóvenes se desarrolla en un proceso de "aproximación sucesiva" en que los jóvenes experimentan una alta rotación entre ocupaciones precarias hasta alcanzar un puesto más o menos acorde con sus expectativas.
En nuestro país, la tendencia a la inserción laboral precaria de los jóvenes parece persistir aun en períodos de crecimiento económico. Este tipo de relación laboral se sostiene a partir de distintos tipos de figuras vinculadas con el empleo temporal, pasantías que encubren ocupaciones fijas o contrataciones de carácter ilegal (comúnmente denominadas "empleo en negro").
Según la información disponible, seis de cada diez jóvenes asalariados se desempeñan bajo alguna figura no encuadrada en el trabajo decente. Sin embargo, el déficit es mucho más pronunciado entre los y las jóvenes que no cuentan con el secundario. Más aún entre las mujeres: más de ocho de cada diez asalariadas que no cuentan con un diploma de la educación media se enfrentan a una relación laboral sin aportes ni cobertura social.
ANA MIRANDA (*)
Red de Diarios en Periodismo Social
(*) Investigadora Flacso y Conicet