Desde que hace poco más de un año el vicepresidente Julio Cobos transformó el escenario político con el célebre "voto no positivo" que puso en jaque al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, a los líderes de las distintas agrupaciones opositoras les ha resultado sumamente fácil criticar el autoritarismo de la presidenta y su marido, llamar la atención a la arbitrariedad de su gestión económica y, desde luego, manifestar su indignación por la corrupción que es una de las características más notables de kirchnerismo. Por lo demás, se ha difundido por todo el país la sensación de que "el modelo" que Cristina reivindica con tanta vehemencia se agotó hace tiempo y que por lo tanto estamos pasando por un período de transición que durará hasta que un nuevo mandatario y su equipo improvisen otro. Sin embargo, ninguna facción opositora significante parece haberse dado el trabajo de esbozar un eventual programa de gobierno. Si bien a esta altura sería poco razonable pedir a PRO, a los peronistas disidentes y a la Coalición Cívica y Social propuestas detalladas, convendría que nos dijeran a grandes rasgos lo que harían en el caso de alcanzar el poder. Mientras no lo hagan, los debates políticos seguirán girando en torno a cuestiones coyunturales a menudo meramente anecdóticas sin que nadie se anime a plantear alternativas genuinas a lo que los santacruceños llaman su "modelo". Puede que sea exagerada la disyuntiva de "nosotros o el caos" favorecida por los Kirchner cuando quieren asustar a la gente, pero dadas las circunstancias tendrían derecho a hablar de "nosotros o la incertidumbre", puesto que los líderes opositores no parecen haber pensado seriamente en los desafíos enormes que, le gustara o no, tendría que enfrentar el próximo gobierno.
En cierto modo es comprensible que quienes sueñan con ser los próximos ocupantes de la Casa Rosada sean reacios a decirnos lo que harían para impedir que el aumento explosivo del gasto público por los Kirchner desatara una crisis fenomenal, para solucionar los problemas mayúsculos que han sido causados por la falsificación durante años de las estadísticas económicas por parte del INDEC intervenido, para mejorar la situación en que se encuentra el campo, el que ya no está en condiciones de seguir aportando grandes cantidades de dinero a "la caja" oficial, para mitigar la extrema pobreza en que vive una proporción creciente de los habitantes del país, para revertir, si es posible hacerlo, el deterioro constante de un sistema educativo socavado por paros docentes rutinarios y el facilismo y así, largamente, por el estilo. Como saben muy bien los dirigentes opositores, cualquier medida, por necesaria que fuera, que se animaran a proponer motivaría la resistencia de quienes supondrían, a veces sin equivocarse, que resultarían perjudicados. En una sociedad como la argentina en que a través de los años se ha acumulado una multitud de problemas profundos, toda "solución" requerirá un esfuerzo conjunto que muchos se negarán a acompañar, de suerte que siempre es tentador dar a entender que sólo sería preciso que las autoridades actuales dejaran de cometer tantos errores o, como es el caso hoy en día, concentrarse en las presuntas deficiencias personales de quienes están en el poder.
La tarea que tendrá que emprender el próximo gobierno no será del todo sencilla. Aunque luego de tantas frustraciones la mayoría no tiene demasiadas ilusiones acerca de lo que le espera en los años próximos, sobre todo si la contracción económica resulta ser tan dolorosa como prevén los agoreros, la demanda social seguirá excediendo la capacidad de cualquier gobierno para satisfacerla. Para que se reduzca la brecha que separa las expectativas de hasta los más cautos de lo que es efectivamente posible, los dirigentes políticos tendrían que explicar las dificultades y procurar desarrollar planes que andando el tiempo podrían ayudar a superarlas. ¿Lo harán antes de las elecciones en que la ciudadanía decida cuál de los diversos candidatos que están preparándose debería suceder a Cristina? A menos que lo hagan, una vez más el resultado se verá determinado por "la imagen" del elegido, no por el programa de gobierno con el que esté comprometido.