CIPOLLETTI- "No hay rencores con la Policía, sabemos que él actuó mal, pero ellos también actuaron mal. Él se entregó a la justicia y debió haber sido sometido a juicio. No sabemos cuántos años hubiesen sido de pena, pero probablemente hoy estaría libre. Y nosotros lo hubiésemos disfrutado como padre", dicen casi a dúo Marina del Carmen y Sergio Ramón Rodríguez.
Son los hijos de Justo Ramón Rodríguez, quien en los primeros minutos del 12 de julio de 1967 estaba en el club Villa Obrera, cuando llegó una patrulla policial encabezada por el oficial Pedro Martínez, con quien forcejeó. Rodríguez, que estaba armado con un revólver, escapó hacia el interior del club, se escondió debajo de una mesa y el policía lo siguió. Rodríguez lo mató e hirió al cadete Ricardo Wydaglacz que acompañaba a Martínez, tras lo cual escapó.
Rodríguez huyó durante varias horas hasta que reapareció cuando detenían a su esposa. Según la versión policial fue hallado por tres policías, uno de los cuales, Froilán Heredia, lo retuvo, pero logró sacar una mano y dispararle, dándole muerte. De allí volvió a escapar, pero se encontró de frente con el sargento ayudante Juan de la Cruz Gutiérrez, quien le disparó dos veces sin alcanzarlo. Rodríguez también le dio muerte.
Cerca de las 16 se presentó en el estudio del abogado José Joison, quien lo llevó al juzgado penal. El juez Septimio Facchinetti Luigi ordenó que lo trasladaran a la Colonia Penal, pero lo llevaron a la comisaría donde velaban a sus víctimas, y se habían reunido unas 4.000 personas. Esposado de pies y manos era llevado en vilo hacia el interior, cuando al llegar a la escalinata de acceso fue asesinado a balazos. La causa judicial prescribió en 1979, sin que el criminal fuera condenado.
Marina del Carmen tenía entonces sólo nueve meses de vida y su madre, Gladys, estaba embarazada de ocho meses. Sergio Ramón nació un mes después de la muerte de su padre, por lo que tampoco lleva su apellido.
Marina tuvo un fuerte impacto el pasado domingo 12, cuando "Río Negro" publicó aquella historia de 42 años atrás. Vive en Cipolletti y apenas se recompuso llamó a su hermano para comentarle y envió un mail al diario. "Tengo cinco hijos, dos de ellos en la institución policial, y si bien ellos no tenían bien claro el caso, hoy se les aclaró, porque nunca supe bien cómo fue todo" explicaba, al tiempo que proponía un encuentro para hablar del tema.
A la vivienda, en un barrio del noroeste cipoleño, el martes 14 por la mañana ya había llegado Sergio con su hija menor. Él trabaja como portero en una escuela y vive en Roca. Y estaban cuatro de los cinco hijos de Marina. "La otra ya viene, fue mamita hace poco tiempo y ahora fue a amamantar a la hijita. Soy una abuela muy joven; es que me casé muy chica", dice como justificándose.
Está ansiosa por hablar y saber sobre el padre, al que sólo conoció por fotos y trae una de ellas, con dedicatoria incluida, a la que atesora entre las cosas más preciadas. Y desde el domingo retomó un vicio que creía dominado: volvió a fumar.
Sergio parece un hombre tranquilo, aunque el cigarrillo es también su compañero.
Una infancia dura
Cuentan que a su padre lo abandonó la madre, junto con una hermana y que el abuelo era alcohólico. Que los chicos cantaban en los bares para que el padre "cobrara con alcohol por su actuación" y que cuando fue al servicio militar, Justo Ramón Rodríguez tuvo un incidente. "Lo golpearon y él reaccionó agarrando con violencia al que lo agredió. Después lo llevaron a un psiquiátrico de Bahía Blanca de donde prácticamente lo sacó mi mamá. Ellos se habían conocido en un baile y se carteaban", dice.
"Cuando vino se pusieron de novios y mamá quedó embarazada. La familia de ella no lo quería y a ella la echaron de la casa. Otro problema para él. Se fueron a lo del abuelo, nací yo y en la cuarentena nomás vuelve a quedar embarazada. Mamá estaba de ocho meses cuando mataron a papá", dice Marina. Sergio asiente.
"Sufrimos todo tipo de privaciones. Hubiésemos sido otras personas, porque es muy difícil ser un chico sin padre. Entendemos también a los hijos de los policías que crecieron sin padre. Ellos deben haber recibido alguna ayuda, pero nosotros quedamos en la calle. Ni siquiera ayuda habitacional, nada", explica Sergio.
"Fue como una marginación total. Encima mi mamá siempre escondida o avergonzada por lo que había pasado. Durante mucho tiempo nuestra única salida era para ir al cementerio", dice Marina.
"Con el tiempo, nuestra madre se casó de nuevo y tuvo otro hijo, que también es policía, así que estamos rodeados de uniformes por todos lados", comentan Marina y Sergio.
Marina está orgullosa de sus hijos policías, a quienes su propia experiencia la lleva a darles algunas recomendaciones. "Siempre les aconsejo que actúen con responsabilidad en sus actos con personas delictivas, y que nadie puede ser juzgado y penado sin un juicio previo", explica.
- "¿Y qué pensó cuando sus hijos le dijeron que querían ser policías?"
-"Nada en particular. Él solo fue, se inscribió y se fue a hacer el curso a Sierra Grande. Lo decidió solo pero siempre lo apoyó toda la familia. Está muy contento con su carrera, hace todos los cursos que puede, porque quiere ser un buen policía", dice Marina, que prefiere que los nombres de sus hijos no aparezcan en el diario.
Y no le va en zaga a la hora de alabar a su hija. "Ella tiene un carácter ideal para eso. De chica decía que iba a ser policía y cuando tuvo edad también se incorporó. Ahora está en las oficinas porque fue madre hace poco tiempo", dice con orgullo.
La charla se interrumpió varias veces. La llegada de la "mamá policía" generó alboroto entre los más chicos, que en algunas ocasiones se sorprendían cuando la emoción transformaba en llanto los recuerdos de Marina.