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"Nunca pensé que era víctima de mobbing" | ||
Pasó de gerente exitoso a blanco de burlas y de excesivos controles. Sufrió un serio deterioro neuronal y estuvo muchos años sin capacidad de reacción. | ||
CIPOLLETTI (AN).- Héctor Delmas cuenta que no dormía, que sólo podía mirar el techo desde la cama, que las noches eran interminables y que no se explica cómo resistió tantos años sin dormir. Sólo miraba el techo. Y todo empeoraba a partir de las cinco de la mañana, cuando se acercaba la hora de entrar a su trabajo, adonde llegaba a las siete. O mucho antes. Tenía terror de quedarse dormido y la angustia le electrificaba el estómago, el cuerpo, la cabeza, "Estaba mal, muy mal, pero no me daba cuenta de lo mal que estaba ¿Qué pensaba? En no dormirme para no llegar tarde. Había domingos que aparecía en una esquina y no tenía idea de cómo había llegado hasta ahí", dice el hombre de mirada apagada. Recién después del despido Delmas supo porqué fue embarcado en la pesadilla que le dejó una seria afección neuronal, con un 70% de discapacidad. El ingeniero Delmas era el gerente de producción de la planta neuquina embotelladora de refrescos cola. Tras un cambio de dueños, la empresa se transformó en otra. Delmas, de un día para otro, fue el único gerente que debía firmar una planilla de ingreso a la planta. Y apenas llegaba, sonaba el teléfono de su oficina, lo llamaba uno de los dos gerentes de mayor jerarquía. Delmas está sentado en el sillón de su casa y en sus manos tiene una taza de té que resiste sobre un platito. Cuando el té va hacia su boca hay un tintineo permanente. Explica que es algo que no puede solucionar aunque lo está intentando. "Estuve mucho peor, pero no me daba cuenta. No entendía lo que me estaba pasando", repite el hombre que, alguna vez, fue el mejor profesional de la empresa que lo despidió luego de 24 años de trabajo. Nunca pensó que podía ser víctima de mobbing. "Hicieron todo para que renuncie para no tener que indemnizarme. Y no me daba cuenta, no me daba cuenta que era víctima de mobbing, porque la empresa era todo para mi", dice. Héctor se levanta del sillón y luego de algunos minutos de buscar entre cosas viejas documenta con un plato de plata que acredita el logro de mejor profesional durante un examen al que fue sometido en 1992 en la República de Chile durante una reunión internacional del personal jerárquico. Eran otros tiempos. Héctor Delmas, de 63 años, fue despedido diez años después de la venta de la empresa, de la que fue integrante del directorio en paralelo con funciones en una empacadora. Es que ambas era de un mismo dueño. "Cuando la planta se vendió, el dueño me dijo que elija dónde quería seguir y elegí seguir con las gaseosas que era lo que más me gustaba, donde pensé que iba a ser más útil. Tenía una historia en la empresa, fui gerente en Buenos Aires cuando era muy joven. Entré a los 21 años, estuve unos años fuera y me tomaron de nuevo", cuenta. Cuando llegó a la región eran todas flores. Casa nueva, auto cero kilómetro, buen barrio, excelente obra social y un sueldo gerencial en una empresa donde "todos nos conocíamos. La casa de Héctor es una metáfora de su rodada. Linda construcción en un barrio residencial, buenos muebles y una definida decoración. Pero todo parece detenido en el tiempo, 10 o 15 años. Con los 90 llegaron los nuevos dueños. Le mantuvieron el salario y el cargo pero le designaron un gerente corporativo encima. Comenzaron los despidos y los recortes de funciones. "Me traían una lista de diez personas y me decían: ´de acá tenés que elegir los cinco que se van´, le decían la lista Z. Tenía que llamarlos y decirles que se iban". Hubo un Z1, un Z2 y un Z3. Era gente de muchos años que no era reemplazada: "se notaba mucho cuando había problemas. Entonces me reprendían. Los nuevos cobraban la tercera parte que el despedido". "Las cosas se fueron complicando, se hacían reuniones de mi sector, venía gente de Bahía Blanca pero no me avisaban, me lo decía una persona que me lo decía como un favor", comentó. Después vino la poda a su sueldo: "de 7.000 a 5.300 pesos. No me dieron opción: Mi familia vivía de ese sueldo". Por la historia de la empresa, Delmas apeló a ellos cuando necesitó de una fuerte suma para afrontar el trasplante de hígado de su hija. "Acá siempre se ayudó a todos los empleados, no pedía la plata sino un préstamo y facilidades, esta empresa tenía un criterio de cercanía con el personal. Me dijeron que me lo prestaban pero me pidieron la escritura de la casa como garantía", recuerda. Su salud comenzó a deteriorarse rápido y un día le dijeron que debía devolver el auto asignado. Lo llamaban a la casa, a la oficina en horarios insólitos, debía marcar el ingreso "me desautorizaban, si tomaba una decisión la criticaban sino la tomaba". Una día tuvo una buena noticia: "me llaman y me dicen que me van a aumentar el sueldo un 10%, qué bueno, pensé y de hecho lo cobré. Al mes siguiente me llaman y me dicen que no rendí como esperaban y que lo volvían a bajar". Estaba hasta doce horas en la planta. Terminó un día con 21 de presión arterial, internado en un policlínico de Neuquén. Empezaron los temblores y las burlas pues el pulso le fallaba. Seguían el insomnio y las malas contestaciones a su familia o silencios que parecían perpetuos. "Estaba desbordado. No podía retener ninguna información, me olvidaba de todo pero no había una reacción sólo quería preservar me trabajo". Vino el despido en 2007 y una liquidación que le llevaron lista para firmar: "No sé cómo hice pero no firmé, fue un acto de lucidez en medio de las sombras". Sólo luego, de ver a psicólogos y psiquiatras supo que era víctima de mobbing: "Me quemaron". En mayo la jueza Elizabeth Taiana le dio la razón en la demanda por mobbing al cabo de un proceso en el cual fue patrocinado por Wálter Maxwell. Le es imposible tomar la gaseosa que fue su compañera Parte de la terapia de recuperación es escribir. Logró un libro: "La historia que me parió".y también ganó nuevos amigos. Ha mejorado la relación familiar y está en tratamiento de recuperación neuronal. Escribir es clave: "en un momento en que sólo podía retener cinco palabras". Nada es sencillo. Hay tres amigas no queridas que lo ayudan: dos pastillas ansiolíticas y una para tratar la agresividad. | ||
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