Entró en la corresponsalía de "Río Negro" en Buenos Aires y se quedó impactado con la vista de la Capital Federal que ofrece un inmenso ventanal.
-¡La pucha! -dijo y luego Andrés Rivera (Marcos Ribak a los fines de DNI) comenzó a estrechar manos y caminó cansinamente hacia una mesa sobre la cual había depositado un libro: "La Revolución es un sueño eterno".
-Su novela? la de tantos honores, halagos, premios. Nosotros seguimos aprendiendo de los buenos escritores -le dice "Río Negro" y Andrés Rivera reacciona:
-A cuántos les habrán dicho lo mismo -responde y dice que tiene ganas de fumar. Enciende un cigarro y vuelve a hablar?
-William Faulkner dijo que hay que leer, leer, que ésa es la cuestión esencial. Leer a los buenos y a los malos escritores pero leer?
-¡Siempre Faulkner con usted!
-Lamento incomodarlo. Lo que pasa es que ése sí que escribía bien.
-¿Quién es bueno en este oficio de hacer literatura?
-¿No les molesta que siga con Faulkner?
-A Faulkner no lo hubiésemos podido entrevistar; no le gustaban las entrevistas.
-A mí no me molestan, al menos si la hacen tipos inteligentes.
-En eso andamos nosotros, a tientas pero andamos?
-¿Que quién es bueno en este oficio? Aquel que tenga la retórica de Faulkner, si es que puede tenerla, que es otra cuestión. Aquel que pueda adjetivar como Borges, si es que puede hacerlo, que es otra cosa. Siempre vuelvo a ellos. Es posible que éstos no sean tiempos para literatura como la de Faulkner, que es deslumbrante. Hemingway tiene una escritura más seca. La mejor literatura es la de Estados Unidos, sin duda.
-¿Qué es una escritura seca?
-Directa. Escritura que no se rodea de eso, de retórica -sentencia Rivera y deja que uno se imagine qué más puede definir a "escritura seca"?
-¿Escritores con escrituras que no dependan de cajones de palabras?
-¿Cajones de palabras? ¿Y eso? -pregunta levantando las cejas.
-Está relacionado con Leopoldo Lugones. Octavio Amadeo decía que Lugones escribía tras abrir "cajones de palabras", o sea, escribir con muchas palabras. Borges escribió que Lugones tenía la manía de algunos poetas españoles: escribir con todas las palabras del diccionario. No le restaba méritos, pero advertía sobre lo farragoso de algunos tramos de lo escrito por Lugones. ¿Cómo manejar esto de más o menos palabras, dicho vulgarmente?
-Uno debe escribir con las palabras que estima apropiadas, las que le reclama la historia que está desplegando. A veces la apropiada se torna esquiva, la que uno quiere en principio no necesariamente es la que va a poner, pero siempre aparece. Uno selecciona, espera la palabra
-¿Persigue la búsqueda de la palabra justa?
-No en mi caso. Tenerla, verla funcionando en el conjunto de la historia que se está escribiendo, es una tarea apasionante; un trabajo donde la palabra buscada, encontrada, adquiere valor.
-García Márquez dice que en manos del escritor la palabra que se elige tiene mucho de "significado subjetivo", algo así como una dimensión que a veces se escapa de la dimensión que el diccionario le da a esa palabra?
-Sí, eso pasa mucho. Hay una cierta intimidad entre el que escribe, la palabra que se puso y la historia que se está desplegando. Y hay algo más que le da marco a esa intimidad: la soledad. Escribir es el oficio más solitario del mundo. No se le puede pedir a nadie que le dé una mano. Está usted y lo que escribe, en una libreta, en un cuaderno, donde sea, el ordenador, la máquina...
-¿En su caso?
-Cuadernos con márgenes para acotar una idea, para corregir. Irse a dormir sabiendo que el cuaderno queda ahí, al alcance de la mano, con todo lo que uno le salió ese día y que mañana hay que revisar. Escribir con pluma, corregir con pluma. Ésa es mi mecánica: no postergar aquello que ya escribió pero que no lo dejó conforme o tiene dudas, o no sé qué. Trabajo en casa, siempre en casa, por las mañanas.
-¿Siempre con un Ballantines cerca?
-¡No, no! ¡Sigo muy leal al Jack Daniels! ¡El mejor desde siempre! ¡No se confunda!
-¡Como Faulkner, como los adjetivos de Borges!
-¡Claro, lugar para los mejores! -aclara Rivera alarmado por la eventual mudanza de marca de whisky que le habíamos hecho.
-Volvamos a la soledad del escritor?
-Lo de la soledad lo digo desde mi experiencia. Antes de ir al periodismo y a la literatura yo trabajé durante años en fábricas textiles, y ahí uno compartía turnos, compartía el fuego para el té, compartía esperanzas, frustraciones. Cuando se escribe se está solo -señala y se desliza hacia un silencio que amasa reflexión. Se advierte que quiere seguir con eso de la "soledad". Faulkner dijo -en metáfora, por supuesto- que esa soledad en que se amasa la historia que uno está escribiendo no puede ser interrumpida ni siquiera por la madre de uno. Y que si eso sucede, bueno, hay que matar a la madre. No se trata de una obligación estética ni moral, no la piensen por ese lado; se trata del compromiso del escritor con la historia que está escribiendo y nada se puede interponer en ese trayecto. Dije compromiso, eh, una palabra hoy muy bastardeada.
- Por la vida...
-Por los que estamos dentro de la vida...
-¿Y el lector dónde está en todo ese proceso creativo?
-¡Qué sé yo dónde está! ¡No sé si está! ¡Ni me interesa si está o no está! -sentencia Rivera y pone "cara de nada" mientras levanta los hombros a modo de acompañar su desdén por meterse en lo que Jorge Semprún definió como "tediosas divagaciones sobre lo que el lector quiere de uno"-. ¿Por qué tengo que pensar en el lector? ¿Hay lectores?
-Un amigo mío (Hugo Martínez Viademonte, periodista, con 75 años reales pero 120 observando la vida en términos saludablemente cínicos) dice después de haber vivido muchos años afuera que la Argentina es el único país donde ha detectado una proporción muy pareja entre los que leen y los que se visten de lectores?
-¡Ésa es buena, muy buena! ¡Sí, sí, es así! Miren muchachos, en ese tema tengo siempre una experiencia muy parecida. A mí siempre me invitan a mesas redondas, a dar una charla sobre éste o aquel libro, y a veces voy. Generalmente, ya sea cuando llego o cuando concluye la reunión, se me acerca gente. Algunos vienen con uno de mis libros para que se los firme y esas cosas, pero otros -mujeres, hombres- me doran la píldora. Me felicitan, me llenan de halagos sin precisiones mayores sobre qué es lo que merezco para tanto halago y generalmente me dicen: "¡Yo leí toda su obra, toda!". Y cuando uno le pregunta qué título le gustó más comienzan a temblar, aparece el "Este... cómo se llama, mi memoria"... ¡mentiras, no leyeron nada, pura jactancia!
-¿Entonces no hay utopías con el lector?
-No en mí. Cuando tuve utopías las puse en un espacio más importante, más abarcativo: un cambio que dignificara la vida en esta Argentina. La literatura es otra cuestión.
-¿Tiene alguna obligación?
-La literatura no tiene ninguna obligación. El que está obligado es el escritor, su compromiso con ser honesto, con que escriba lo que siente, ya sea llevando más acá o más allá los mecanismos que son propios de la ficción. Hemingway sostenía que esa honestidad es la obligación primordial del escritor.
-Cuando usted hace literatura ficcionando la historia argentina va por Castelli en "La Revolución es un sueño eterno", va por Rosas en "El farmer", va por el general Paz en "Ese manco Paz"?
-Un tipo brillante, de gran formación intelectual y, desde lo militar, un estratega formidable. El Ejército Argentino jamás volverá a tener un general de esa al- tura.
-Pero usted los toma en... especialmente a Castelli, que se está muriendo, y a Rosas, en el exilio. ¿Es una elección suya abordarlos desde sus finales?
-No es una elección mía, es un imperativo que emerge de la mirada que uno echa sobre nuestra historia, imperativo que por supuesto tiene que ver con momentos trascendentes de esos hombres, momento que al escritor le estallan. Rosas, dos décadas con la suma del poder, terminando sus días solo, en Gran Bretaña, con los pies junto a un brasero. ¡Castelli, el orador de la Mayo!... olvidado, muriéndose de cáncer de lengua.
-¿Cómo juegan los protagonistas que dan vida a su literatura? ¿Se va a dormir pensando en ellos?
-No. Me despiertan, no me impiden el sueño pero me despiertan. Me levanto sabiendo que me están esperando en ese cuadernito en el que escribo.
-¿No lo enferman, no lo persiguen esos personajes?
-No, los manejo.
-Pepe Soriano comentó que mientras hizo "Lisandro" hubo días en que era más Lisandro de la Torre que Pepe Soriano. Robert de Niro tuvo que aumentar 15 kilos para hacer de Al Capone en "Los intocables". Luego comentó que durante todo el rodaje de la película caminó, tomó su cigarro, levantó su mentón, porque estaba tan metido que era Capone y no De Niro.
-A mí me pasa eso. Cuando escribí "El farmer", pensaba, me sentía, Rosas. Yo era Rosas. Lo mismo me pasó cuando escribí "Ese manco Paz". Pero Rosas tiene un costado perverso y ahí, ante ese costado, es cuando no soy Rosas. ¿Saben lo que me pasó con Castelli? Mientras escribía "La Revolución es un sueño eterno", pensaba en las comidas de Castelli, los?
-¿La dieta?
-Sí, sí, él, con cáncer de lengua. ¡Con qué alimentarse! ¡Los dolores!
-Usted está marcado por Castelli. Lo sigue. Por el final, por ese cáncer, por jacobino. Está en usted por esa reflexión: "No cuento la carencia de una historia, cuento la historia de una historia"
-Castelli... una historia breve, de entrega total, el gesto y la acción a todo o nada. Sus ideas me siguen, me sigue -dice Andrés Rivera y anuncia su partida: ¡Me tengo que ir, chicos!
-Una última, la última.
-Bueno. Claro, claro.
-Una casi absurda: ¿sigue escribiendo por las mismas razones que siempre dijo?
-Sí, por placer.
CARLOS TORRENGO
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JUAN IGNACIO PEREYRA
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