Para la realidad política rionegrina, éste es el momento de mezclar las cartas preparando una nueva jugada. Como en el baile de la silla, las lealtades se liberan. Y dirigentes que en otras épocas han hecho un culto de la fidelidad a un proyecto político -eufemismo que suele usarse para aludir a la aceptación de ciertos procedimientos en función de fines personal o grupalmente convenientes- se muestran hoy críticos, autocríticos y poseedores de una iniciativa que antes les fue esquiva.
En esa danza de personas y declaraciones hay quienes se apresuran a ubicar sus aspiraciones en sitios deseados, con la intención de ganarles de mano a eventuales contrincantes.
Hay quienes tienen capital político propio. Y quien no lo posee busca construirlo o rearmarlo con rapidez.
En ese marco, resulta llamativo que dos de las personas que mejor provecho obtuvieron de las recientes elecciones parlamentarias nacionales por razones diferentes amenazan con tirar por la borda el crédito y las expectativas favorables que generaron en sectores de la sociedad.
En la política provincial hay sobrados ejemplos de personas que causan dificultades a otras por ambición desmedida, incapacidad o negligencia en el cargo. Pero no resulta habitual, en cambio, observar a dirigentes que obren en contra de sí mismos y de sus chances políticas.
Tales son los casos del intendente de Roca y precandidato a gobernador provincial por el Partido Justicialista, Carlos Soria, y de la legisladora provincial Magdalena Odarda, del ARI, quien el pasado 28 de junio estuvo a punto de convertirse en diputada nacional luego de obtener el primer lugar en la preferencia del electorado en Cipolletti, Bariloche, Allen, Conesa y Sierra Grande.
Podría decirse que Soria, sin ser candidato, ganó las elecciones recientes. Fue él quien propuso e impulsó la candidatura de Oscar Albrieu y virtualmente lideró la campaña proselitista que le permitió al PJ superar por 9.000 votos al radicalismo en la provincia. Además es un intendente exitoso, que conduce desde hace más de cinco años una administración municipal admirada incluso por radicales e independientes, tanto por las obras que transformaron el aspecto de la ciudad como por el modo en que ha mejorado cuestiones centrales de la gestión municipal.
Sin embargo, Soria persiste en actitudes grotescas y pendencieras más propias de un caudillo decimonónico que de un líder ciudadano del siglo XXI. Sus exabruptos no sólo lo colocan en mala situación frente a quienes lo eligieron sino que, principalmente, dan a sus adversarios radicales un material riquísimo para denostarlo.
Es bueno recordar que de su gestión nacional frente a la SIDE el hoy intendente arrastró durante años una causa, luego de que se lo acusara de "apretar" a varios jueces federales en el 2002 para que encarcelaran al ex ministro de Economía Domingo Cavallo y a varios banqueros.
Si Soria pretende ser una alternativa verdadera al actual gobierno radical, haría bien en vincularse más con la imagen de los líderes americanos que más éxito tienen entre sus electorados -como Michelle Bachelet, Lula da Silva o Tabaré Vázquez- y alejarse de los métodos que tanto conocemos en Río Negro, que son precisamente el "apriete", el clientelismo, las operaciones de grupos reducidos y la falta de transparencia y solvencia profesional.
Respecto de Odarda, su ahora evidente vinculación con el vicegobernador Bautista Mendioroz y con el radicalismo rionegrino provocó zozobra entre muchos de quienes la votaron.
La legisladora del ARI parece no tener en claro la naturaleza de la cantidad excepcional de votos que cosechó el pasado 28 de junio cuando aspiró a una banca en Diputados.
Por razones coyunturales su candidatura logró romper con el bipartidismo en Río Negro. Y, para hacerlo, contó con el respaldo de personas que antes votaron a alguna de las dos fuerzas tradicionales. Es decir que su éxito electoral se lo debe a electores que, sin intereses partidarios específicos, estuvieron ahora fuertemente motivados a sancionar con su voto tanto al gobierno radical rionegrino como al kirchnerismo.
Odarda misma dijo durante la campaña que aspiraba a lograr el aval del votante disconforme con una y otra instancia de gobierno. ¿Cómo pudo olvidarlo cuando expresó, al día siguiente del comicio, su deseo de encolumnarse en una fórmula junto con Mendioroz, que fue ministro durante la gestión de Horacio Massaccesi, vicegobernador de Pablo Verani y también del actual gobernador, Miguel Saiz? ¿Cómo podría ahora decirse diferente? Hacerlo equivaldría a admitir que durante muchos años de su vida política Mendioroz eligió tolerar algo que le resultaba ajeno o inadmisible. Algo que, en el argot político, equivaldría a "tragar sapos" en silencio a la espera de que el desgaste de sus aliados le permitiera liderar el "clan" UCR.
Odarda cometería una verdadera necedad si decepcionara a quienes confiaron en ella.
En primer lugar, porque pronto verá que gran parte de sus votantes no la acompañarán en la próxima elección. Pero, sobre todo, porque demostraría que no comprendió el sentir de quienes no quieren ser utilizados para reciclar un gobierno gastado, sin ética, que maneja la caja del Estado sin austeridad ni responsabilidad y que se confía luego en la ayuda que pueda darle el gobierno de Nación, aunque eso lo obligue a aceptar la extorsión de respaldar políticas públicas ruinosas para los argentinos.
Lamentablemente, no existe aquí una "escuela" de dirigentes. En general, cada uno diseña sus estrategias sobre la marcha y privilegiando el consejo de su círculo más cercano por sobre la impresión más amplia de la ciudadanía independiente, un espejo a veces más cruel pero con frecuencia infinitamente más certero.
ALICIA MILLER
amiller@rionegro.com.ar