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En China también | ||
La esperanza difundida de que el reemplazo por el electorado norteamericano de George W. Bush por Barack Obama en la Casa Blanca ayudaría a tranquilizar al "mundo musulmán" no duró mucho. En los meses últimos se han agravado los conflictos religiosos que están causando estragos en casi todos los países, desde Marruecos hasta Filipinas, en que los musulmanes constituyen ya la mayoría, ya una minoría importante. Así y todo, provocaron sorpresa los disturbios muy violentos que acaban de estallar en el oeste de China donde, según los medios oficiales, murieron por lo menos 140 personas y resultaron heridas otras 800, lo que, en vista de la propensión del régimen a minimizar las dimensiones de las revueltas ya rutinarias que se dan a lo ancho y lo largo de su país, hace sospechar que las cifras reales sean decididamente mayores. Como sucede en tantas otras partes del mundo, en la raíz de los enfrentamientos está la incompatibilidad entre las aspiraciones, razonables o no, de los musulmanes por un lado y, por el otro, las exigencias de un gobierno comprometido con un credo diferente o, en el caso del chino, con una versión sui géneris del comunismo y con el nacionalismo han. Se trata de un problema sin ninguna solución evidente. Mientras que en los países democráticos apaciguar a los activistas musulmanes supondría el abandono de principios considerados fundamentales, como los vinculados con la libertad de expresión y el derecho de todos a cambiar de religión -en las sociedades islámicas la apostasía suele ser un crimen capital-, en los autoritarios obligaría al régimen a hacer concesiones que a su juicio acarrearían el riesgo de dar comienzo a una apertura generalizada de consecuencias imprevisibles. Desde la óptica china, ceder ante los islamistas pondría en peligro la unidad nacional, que ya se ve amenazada por los tibetanos, de suerte que en su opinión no tienen más alternativa que la de reprimir con suma violencia cualquier manifestación de separatismo. Aunque en el Occidente es habitual dar por descontado que la militancia musulmana, fomentada no sólo por una multitud de organizaciones de las que Al Qaeda es la más notoria sino también por los regímenes de países como Arabia Saudita e Irán, puede atribuirse a los abusos cometidos primero por los imperialistas europeos y después de la Segunda Guerra Mundial por Estados Unidos, también plantea un desafío temible a China y la India, o sea a los dos gigantes asiáticos que conforme a muchos pronto se erigirán en grandes potencias no meramente regionales sino también mundiales. Hace poco, la capital económica de la India, Bombay, fue escenario de un ataque extraordinariamente cruento por parte de un grupo de yihadistas de origen paquistaní y, últimamente, en Xinjiang, bandas de uigures musulmanes han protagonizado choques feroces con miembros de la etnia han dominante que, en efecto, han colonizado la región, marginando a los habitantes anteriores. El conflicto entre los independentistas uigures y el régimen chino no es ajeno a Estados Unidos, ya que entre los combatientes musulmanes detenidos en la base militar de Guantánamo hay integrantes de su movimiento que fueron capturados en Afganistán. Por entender que si cayeran en sus manos los rebeldes uigures las autoridades chinas no se preocuparían por respetar las normas de derechos humanos que rigen en los países occidentales, el gobierno de Estados Unidos se ha negado a entregárselos, pero podría cambiar de opinión si China ofreciera ayudarlo en Afganistán, donde los norteamericanos han puesto en marcha una ofensiva en gran escala contra los talibanes. Sucede que es del interés estratégico de China, y también de la India, ver eliminada cuanto antes la amenaza planteada por la militancia islamista. De fracasar los esfuerzos de los norteamericanos y el ejército paquistaní por aplastar de una vez y por todas a los integristas, entre los más perjudicados estarían los chinos y los indios, además -es innecesario decirlo- de los israelíes que tienen motivos de sobra para temer a la agresividad creciente de quienes parecen dispuestos a subordinar absolutamente todo, incluyendo su propia vida, a sus convicciones religiosas y que por tal motivo no vacilan en enfrentarse con los ejércitos más poderosos del planeta. | ||
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