VIEDMA (AV)- Aislamiento e higiene profunda, dos de las recomendaciones básicas para evitar el contagio de la gripe A, son -en los barrios más pobres de esta capital- una mera expresión de deseo. En las pequeñas casillas del barrio 30 de Marzo, por ejemplo, los síntomas de gripe -estacional o no- afectan a familias enteras. "¿Cómo vamos a lavarnos las manos a cada rato si apenas tenemos agua?", dice Inés Fernández, rodeada de sus cinco hijos que tosen a coro. "Al más grande ya se le pasó un poco, pero el resto seguimos", afirma, recién levantándose de la cama que se ubica en la única habitación de la pequeña construcción de madera y nailon. Allí, a pocos centímetros uno de otro, duermen los siete cada noche.
"Ahora caí yo. Anoche me dolía todo el cuerpo y tengo mucha tos", agrega el hombre de la casa, Evaristo, mientras saborea el mate de la mañana.
En otra casilla, un par de cuadras al este, Mónica y Mariela, dos mujeres del lugar, se juntan a contarse las penas, mientras los chicos juegan en el patio. Una bebé de pocos meses se queja sobre la cama. "La tuve con fie-bre alta hasta hace unos días. ¿Lavandina? No, si ni agua tene-mos", responde Mariela, con una sonrisa que denota resignación.
La situación de las familias de Inés y Evaristo, de Mónica y de Mariela se repite en las diferentes casas del barrio. Como pueden, unos más y otros menos, intentan cuidarse de la gripe, pero la tarea es difícil. Sea por la enfermedad que tiene en vilo al país o sea por la gripe estacional de cada año, lo cierto es que la situación sanitaria en los barrios pobres es muy compleja.
El personal médico del centro de Salud del barrio Lavalle reconoce que diariamente llegan con problemas respiratorios unas 40 personas de los barrios aledaños. "Lo hacen organizadamente, ya que damos turnos para que no se aglutinen", cuenta Zulma Peña, enfermera del lugar.
Inés se instaló a principios del año pasado en "la toma" y el invierno anterior fue superado con más tranquilidad. Esta vez, la gripe no da tregua; preocupa y afecta a muchos habitantes del lugar. "Para colmo, el comedor cerró y apenas tenemos para alimentarnos. Las fotocopias que dieron en la escuela no las pudimos retirar porque había que ir a un kiosco del centro y nos cuestan como seis pesos cada juego", describe Inés.
"¿Tenerlos adentro?. ¿Cómo?. Ni atados", dice la mujer.