Vi su foto en el "Río Negro" del lunes y me pasó como les habrá pasado a muchos: no reparé demasiado en el hecho que ilustraba. Felipe Sapag había cambiado de domicilio y votaba en Neuquén. En la foto se ve a un hombre relativamente alto que, con gruesos anteojos y algo inclinado, busca colocar su voto en la urna.
Quienes en la ocasión recogieron sus declaraciones no hicieron más que reproducir lo que viene diciendo desde 1983: "Es bueno que los jóvenes voten, como se viene haciendo desde hace 25 años. Nuestra democracia es joven y hay que cuidarla".
Con un amigo trajimos al presente ese hecho y nos hicimos algunas preguntas.
¿Por qué pasa desapercibido y son pocos los que exaltan públicamente un hecho como éste? ¿Es acaso habitual que un político que ayudó a construir el Neuquén moderno y contradictorio de hoy, a los 92 años, se acerque a votar con la humildad de un ciudadano más? ¿No representa una señal virtuosa para sus comprovincianos? ¿No comienza en él y en esa adhesión a la democracia una saludable tradición para toda una sociedad?
Y también especulábamos sobre si en ese momento no pasarían por su mente las veces en que debió recurrir al voto para ser ratificado como gobernador de Neuquén; la significación del voto como punto de arranque de una nueva etapa histórica que dejaba atrás los años de la dictadura que segó la vida de dos de sus hijos.
Los neuquinos sentimos sobre nuestras espaldas la carga de la transitoriedad, la ausencia de referentes y, sobre todo, la ignorancia de nuestro propio pasado. Felipe Sapag puede ser aún una figura que algunos podrán discutir, pero lo que no se puede negar es que fue un militante coherente, por la reivindicación de los sectores más humildes de la sociedad, y en especial un incansable luchador por la autonomía política del territorio que lo vio crecer. Desde la época en que, según sus dichos, los neuquinos eran ciudadanos de segunda clase, porque se les negaba el derecho a elegir y ser elegidos.
Ésa fue una lucha que lo marcó, en la misma medida en que esa veda cívica se prolongó en el tiempo. Costó mucho esfuerzo llegar al momento de hoy, en que el acto de votar se convierte en un hecho natural, en un derecho que no parece poder conculcarse por fuerza alguna.
A pobladores del viejo Neuquén, entre los que está Felipe Sapag, hay que agradecerles aquel aguante, aquellos reclamos que terminaron al cabo de muchos años derogando el olvido y poniendo a Neuquén en el mapa de la organización política federal de la Argentina.
Creo no equivocarme si digo que Sapag admiraba a Raúl Alfonsín porque lo consideraba un político de raza y lo vinculaba con el fin de la barbarie. También supe que esa admiración era recíproca, porque Alfonsín lo recordaba como el único gobernador de la oposición que no pedía cosas para él sino sólo para beneficio de su provincia.
-No pide -decía Alfonsín- ni por el nombramiento de jueces, ni por ascenso de militares ni por cargos para familiares. Pide por escuelas, caminos y hospitales para su provincia.
Felipe bregó entonces por apuntalar a aquel gobierno, al que apoyó en todo lo que estuvo a su alcance. Baste recordar que Neuquén obtuvo el más alto porcentaje de "sí" en la consulta por el Tratado de Paz y Amistad con Chile y que luego, en Semana Santa, se produjo en Neuquén una movilización en defensa del sistema que unió a todo un pueblo, liderada por él y el obispo Jaime de Nevares. Es que había entendido el alcance del logro democrático y también el de su simétrica vulnerabilidad. En ese pensamiento el voto sintetizará, siempre, la posibilidad de un ejercicio de la libertad.
En un mundo que parece derrumbarse, esta democracia ha sido criticada con la adjetivación de burguesa, como si sólo sirviera para legitimar un fatal bonapartismo. Pero replicamos que, mientras un sistema de gobierno sea representativo, no habrá otro modo más unánime de recoger el sentir político de una sociedad civilizada. Felipe Sapag desde su experiencia de vida nos dice que todavía es tiempo de cuidarla.
OSVALDO PELLíN (*)
ESPECIAL PARA "RíO NEGRO"
(*) Ex diputado nacional neuquino