El joven estudiante de medicina abrió la ventana de su cuarto que daba a la avenida, respiró con profundidad y exultante exclamó: "¡Por fin!". La radio había anunciado, finalmente, el derrocamiento del presidente constitucional Arturo Illia. Como a otros universitarios receptores de la operación comunicacional de desgaste sobre la figura del modesto médico de Cruz del Eje y su permanencia en el poder, se le hacía insoportable.
La acción de deponer por las armas a un primer mandatario en la Argentina fue de aceptación por gran parte de la ciudadanía. No se puede negar el hecho, y las investigaciones en comunicación así lo verifican: la salida forzada del presidente radical tuvo un alto grado de consenso cívico.
El joven estudiante de medicina comprobó más tarde, cuando el verdadero rostro del gobierno armado se hizo visible, el fraude informativo que había asimilado sin ningún protocolo crítico. Tal vez no sabía o su juventud no le había permitido presentir que una gran sombra de desencuentros se fijaría en el cielo nacional para concluir en la determinación militar de marzo de 1976.
Cuarenta y tres años más tarde y en el mismo día de la última semana de junio, dos acontecimientos se cruzan en el campo de las democracias latinoamericanas: la elección de diputados y senadores en la Argentina y el golpe de Estado en la caribeña Honduras.
Un episodio y otro son parte de la trama profunda de la América ibérica, morena, indígena, mestiza y contradictoria. Aquí, la vocación por seguir el camino de las urnas se vivió con una fuerza inusitada. A pesar de la devaluación de ideas y proyectos no visibles, el pueblo eligió.
Sin ofertas claras y con ambigüedades discursivas la madurez cívica, perdida en aquel 28 de junio de 1966, fue manifiesta y por delante de las iniciativas dirigenciales.
No hay sitio para otras alternativas. El Congreso y la Corte Suprema son los espacios naturales para resolver contingencias institucionales. En 2001-2002 las soluciones surgieron de esos poderes legales del Estado.
La Argentina aprendió con dolor cómo deben transcurrir sus cambios. El "mal del siglo", como lo señaló Karl Popper, esto es los autoritarismos y la omisión de las soluciones prescriptas por la ley fundamental, ha sido dejado de lado, ha terminado.
A seis meses de las elecciones generales el presidente de Honduras Manuel Zelaya fue expulsado del país luego de un golpe cívico-militar. Los grupos detractores hablan de una orden de arresto de la Corte Suprema. ¿Qué impidió a los golpistas -ahora en el gobierno con barniz constitucional- recurrir al juicio político? ¿Por qué acudir a las armas con el mejor estilo del siglo XX signado por las calamidades del fenómeno autoritario?
Mucho tendrá que recorrer la república centroamericana para encontrar su camino. Una breve mirada a nuestra historia nacional, desde 1930, informa de esos padecimientos.
El 28 de junio el pueblo argentino decidió, eligió. Dio su veredicto. Evaluó la gestión de un gobierno. El adelanto de junio fue, sin proponerlo sus autores, una concordancia de ratificación democrática. Una respuesta silenciosa luego de casi medio siglo.
El domingo 28 de junio último a muchos se les cruzó la imagen de un presidente civil de la década del ´60 humillado, despojado de su cargo en la misma Casa Rosada.
Observamos a Tegucigalpa en un desencuentro profundo mientras en nuestro país se votaban legisladores para el Congreso nacional.
La fecha quedará grabada para mejorar la vinculación con el pasado de argentinos y hermanos de América Latina y el Caribe.
JUAN CARLOS BERGONZI (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Profesor investigador, Fadecs, Universidad Nacional del Comahue