La tarea política en una democracia implica tensión, pero nunca debería incluir violencia.
Es probable que el intendente Carlos Soria tenga razón al señalar que el confuso episodio de Huergo fue utilizado para afectar su imagen, presentándolo como un matón armado, característica que tendría indudables consecuencias en su aspiración de ser gobernador en 2011.
Pero, aun si así fuera, Soria debe admitir que su brutal irrupción en la sede del Concejo Deliberante de Huergo generó el campo fértil para tal acusación.
Más allá de la existencia o no de un arma, su pendenciera metodología para solucionar un asunto tan banal como una pintada política debería hacerlo reflexionar. A veces, el peor enemigo no está en el adversario sino en no saber medir el efecto de los propios actos.