Miércoles 08 de Julio de 2009 18 > Carta de Lectores
Realidades contrapuestas

Según Carlos Reutemann, "ahora hay que darle una semana" a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner "para que absorba el impacto de la derrota" que el gobierno acaba de sufrir en las elecciones legislativas. Muchos políticos peronistas comparten la actitud, a primera vista generosa si bien teñida de desdén, del senador nacional por Santa Fe, a sabiendas de que acarrea un ultimátum. Es que a menos que la presidenta, su marido y los demás integrantes de su equipo interpreten debidamente el mensaje nada ambiguo que les envió el electorado, los dirigentes más influyentes del movimiento peronista no podrán asegurarles el apoyo que necesitarán para seguir gobernando hasta diciembre del 2011. Mal que bien, se trata de la lógica inherente a una democracia sin instituciones políticas consolidadas en que a los mandatarios fuertes se les permite casi todo pero a los débiles virtualmente nada. Mientras los Kirchner contaron con el poder que emana de las urnas y el dinero procedente de una "caja" llena que podían usar para premiar a los amigos y castigar a los considerados como adversarios, la mayoría de los peronistas y una minoría de radicales y aristas con responsabilidades administrativas estuvieron dispuestas a tolerar su forma arbitraria y despectiva de gobernar el país, pero en cuanto se hizo evidente que las ventajas de "la lealtad" eran inferiores a los costos, comenzaron a distanciarse de ellos. Huelga decir que a raíz de los resultados electorales el éxodo se ha vuelto irrefrenable. Con la excepción de un puñado de personajes que dependen por completo de los Kirchner, ningún político que se precie quiere continuar siendo rehén de sus errores y torpezas.

Asimismo, a partir de aquel domingo fatídico, los Kirchner no se han cansado de suministrar a los tibios y vacilantes nuevos pretextos para abandonarlos a su suerte. Tal vez por ser personas que no están acostumbradas a las derrotas electorales, los dos han procurado minimizar la importancia de elecciones que ellos mismos insistieron en transformar en un plebiscito sobre su gestión conjunta o, como dicen, "el modelo". Al recibir como respuesta un no sonoro, no quieren darse por aludidos, de este modo brindando la impresión de vivir encerrados en un mundo propio desvinculado del país real.

La Argentina, pues, ha entrado en una etapa que amenaza con serle peligrosa. Las distintas agrupaciones opositoras, tanto la conformada por los peronistas disidentes y sus aliados de PRO como las que giran en torno de la UCR y el Acuerdo Cívico y Social, no están preparadas para gobernar. Sus líderes son conscientes de los riesgos que plantearía una reedición del golpe civil que hizo caer al presidente Fernando de la Rúa o, lo que sería acorde con las reglas constitucionales, un juicio político destinado a apurar la salida de un gobierno que a juicio de muchos es corrupto e inoperante, motivo por el que quieren que la gestión de Cristina termine a la hora estipulada. Sin embargo, aquellos dirigentes que se suponen más representativos del estado actual de la opinión pública entienden que a cambio de su colaboración no les queda más alternativa que la de obligar a los Kirchner a aceptar que las circunstancias se han modificado y que por lo tanto les es forzoso resignarse a un estilo de gobierno colegiado en que el Congreso o, si no se pone a la altura de sus responsabilidades, una "liga de gobernadores" lleve la voz cantante. Para que los Kirchner se resignaran a obrar dentro de los límites así supuestos, tendrían que reconocer que su poder ha disminuido hasta tal punto que no les es posible seguir gobernando como lo hacían antes del 28 de junio. Por lo demás, sus esfuerzos por convencer al país de que en verdad nada ha cambiado no pueden sino resultarles contraproducentes, ya que aquel poco más del treinta por ciento del electorado que votó por sus candidatos lo hizo en buena medida porque suponía que los santacruceños encarnaban el poder; al enterarse de que ya no es cierto, dejarán de respaldarlos, agravando de este modo la vertiginosa pérdida de autoridad de una pareja que así y todo insiste en actuar como si a su entender lo ocurrido a fines del mes pasado no fuera más que una anécdota que pronto será olvidada para que lo que suponen es la normalidad se restaure y todo vuelva a ser como era antes.

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