Viernes 03 de Julio de 2009 Edicion impresa pag. 22 > Debates
¿Han muerto los partidos políticos?

Por GABRIEL RAFART

La competencia electoral reciente parece haber confirmado un diagnóstico pesimista sobre los partidos políticos. Se afirma que, a pesar de que éstos sigan contando con una etiqueta de identidad, habrían muerto. La misma competencia electoral los ha dejado atrás, primando la arquitectura de la coalición, de abiertos y simultáneos "espacios" políticos.

Lo cierto es que esa transformación no es exclusivamente argentina ni tampoco reciente. Hoy las viejas organizaciones políticas se parecen más a la idea de "partidos de alquiler", muy propia del sistema partidario brasileño. Como tales, son entidades funcionales a políticos inventores de sus propias empresas electorales. Los de mayor éxito son los que cuentan con dinero constante, con el visto bueno de los medios masivos de comunicación y con buenos asesores de imagen. Como tales, son arrendatarios de parcialidades territoriales. Sus prácticas vacían a las entidades históricas de aquella idea que destacaba a un partido como dimensión instrumental y reivindicativa de intereses que su vez daba sentido a toda acción colectiva. Acción colectiva destinada a asumir una identidad que, cuando no se disponían a crearla, se trabajaba sobre una realidad preexistente. Por eso las nuevas entidades dejaron de pensarse en términos de tradiciones o programas.

Como bien señala el politólogo chileno Manuel Garretón, la mayor parte de las expresiones partidarias de la actualidad -en todo el orbe de las democracias occidentales- se ha alejado del tiempo en el que imperaba una política "clásica", marcada muchas veces por "ideologismos, polarización y hasta fanatismo". Aun con todo ello, estábamos frente a organizaciones de "promesas". Sólo ellas podían canalizar intereses sociales limpios. Garretón también nos señala que la nueva época dejó a muchos partidos sin clivajes sociales, conforme a lo dicho cuenta demasiado las oportunidades de la "banalidad, el cinismo y la corrupción". Debemos agregar el pragmatismo, personalismo, el patrimonialismo y el apego a los territorios.

Otro analista, el argentino Hugo Quiroga, ampliaba esos conceptos. "Se han constituido "expresiones electorales", que no alcanzan el estatuto de partido, organizadas en torno de la personalidad de los líderes locales, los arreglos electorales y no en base a programas, y mucho menos a ideologías. Esas expresiones no construyen identidades políticas ni están sujetas a estabilidad o permanencia alguna. Muchas de ellas se han construido gracias a la fuerte migración política, merced a una especie de "candidatos itinerantes", de candidatos que ayer lo fueron de un partido, hoy de otro y tal vez mañana de uno diferente, pero siempre menos orgánicos e ideológicamente más difusos. Lo que parece estar en discusión es el partido como forma de organización política".

Desde hace varios años que una renovada sociología de los partidos políticos viene señalando que éstos están en crisis. Que la democracia de audiencias los ha dejado mal heridos. Que siendo artefactos cuyo recurso principal era canalizar la representación hoy deben competir con otro tipo de organizaciones.

Los partidos ya no parecen expresar diferencias políticas y dejaron de lado la idea de que el que ganara uno u otro podía tener consecuencias considerables para la vida colectiva. La dinámica de los partidos ha mutado hacia una trama de organizaciones con escasa consistencia. Sin embargo siguen siendo entidades con algún grado de visibilidad.

En la Argentina partidaria, hasta las elecciones del 2007, esa pérdida de sentidos parecía comprender mayormente al polo no peronista del sistema político. A pesar de las rivalidades y competencia, el peronismo conservaba cierta unidad. Los preparativos de las legislativas del pasado 28 de junio y seguramente el futuro cercano pondrá en entredicho aquella afirmación.

Habrá entonces que considerar que el sistema de partidos peronista también "estalló", aunque igual que los otros no necesariamente haya muerto.

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