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Viaje a un crudo invierno sin gas a orillas del mar | ||
Cómo pasan los días en el Puerto San Antonio. Necesitan $ 2.000 por mes para calefaccionarse. | ||
PUERTO SAN ANTONIO ESTE (ASA).- Ahora que la temporada estival se alejó junto con los últimos barcos mercantes que visitan el Puerto en busca de fruta, la pequeña villa pesquera vuelve a centrar su actividad en el devenir del puñado de familias que residen en ella de manera permanente. Sin embargo, para los aproximadamente 600 habitantes del pueblo comienza para esta época una actividad febril, que sólo culminará cuando llegue la primavera y aleje con sus primeros calores el fantasma de ese frío glacial que se instala irremisiblemente en sus huesos. Ellos no poseen gas natural y con recursos que siempre son escasos para calefaccionarse deben hacer frente a otro invierno que aquí, en San Antonio Este, es más extenso y crudo que en otros sectores. Mientras se prolongue el frío, tratar de acopiar leña de la forma que sea, conseguir garrafas que se coticen al precio "social" impuesto para aliviar el bolsillo de los más necesitados e ir detrás de los vendedores de tubos de gas y leña por tonelada será la tarea que marque, como cada año, el pulso de las jornadas de los vecinos de la villa. Sin distinción de clases sociales, ellos saben que para "pasar el invierno" se necesita un presupuesto extra, que la mayoría no tiene y que la escasa minoría que lo posee, porque fueron las ganancias del verano, ve escurrirse como agua entre las manos. "Ajustándonos, y tratando de hacer rendir la leña y las garrafas lo más posible gastamos 2.000 pesos mensuales en calefacción, y yo sólo gano 1.500", cuenta Jorge Epulef, quien es recolector de residuos de la delegación y vive junto a su familia en una vivienda que aún no terminó de construir. Cada mañana, cuando recorre la villa abocado a su actividad, sabe que el frío que enfrenta al trabajar al aire libre no se disipará cuándo llegue a su casa, en la que su esposa y sus cuatro hijos tratan de soportar el invierno en un peligroso hacinamiento. Mientras cocina en la pequeña habitación en la que se resume el espacio en el que vive, duerme y comparte los alimentos junto a sus niños, Claudia -la esposa de Jorge- cuenta angustiada que "no importa el sacrificio que hagas, porque nunca llegás a tener la casa caliente y siempre vivís pendiente de que los chicos no se enfermen". Los pequeños que menciona Claudia son María Elena y Gonzalo, de 11 y 10 años, que se quedan en la cama hasta el mediodía esperando la hora de asistir al colegio, porque allí encuentran la tibieza que falta en el reducido ambiente protegido con unos cartones a modo de cerramiento, que sin embargo poco ayudan a evitar el azote del viento que se desata sobre el Puerto. "Con mis otros hijos, Pablo de 21 y Carlos de 19, tratamos de juntar leña de la playa o de la ruta, cuando conseguimos a alguien que nos acerque en un vehículo, porque cada cajón de leña se vende a 10 pesos, y necesitamos 5 por día para calentarnos, y hay que tener 50 pesos disponibles a diario", relata Epulef. Conseguir garrafas sociales es otra misión imposible, ya que según Jorge "las sociales, que ahora están 17 pesos, acá ni siquiera llegan, y las que conseguís salen 20, 25 y hasta 30 pesos, y lo mismo pasa con los que venden leña por tonelada que en pleno invierno llegan una vez cada tanto y cobran 350 pesos los mil kilos, y seguro que cuándo pasan uno se gastó la plata que había juntado para esa compra en los cajones que rinden menos y a la larga cuestan más, pero te salvan". Como continuando el relato iniciado por Epulef, desde otro sector de la villa Liliana Candia intenta conciliar números que hace rato le resultan ingobernables. "Yo vivo sola con cuatro de mis siete hijos, y la municipalidad por mes me entrega cinco cajones de leña, que porque tironeo me duran dos días, y el resto del mes, con los 1500 pesos que gano, dependo de la buena voluntad de mi vecino que a veces me lleva junto a su familia a buscar leña en campos que están desmontando, que luego nos repartimos, o sino hago como ahora, salgo con mi carretilla para ver si puedo encontrar algo cerca de la playa que sirva para calefaccionarnos ", cuenta Liliana. En esa búsqueda entre los médanos que inició desde muy temprano junto a Tamara y Estela, sus hijas de 14 y 9 años, la mujer pudo reunir una pequeña cantidad de trozos de chañar que se esfumarán antes de las 18, sumergiendo nuevamente a la vivienda en el frío. "Hasta el año pasado vivía junto a mis chicos en un contenedor que conseguí, pero gracias a Dios ahora pude levantar de a poco esta habitación. Lo que pasa es que con lo costoso que es el invierno apenas puedo pensar en seguir edificando de a poquito, ya que lo único que puedo esperar es que el invierno pase sin que mis hijos se enfermen", reflexionó angustiada.
VANESA MIYAR | ||
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