Viernes 03 de Julio de 2009 18 > Carta de Lectores
País fragmentado

Ya que es innegable que el gobierno nacional acaba de recibir una paliza, sonó un tanto ridícula la afirmación de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner de que el oficialismo ganó las elecciones legislativas puesto que, según las cifras que maneja, consiguió más votos que cualquier otra fuerza política, pero la verdad es que hasta cierto punto tiene razón. Si bien el Acuerdo Cívico y Social y las agrupaciones vinculadas con él sumaron casi tantos votos como el kirchnerismo, éste tiene derecho a considerarse la primera minoría, pero lo es sólo porque el país cuenta con una cantidad tan impresionante de partidos, alianzas, movimientos provinciales o municipales y así por el estilo. Lo que no tiene es un solo partido amplio y coherente que sea equiparable con los de las grandes democracias del mundo desarrollado que a menudo pueden gobernar sin la ayuda de extrapartidarios. En su lugar, hay una plétora de facciones, muchas de ellas virtualmente unipersonales ya que dependen por completo de las vicisitudes de la imagen del líder, que se combinan coyunturalmente por motivos electoralistas para entonces dividirse a causa de las reyertas entre sus dirigentes. Cuando se habla de oposición aquí, se alude a conservadores, liberales, progresistas e izquierdistas que acaso podrían alcanzar un consenso sobre la necesidad de respetar ciertas reglas constitucionales, pero que nunca estarían en condiciones de formular un programa de gobierno común. En cuanto al oficialismo, es sólo una facción más de un movimiento tan heterogéneo que a esta altura nadie sabe qué representa.

Casi todos atribuyen el desmoronamiento del kirchnerismo a la conducta autoritaria e intolerante de la pareja que lo encabeza, pero el que durante más de cinco años el país haya sido gobernado así no se debe sólo a sus características personales. También es una consecuencia previsible de la falta de instituciones partidarias adecuadas. Mientras que en otros países democráticos los dirigentes tienen forzosamente que aprender a dialogar, negociar y consensuar, puesto que de lo contrario los demás miembros de los partidos en los que militan los echarían, en el nuestro pueden comportarse como autócratas. Cuando Néstor Kirchner asumió el poder en mayo del 2003, se rodeó en seguida de santacruceños, entre ellos miembros de su propio círculo familiar, que estaban acostumbrados a obedecerlo sin chistar. Algo similar sucedió en la década anterior en la que el riojano Carlos Menem llenó su gobierno con comprovincianos. En ambas ocasiones, tanto "el estilo" del mandatario como la presencia de demasiados incondicionales significaron que andando el tiempo el gobierno se alejaría del resto de la población, para terminar aislado dentro de "una burbuja".

Es escasa la posibilidad de que el kirchnerismo se recupere del golpe devastador que le asestó el electorado. También lo es que la presidenta Cristina logre adaptarse a las nuevas circunstancias. Lo más preocupante de la rueda de prensa que se organizó para que hablara sobre los resultados de los comicios no fue que procurara minimizar el significado del revés sufrido, lo que dadas las circunstancias era natural y legítimo, sino que no pareció entender que a partir del domingo le sería forzoso modificar radicalmente su estilo de gestión, alejándose de personajes como el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, privando a su marido del manejo de la economía y poniendo fin a la manipulación de las estadísticas por parte del INDEC intervenido, entre otras cosas. Si se niega a hacerlo, la brecha que separa al gobierno de sectores clave, como el campo, el empresariado y la clase media urbana, o sea, de más de dos tercios de la ciudadanía en su conjunto, se transformará pronto en un abismo insalvable. En tal caso, se intensificaría el "clima destituyente" denunciado repetidamente por sus partidarios, se producirían más protestas callejeras, se multiplicarían los paros y se agravaría la fuga de capitales hasta que se haya perdido por completo "la gobernabilidad". Distintos líderes opositores, tanto radicales como peronistas y miembros de Unión-PRO, insisten en su voluntad de ayudar a Cristina para que su gestión termine bien a la hora estipulada, pero a menos que la presidenta se deje ayudar, todos los esfuerzos en tal sentido serán vanos.

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