El resultado electoral de hoy no mutará -de por sí- las miserias financieras vigentes, ni los proyectos políticos que ya emigran para el 2011.

Perdurará la vorágine política y el gobierno de Saiz quedará atrapado, otra vez, en otras urgencias. La depreciada conducción multiplica facciones y anticipa tiempos.

El financiamiento de Río Negro es el mayor peligro. Aquí, no hay inducción electoral eficaz frente a la escasez de recursos.

Perfora el declive de los envíos federales. Esa coparticipación -que constituye el 70% de los recursos provinciales- sólo superó en mayo un 3% a la de igual mes del año pasado. Nada comparable al alza de los gastos, que creció en un 30%.

La advertencia de la depresión se traducía en un informe de Hacienda. Las remesas a las provincias en el 2008 crecían en promedio un 31%. Este año no llega al 13%. El cuadro para junio es peor. La merma rondaba un 40% en las tres primeras semanas.

El tercer trimestre será determinante. Julio y agosto registran históricamente los aportes federales más exiguos.

El pago del aguinaldo evidencia la inicial manifestación del trastorno financiero. Hacienda podrá cancelarlo en dos o tres cuotas. UPCN se ajustará a esa peripecia. El titular del gremio, Juan Carlos Scalesi, renovó su moción para volver al SAC en forma mensual.

La alerta por las penurias llegó a la Justicia. El STJ remitió una nota al gobernador en la que insiste en una ampliación presupuestaria de 20 millones. Existe la palabra de Saiz en que subsanará ese desfasaje, pero los dichos ya no alcanzan. Este Poder precisa de esa partida para cumplir con las actuales erogaciones.

La deuda pública de la provincia superaba los 3.517 millones en diciembre. El 93% corresponde a obligaciones con el Estado nacional. En el 2009, el gobierno de Cristina Fernández asistirá a Río Negro con 280 millones por vencimientos de los pasivos. El auxilio es una cuota mensual de 23,3 millones. El intento rionegrino es conseguir adelantos y percibir desembolsos dobles. En febrero, el ex presidente Néstor Kirchner alentó su viabilidad pero, después, su concreción se diluyó. El ministro Pablo Verani retornó con esa demanda para julio y agosto.

La Nación deberá socorrer a las provincias para evitar un porvenir azaroso. Cualquier reactivación económica requerirá de meses para un impacto favorable en las cortas arcas provinciales. Tampoco existe estimación del costo impositivo que asumirá Río Negro por las implicancias en la actividad turística originadas por la crisis mundial y, ahora, por la fiebre porcina.

Siempre flamean los elementos fortuitos. Y Saiz transitó su carrera política con una buena porción de suerte. Tampoco retará al destino con apuestas osadas.

"Quiero terminar bien". Acuña esta prioridad. Así lo detalló en varias ocasiones en las últimas semanas. Un cierre modesto, cuya concreción penderá de resoluciones en los escenarios impropios (financieros y políticos) y en los litigios internos.

Aquella primacía para su conclusión aclara el rumbo real. El gobernador aparta diseños ideados en despachos cercanos para alterar la Constitución y forzar un tercer mandato. Así, el ímpetu y el proyecto reformista vagarán en la bancada oficialista para sondear si se computan los dos tercios necesarios para su tratamiento legislativo. Este cálculo final sellará el futuro de las alteraciones constitucionales.

Las prisas financieras y el desenfreno político perfilan para Río Negro un espacio inestable. Asoma el terreno más temido para el gobernador. Aquel que exige de un ajetreo de decisiones y de acciones.

Resistirá la imposición de plazos ajenos. El mejor antídoto sería el reposicionamiento de su gestión y de su gabinete. El dominio peligrará si persiste en un escenario inmutable y de resguardo de sus ministros, con irreconciliables diferencias entre ellos. Igual, no hay indicios ciertos en el pensamiento de Saiz que impulsen -por reflejo suyo- cambios en su administración.

El programa de ajuste de marzo fue otra parodia. La campaña electoral no ofreció medios ni turnos para meterse en la revisión de los gastos. La efectividad de las medidas era, de por sí, dudosa, pero lo peor se revela, otra vez, en el contraste en el gabinete, que replica esquemas contradictorios. No hay grandes variaciones en las partidas de viáticos y de aportes. A contramano del decreto N° 66, los alquileres no se revisan y existen juicios trágicos para la autoridad de Saiz. Hay funcionarios que se animan a sostener un alquiler y no ocupan el edificio que el Estado terminó hace varios meses. Transporte no se traslada a su sede pues, dice, que no tiene muebles nuevos. Un suceso reducido, pero -ciertamente- inquietante para el poder.

La decretada rebaja de la planta política enuncia otra frustración. La finalidad del 20% no se logra y la Secretaría General implementó el régimen de part-time, que resquebraja aún más la calidad y el compromiso de quienes deberían conducir el Estado. Sólo esa cartera transmutó en part-time a una decena de funcionarios. Ningún otro ministro todavía utilizó esa metodología. No comparten el criterio.

Impericia y debilidad política se combinan para entrelazar múltiples frentes. Divergencias internas no facilitaron un acercamiento con la defensora del Pueblo. Hace un mes, el secretario general, Francisco González, se entrevistó con Ana Piccinini. Era el comienzo en la regeneración de un canal institucional maltrecho. Un solo contrato se hizo público de esa reunión de tres horas: la disposición del gobierno para escuchar a los vecinos de las Comisiones de Fomento. Piccinini llevó ese recado.

"Alguien irá a la próxima reunión", prometió González, desestimando la requerida presencia de Saiz para antes de las elecciones. El ministro de Gobierno, José Luis Rodríguez -de quien dependen las Comisiones-, entendió inapropiado concurrir. Lo habló con el gobernador y nadie fue al encuentro de Cerro Policía. Faltó acople y decisión hasta con el ámbito político-institucional más complicado que el oficialismo mantiene desde hace un año y medio.

Es imposible explicar rupturas y descalabros sin estos hechos, absurdos e inexplicables. Esa política que siempre se traduce en hemorragia de poder.

ADRIÁN PECOLLO

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