La noche anterior a la tragedia Michael Jackson estaba feliz. Eso dicen quienes estuvieron a su lado. Y, sin embargo, doce horas después estaba muerto.
Los que le conocieron dicen que Michael Jackson, 50 años, vivía en un mundo de dolor que mitigaba a golpe de demerol, un narcótico similar a la morfina. "Estaba feliz", declaró ayer Kenny Ortega, coreógrafo y director del espectáculo que estaba llamado a ser la redención de Jackson en Londres tras el largo invierno de años de reclusión seguidos por el escándalo de las denuncias por abuso sexual a niños. "En varias ocasiones, la noche antes de su muerte, se sentó a mi lado durante los ensayos y contempló el escenario con la satisfacción de haberlo conseguido", prosiguió Ortega en declaraciones al periódico Los Angeles Times. Volvía a estar vivo. Volvía a sentir la adrenalina del público llamando a su egocéntrica puerta.
Pero para la hora de la comida del día siguiente, el pasado jueves, su médico particular, Conrad Murray, le practicaba un masaje cardiovascular sin éxito. Por aclarar está si Murray estaba con la estrella de la música cuando se le detuvo el corazón e intentó revivirlo o si ya lo encontró desfallecido. La cinta grabada durante la llamada a los servicios de emergencia que alguien -se desconoce quién- realizó desde la mansión del cantante arroja poca luz. Sólo que el artista no respiraba y la recomendación de colocarle en el suelo en lugar de la cama sobre la que se encontraba para poder aplicarle mejor las compresiones sobre el corazón, un dato éste que un médico como el doctor Murray debería de haber conocido de sobra.
Cuentan que en último día de vida Jackson trabajó duro. El estreno de Londres estaba a menos de una semana. Todo lo que había conquistado y luego dañado y en gran medida perdido se lo jugaba en el medio centenar de conciertos que iba a ofrecer en Londres. Bailaba y bailaba para preparar esa ansiada reaparición en la capital británica. Daba órdenes. Bailaba en los ensayos en el Staples Center de Los Ángeles y despertaba escalofríos en los miembros del cuerpo de baile. Eso es lo que sintió Maryss Courchinoux, mariposas en el estómago y escalofríos de felicidad. Francesa, de 29 años, Courchinoux fue elegida en marzo entre cientos y cientos para bailar junto al ícono del pop en su reaparición sobre los escenarios. Nunca pensó Courchinoux que estaba contemplando las últimas horas de su ídolo, que estaba ante el final de Jackson.
El final del hombre que no quiso ser el principio del mito que ya es. En su mansión alquilada de Holmby Hills. Quizá solo, por mucha gente del servicio de la que estuviera rodeado. La policía de Los Ángeles confirma que las venas de Jackson recibieron una inyección de demerol pocas horas antes de su muerte, establecida a las 14:26 hora de Los Ángeles. Un antídoto contra el dolor que puede haberle costado la vida. Droga que Jackson consagró no en una sino en dos canciones: Morphine y Blood on the dance floor.
(Los Angeles Times/El País)