Una noche, un grupo de chetniks se presentó en la casa donde vivían la mujer serbia y el hijo del croata? La violaron uno tras otro, cuanto quisieron. Como el niño, de cinco años, lloraba y forcejeaba defendiendo a su madre, lo clavaron con un bayenotazo en la puerta: igual que esas mariposas en un corcho, figúrese, las del efecto del que me hablaba antes? Luego, cuando se cansaron de la mujer, le cortaron los pechos y la degollaron. ? Excuso decirle que, aunque la mujer estuvo gritando toda la noche, ni un solo vecino encendió una luz ni salió a la calle a ver qué pasaba.
"El Pintor de Batallas", Arturo Pérez-Reverté, ed. Alfaguara, 2006
Estudiosos respetables narran del suplicio de Túpac Amaru del modo siguiente: ? era el 18 de mayo de 1781? Finalmente llegó el turno de suplicio de José Gabriel Túpac Amaru, conducido al patíbulo a viva fuerza le abrieron la boca y le cortaron la lengua, despojando de esposas y grillos le arrojaron al suelo con violencia, puesto de cara al firmamento, atado sus miembros a las cinchas de 4 caballos hacia los cuatro puntos cardinales, al grito de ¡ya! 4 jinetes espolearon sus caballos, Túpac Amaru resistió el cruel intento de descuartizarlo, se debatió en el aire cual si fuera una gigantesca araña. El Visitador Areche, al observar la demora de la ejecución de Túpac Amaru, mandó al verdugo cortarle la cabeza; su cuerpo fue puesto al pie de la horca luego descuartizado, la cabeza se envió a Tinta, los brazos uno a Tungasuca, el otro a Carabaya, una pierna a Livitaca, su cuerpo con la de Micaela Bastidas fueron conducidos al cerro Picchu para ser quemados y sus cenizas arrojadas al río Watanay?
Dr. Hermógenes Meléndez Nina, Academia Mayor de la Lengua Quechua,
Cuzco, Perú
El horror, el horror?
Joseph Conrad, "El corazón de las tinieblas"
Dos ejemplos, sacados de los infinitos casos ocurridos en las infinitas guerras de nuestro tiempo y de todos los tiempos. El primero se complementa con la historia del mariscal Tito, serbio, que de adolescente y subido a un árbol vio cómo los nazis croatas hacían cosas parecidas a las descriptas, matando a toda su familia. Luego fomentó los matrimonios mixtos, pero tuvo poco éxito: cuando su fuerte personalidad no estuvo más, las matanzas y los genocidios púdicamente llamadas "limpieza étnica" volvieron a empezar. El segundo, con la información de que, antes de ser supliciado, Túpac Amaru debió ver cómo sus hijos sufrían similares torturas, conferidas, eso sí, en presencia de un sacerdote, católico representante de un Dios que predica el amor al prójimo.
Estas descripciones son solamente letras sobre papel que despiertan imágenes, pero sólo imágenes del horror, no la experiencia del horror mismo. Fue en Serbia y en Cuzco. En el siglo XVIII y en el XX. Pudo haber sido en Tucumán o en la casa de alguien que después murió bajo tortura en la ESMA. Puede ser en Darfur hoy mismo. Lo leemos, nos produce un ligero escalofrío -tal vez asco y rechazo- nuestros nervios son tan delicados que nos molesta aun imaginar semejante escena? no queremos leer estas cosas. Ni imaginarlas ni -mucho menos- verlas en vivo. No todos: aunque no vivió la guerra, los ojos exorbitados del caballo de Picasso en "Guernica" son bastante elocuentes y la televisión nos muestra a diario las imágenes de los supliciados, hombres, mujeres, niños, ancianos, con un pudor que nos esconde las heridas más terribles -y sobre todo, las "partes pudendas" cuya vista podría herir nuestra moral- pero no los charcos de sangre ni las expresiones de los que están más allá de toda desesperación. La televisión nos va acostumbrando de este modo a ver los ojos tristes y tapados de moscas de los niños de Darfur, ya que la tecnología aún no es capaz de transmitirnos los estados de ánimo ni los olores.
Tampoco quisiéramos vernos expuestos a ser testigos presenciales de un hecho semejante, porque no estamos seguros de no cerrar también nuestra puerta y nuestros oídos y nuestro corazón a los gritos de los supliciados. Ni siquiera en una grabación, desde la comodidad de nuestro sillón preferido. Ni, por supuesto, vivirlas.
Hay aquí varias cuestiones que yo necesito plantear. Jamás he visto ni sufrido una situación semejante: unos cuantos de mis parientes tal vez hayan muerto en Auschwitz, pero no los vi ni me enteré nunca de los detalles; aunque vi infinitas fotos y películas sobre el tema. Una es la imaginación; otra, es la compasión, en el sentido etimológico de esa palabra: "sentir con el otro". La compasión es imposible ante tanto horror, o es una abstracción como la que sólo me lleva a escribir estas líneas en un horario desacostumbrado para mí.
Hay un dicho latino muy citado: "el hombre es el lobo del hombre". Es terriblemente injusto con los lobos, que viven en comunidades pacíficas, cuidan su cría con afecto, sólo matan lo indispensable para subsistir. No torturan, no saben hacer deliberadamente el mal. Sólo cazan para sobrevivir los fríos inviernos de las regiones donde viven. En cambio son cazados por los humanos por deporte. Deporte, según el diccionario, es recreación, pasatiempo, placer, diversión. Homo sapiens sapiens se llama nuestra especie, la más cruel y despiadada que existe: por si no nos creen, repetimos el sapiens de nuestra pretendida sabiduría dos veces. Somos la única especie que tortura y mata por placer.
Todo esto tampoco son más que palabras, nuestro don específico. Hemos creado un universo con palabras, en el cual caben las descripciones de hechos como los que encabezan estas líneas, descripciones que, si bien por una parte, nos participan de la existencia de ciertos hechos, nos alejan tanto de su inmediatez que los transforman en palabras. Las imágenes son un poco más difíciles de soportar, pero la televisión nos ha ido acostumbrando sistemáticamente. Al punto que muchos se regocijan sádicamente al ver los suplicios de otros, pero serían incapaces de cometerlos. O sí: está el famoso experimento de la Universidad de Yale, donde se demostró que dos tercios de los sujetos elegidos al azar serían capaces de torturar si se lo ordenase un "jefe" con voz autoritaria, que asumiera la responsabilidad. La obediencia debida inserta en nuestros genes o en nuestros hábitos de manada que obedece al jefe.
La imaginación de los humanos para el mal es más inagotable que aquélla para el bien. Al margen de los que hacen el mal sin siquiera saberlo, como el financista que condena a millones a la miseria y se sorprendería mucho si supiera que hay quien interpreta así sus simples especulaciones financieras. Él sólo quiere hacer una inversión que le rinda el máximo. Las consecuencias no son de su incumbencia.
Ante toda esa capacidad para la maldad es sorprendente que la antropofagia sea un tema casi tabú y que se admita sólo en unos pocos pueblos como acto ritual, pero no se puede aceptar que la carne humana fue la principal fuente de proteínas animales para más pueblos que aquellos de los que tenemos noticia: los aztecas, por ejemplo, y los caribes y ¡oh! probablemente los rubios germanos. Poco se sabe de la dieta de los cazadores recolectores, pero no sería sorprendente que se comieran con buen apetito a sus vecinos-enemigos, además de intercambiar mujeres con ellos, para mitigar la endogamia con genes nuevos. Pero ¿habrían sido tan refinadamente crueles?
Termino con las últimas palabras del personaje encarnado por Marlon Brando en "Apocaliypse now", cuyo tema está tomado de "El corazón de las tinieblas" de Joseph Conrad: el horror, el horror... O tal vez con las palabras de Wozzek, el estólido soldado de Georg Büchner, también llevado al cine, que llega a la conclusión: "El hombre es un abismo. Da vértigo asomarse a él". Más palabras, que no nos hacen más que imaginar, pero no vivenciar el horror. De lo que no se puede hablar es mejor callar, dijo Wittgenstein, aunque hablara de otras cosas.
TOMÁS BUCH
Físico-Químico