Todo parece indicar que a fines de este año Chile se convertirá en el primer país sudamericano en ser aceptado en el club de los 30 países más ricos del mundo. Sin embargo, por asombroso que parezca, los chilenos no parecen estar saltando de alegría por la noticia, ni se presentan a sus vecinos como un Estado modelo.
Según funcionarios de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), la institución con sede en París que agrupa a los países más desarrollados del mundo, Chile podría ser aceptado como miembro pleno en la reunión que se realizará el 18 de diciembre.
La OCDE espera que el Congreso chileno apruebe antes de esa fecha tres medidas pendientes para cumplir con los requisitos de admisión, incluyendo la adhesión a las reglas de intercambio de información impositiva y a los estándares de gobierno corporativo de los países miembros. Los funcionarios trasandinos aguardan su visto bueno antes de diciembre.
Chile ha sido discreto -por no decir tímido- con respecto a sus logros económicos. A diferencia de cualquier otro país latinoamericano, su economía ha crecido sostenidamente en las dos últimas décadas y está a la cabeza en casi todos los rankings latinoamericanos de competitividad. Lo que es más importante aún, ha reducido su índice de pobreza desde un 39% de la población en 1990 hasta un 13% actual.
No obstante, a diferencia del presidente venezolano Hugo Chávez -quien anda por el mundo proclamando que el reciente crecimiento de su país, impulsado por los precios mundiales del petróleo, es "un modelo revolucionario"- la presidenta chilena Michelle Bachelet ha sido reacia a la evangelización política en el exterior. La última vez que la entrevisté, en el 2007, por momentos parecía estar disculpándose por los logros de su país y los suyos propios.
Tal como me dijo un vez en privado un ex presidente, Chile no se jacta de sus éxitos porque teme que sus vecinos más grandes lo vean como un signo de arrogancia.
¿Cambiará eso ahora? A principios de esta semana, mientras el presidente Barack Obama se reunía con Bachelet en la Casa Blanca y decía que Chile es "un ejemplo para todos nosotros", le formulé esa pregunta a Juan Gabriel Valdés, director de la Fundación Imagen, de ese país. La institución público-privada fue creada en abril para promover su visión externa.
Cuando le pregunté por qué Chile no se ha vendido bien al resto del mundo -ocupa el puesto número 38 entre los 50 países en el reciente ranking Marca País Anholt, una encuesta mundial sobre la imagen de los Estados en el exterior- Valdés me dijo que el motivo podría tener que ver con la idiosincrasia chilena.
Es un territorio que está rodeado de montañas, agua, hielo y un desierto, y eso puede haber contribuido a su naturaleza insular, explicó.
"Es un país en el que la gente tiende a tener cierta modestia... No suele salir de manera estentórea a contar sus gracias por el planeta. Le cuesta mucho´´, dijo Valdés. "Ahora, dicho esto, hoy día hay conciencia en Chile de que, tanto para la venta de nuestros productos como para que podamos adquirir una influencia mayor en organismos internacionales, se hace necesario hacer una narrativa de Chile que sea más eficaz´´.
ANDRÉS OPPENHEIMER
Periodista argentino. Analista internacional. Miami